"¡Ay, Carmela", de José Sanchis Sinisterra, regresa a las tablas del Teatro Bellas Artes con la fuerza y el magisterio de un clásico


Decir ¡Ay, Carmela! es pronunciar en voz alta el gemido y el canto de un país que se reconoce a sí mismo entre la fiesta y el quejío de quien vive la vida en un permanente estado tragicómico. Pero es tan bien una declaración de amor; la más intensa declaración amorosa, con un si es no es de reproche, de un Paulino que resume en ella todo cuanto es capaz de decir desde la impotencia con que brotan sus palabras... la más intensa expresión del amor y de la pena. Un amor y una pena que trascienden la historia personal de esta pareja de comediantes llamados Carmela y Paulino, que añadiendo a sus nombres una patética rima representativa de sus humildes aspiraciones artísticas -Variedades a lo fino-, recorren los caminos y pueblos tratando de sobrevivir con su oficio en una España desgarrada por la guerra.

José Sanchis Sinisterra
, el autor de esta conocidísima "elegía de una guerra civil en dos actos y un epílogo" estrenada en 1987, en los primeros años de la entonces joven democracia española, dio forma definitiva con su ¡Ay, Carmela! a la expresión de un deseo -el de la conservación de la memoria de lo sucedido en la guerra, desde el bando de los vencidos-, y asentó una temática, la de la guerra civil, visible en multitud de obras de todos los géneros surgidas desde la Transición, que han llegado a nuestros días convertidas normalmente en un instrumento ideológico al servicio de la antigua causa republicana y su proyección en nuestros días.

Pero ¡Ay, Carmela! no es solo uno de los textos más representativos del nuevo teatro español del periodo democrático finisecular, por lo que respecta a su contenido, sino también una de las obras teatrales mejor construidas de su tiempo; modelo de dramaturgia por su calidad literaria, su dominio de los resortes de la acción y de la estructura dramática, su ejemplar utilización de la metateatralidad -Sinisterra es un maestro en su uso-, la profundidad del mensaje emitido, la hondura y los matices psicológicos y humanos de sus dos únicos personajes, y el sugerente universo construido entre la realidad y la ficción, entre la vida y la muerte, en un maravilloso juego escénico -muy de veras- donde lo onírico se erige en concreción irrefutable.

Una obra destinada, junto con lo dicho, al lucimiento de los actores dispuestos a dar vida a dos de los personajes más atractivos y sugerentes de la historia del teatro español. Paulino y Carmela, como Sancho y don Quijote, representan los polos opuestos y complementarios, también la dualidad, de la especie humana; esa elección -no siempre elegible- entre lo que es y pudo ser, entre la pasividad y la acción, el conformismo y el ideal, la valentía y el miedo, la materia y el espíritu, la realidad y el deseo. Han sido muchos los actores que han vestido la piel de ambos, desde aquellos inolvidables Verónica Forqué y José Luis Gómez que les dieron vida en 1987, bajo la dirección del propio José Luis Gómez. Hoy, en el nuevo montaje que desde el 5 de abril se representa en el Teatro Bellas Artes de la capital, son otros los intérpretes que asumen el reto de encarnar a Carmela y Paulino; de nuevo dos actores de una muy elevada categoría -no puede ser de otro modo-, como lo son María Adánez y Pepón Nieto, quienes vierten en la escena todos los recursos a su alcance, tanto técnicos como humanos, para emocionarnos y hacernos sonreír, a veces enternecernos, con las ocurrencias y sentimientos de tan entrañables personajes. Dirigidos por la batuta de un grande de la escena, José Carlos Plaza, la representación transcurre con la naturalidad y difícil sencillez del forjador habituado a engarzar historias imposibles, como quien pasa relajadamente las hojas de un libro. Todo está donde debe estar, y funciona como debe funcionar, sin estridencias ni sobresaltos; apoyado en la escenografía y la iluminación de Javier Ruiz de Alegría, y un vestuario de Gabriela Salaverri que mantiene, como el anterior, la ortodoxia estética de una obra grabada en el imaginario del público; como lo están la melodía y el texto de unos "Suspiros de España" y una emotiva "¡Ay, Carmela", que dejan su huella y su recuerdo en quienes asisten a esta función con edad suficiente para tener memoria.

¡Ay, Carmela!, de José Sanchis Sinisterra, es un clásico del teatro español contemporáneo -del siglo pasado- que hay que ver. Para quienes no lo conocen más que de haberlo estudiado en sus libros de Bachillerato -en el mejor de los casos-, incluso para quienes se olvidaron de aquella lección, es visita obligada; y para quienes llevan este texto en su recuerdo, o grabadas la imágenes de montajes pasados, una nueva oportunidad de hacer vivas las palabras de una obra por la que no pasa el tiempo, y de volver a disfrutar con esos dos maravillosos personajes que son Carmela y Paulino, con sus variedades a lo fino, en la interpretación de dos excelentes actores. Podrá hacerse hasta el 11 de junio, en el Teatro Bellas Artes de Madrid. Muy recomendable.

José Luis González Subías


Fotografías: Marcos GPunto

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