"María Luisa", de Juan Mayorga, tragicomedia onírica de soledad y de esperanza


Estrenada el pasado 20 de abril, en la sala Juan de la Cruz del Teatro de La AbadíaMaría Luisa es la primera obra de Juan Mayorga escrita por este desde que asumió, hace poco más de un año, la dirección del célebre centro de estudio y creación escénica -y emblemático espacio teatral- fundado por José Luis Gómez hace ya casi tres décadas. Su nueva creación viene a sumarse a los imparables estrenos que ha acumulado el dramaturgo madrileño en el último año, tras aquel Silencio (Teatro Español) surgido de su discurso de ingreso en la RAE, con el que se iniciaba 2022, al que siguieron El Golem (Teatro María Guerrero), uno de los textos y montajes más sorprendentes y originales de la pasada temporada; la adaptación teatral de la novela barroca El diablo cojuelo (Teatro de la Comedia), de Vélez de Guevara, en la que Mayorga dejó asimismo su sello; y Amistad (Naves del Español), el texto, de todos los citados, con el que guarda mayores concomitancias -con sus muchas diferencias- la obra que hoy nos ocupa.

El complejo universo dramático mayorguiano es inseparable de una visión tragicómica de la existencia que entiende la aceptación de la realidad como parte inherente de su superación y trascendencia, al dar cabida en aquella a un componente mágico, fabuloso, esencialmente onírico, que convierte el sentido trágico de la vida que subyace en buena parte de sus textos -y, de manera muy visible, en el que ahora nos ocupa-, con una adecuada dosis de ironía y distanciamiento cómico, en un simple estadio de realidad -o de existencia- que puede modificarse, superarse, o sublimarse, llámese como se quiera, con un simple acto de voluntad, de irrealidad hecha consciencia, en el que la comprensión de uno mismo y de los otros rebaja el dramatismo de unas "penas" comunes, y la esperanza, junto con las ganas de vivir, se imponen

Frente al tenebrismo simbólico e irreal reconocible en otras obras del autor (Intensamente azules, El Golem), la estética de María Luisa conecta con el realismo casi costumbrista -un costumbrismo mágico- cultivado por Mayorga en textos como El mago (2018), o incluso en Amistad (2023), si bien el planteamiento mismo de estas piezas las aleja per se de cualquier identificación con la comedia realista. Mucho más cerca se encuentra el autor en concepción dramatúrgica -y centrémonos ya en su nueva comedia- del teatro más avanzado de las primeras décadas del siglo pasado; de autores como Unamuno o Pirandello, verbigracia, o incluso el audaz Jacinto Benavente fin de siglo. Existencialismo, juego escénico entre la vida y la muerte, la realidad y la ficción, la omnipresencia de lo onírico... Incluso se acerca este Mayorga al universo dramático de Alejandro Casona en algunos aspectos, como lo hace al Buero Vallejo de obras tan singulares y poco conocidas como Irene o El tesoro. No hay duda de que el teatro de Juan Mayorga no se parece a ningún otro, su estilo lo hace singular y diferente; pero su originalidad conserva el legado, y es hija, de una larga tradición escénica de la que se aleja y con la que conecta a un tiempo. En mi opinión, eso es lo que distingue a los grandes autores.

Volviendo a María Luisa, es este el nombre del personaje homónimo y central de la pieza (cálidamente interpretado, con absoluta profesionalidad, encanto y ternura por Lola Casamayor), una mujer de avanzada edad que vive sola en un tradicional edificio de clase media, a la que observa y cuida, como al resto del vecindario, ese agradable y servicial portero llamado Raúl al que todo hijo de vecino le hubiera gustado tener, encarnado por un Paco Ochoa insuperable en su cometido. Completa el reparto de seres vivos Angelines (interpretado por una excepcional Marisol Rolandi), la única amiga de María Luisa, con la que esta comparte su soledad y sus sueños en la salida semanal que realiza todos los jueves, cuando se aventura en el metro de la ciudad -túnel oscuro y mágico, agujero de gusano- para ir a verla, y en las reiteradas llamadas telefónicas entre ambas. Comparten escenario e historia, junto a los citados, tres singulares personajes, tan estrambóticos como irreales, nacidos de la imaginación de María Luisa -la única que les puede ver, y con quienes comparte, además de su piso, una peculiar relación amorosa-: el general Beckenbauer, encarnado en el rostro, las maneras y voz de un magistral Juan Codina; el joven poeta Azzopardi, interpretado con total eficacia y singular personalidad por un genial Juan Paños, cuyo contraste con el tono del resto de los personajes ofreció algunos de los mejores y más cómicos momentos de la pieza; y el no menos singular Olmedo, caballero con aires de figurón autosuficiente, a quien dio vida el siempre hieráticamente histriónico Juan Vinuesa, excepcional asimismo en su papel.

Alessio Meloni
y Juan Gómez Cornejo se limitan en esta ocasión a crear el espacio "realista" en el que sucede la acción -tan realista como el vestuario diseñado por Vanessa Actif-, sin excesivas complejidades escénicas ni de iluminación, con la excepción del final de la pieza, en el que María Luisa se atreve por fin a cruzar la puerta de ese local tras el que se encuentran el deseo y la vida; recayendo sobre los actores, que realizan un trabajo impecable, y el texto de Mayorga -excepcional, lúcido, profundo, brillante y de alta calidad literaria-, el foco, el peso y el mérito de la pieza, que dirige, con la corrección de quien sabe, como autor, qué quiere decir y expresar con cada movimiento y en cada gesto, el propio Juan Mayorga.

María Luisa es una tragicomedia actual, en torno a la vejez, la soledad, y los sueños que mantienen viva la esperanza y el deseo de vivir; un tema que cobra cada vez más presencia y protagonismo en un mundo dominado por los jóvenes, pero cada vez más viejo, donde son muchas -y siguen subiendo- las María Luisas y los Luises que reclaman su derecho a estar vivos y su deseo de seguir haciéndolo, mientras haya ilusiones para alimentar el cuerpo y la mente. Una muy interesante y lúcida propuesta teatral de Juan Mayorga, que podrá seguir viéndose hasta el 21 de mayo, en la sala Juan de la Cruz del Teatro de La Abadía. Conviene no perdérsela.

José Luis González Subías
 

Fotografías: Javier Naval

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