"Paraíso perdido", un poema épico llevado al teatro para proclamar la rebeldía de nuestro tiempo


Tan impresionante como la obra en que se inspira es el espectáculo teatral que desde el pasado 5 de mayo se ofrece en el Teatro María Guerrero de Madrid, basado en el célebre (y escasamente leído) poema épico Paraíso perdido (1667), del escritor y político inglés John Milton. Un texto sublime, de grandes dimensiones tanto literarias como intelectuales, que se adentra en algunos de los arcanos de mayor trascendencia para el ser humano, a partir de su propia creación, y de su finalidad y posición en el mundo. Conceptos como el del bien y del mal, ligados a la existencia misma de Dios y de su opuesto, encarnado en la figura bíblica de Satanás, planean en una creación donde se aborda la caída de Adán y Eva -convertidos, en la adaptación de Helena Tornero, en dos primitivos neandertales que evolucionan hasta convertirse en homo sapiens-, a partir de la tentación de un ángel caído que pretende, de este modo, destruir y conquistar el nuevo mundo creado por Dios para sus nuevas criaturas.

Muchos interrogantes ofrece, en su primitiva versión, un texto de gran altura intelectual y teológica, cuyos protagonistas y hechos elevan nuestra imaginación a territorios ignotos, fantasmagóricos, de fulgurantes luces y sombras amenazantes, donde el hombre no tiene cabida, reservado a un mundo supraheroico donde titanes celestes y ejércitos infernales miden sus fuerzas. Una fuerza trasladada, desde el instante mismo en que se inicia la acción, al montaje dirigido, con firme y artística mano, por un Andrés Lima capaz de adentrarse con éxito en tan sulfúreos territorios con una bellísima puesta en escena que lleva su sello.

El impecable trabajo dramatúrgico de esta gran producción, firmado por el propio Lima junto con Helena Tornero, autora de la adaptación, cuenta con el apoyo y el atractivo de un equipo artístico de muy alta calidad, en el que figuran nombres de la talla de Beatriz San Juan (escenografía y vestuario) o Valentín Álvarez (iluminación), con los que el director madrileño ya ha trabajado en anteriores ocasiones -impresionante aquella mayúscula adaptación de Moby Dick, de 2018, que todavía recordamos-; a los que podemos sumar el de Miquel Àngel Raió, cuyo trabajo con la video creación constituye en sí mismo una obra maestra que aporta al conjunto, en armonía perfecta con la luz, un valor estético distintivo; y el excelente trabajo de caracterización a cargo de Cécile Kretschmar.

A la altura de un trabajo de tal excelencia artística se halla el elenco elegido para darle vida sobre las tablas; encabezado por unos Pere Arquillué (Dios) y Cristina Plazas (Satanás) en estado de gracia, cuyas respectivas actuaciones son un verdadero ejemplo de maestría interpretativa; a los que acompañan, en un trabajo actoral asimismo encomiable, Rubén de Eguía (Adán), Lucía Juárez (Eva), María Codony (Muerte) y Laura Font (Culpa).

Todo suena perfecto... Milton, ángeles y demonios, debate teológico-existencial en torno al deseo de saber, la tentación, el pecado y la condena... una auténtica cosmogonía centrada en el origen del hombre. Eso es, eso podría haber sido el Paraíso perdido de Milton llevado al escenario. Sin embargo, la disonancia con el texto original, muy presente en los inicios de la obra, se hace perceptible, cada vez con mayor virulencia, a medida que avanza la representación y el texto de Helena Tornero comienza a sustituir al de John Milton. La grandeza de una antropogonía épica, construida como resultado del deseo de venganza y poder de unas fuerzas satánicas nacidas de una rebelión angelical, que aprovechan la inocencia y la curiosidad innatas con que el hombre fue creado para arrastrarlo consigo, se reduce, se hace pequeña, en la adaptación de Tornero, al pretender imponer un sentido "actual" y distinto a la obra del escritor inglés que tanto fascinó a los románticos posteriores. 

La obsesión por convertir el teatro en una tarima desde la que emitir discursos instructivos y adoctrinadores
, a un silente foro que después aplaude lo dicho, dando pie a creer que el mensaje ha sido aceptado y compartido, es una peligrosa práctica que no siempre obtiene el resultado apetecido. Quizá la soberbia que impulsó a los rebeldes caídos sea un rasgo de nuestro tiempo, aficionado a las rebeliones -con causa o sin causa- contra toda forma de poder establecido que no coincida con el interés propio, y las alas que conservan los luciferinos hijos expulsado del cielo nos atraigan más que las edulcoradas formas celestes. ¿Y qué mayor poder autoritario que el encarnado en la figura de Dios, el hacedor del universo? A eso parece encaminada la adaptación de la dramaturga y directora catalana, que construye una divinidad caprichosa, de rasgos psicóticos, desequilibrada y manipuladora, equiparable a la figura de esos demonios que han sido llevados al cine durante décadas: la satanización de Dios. Tornero se posiciona y elige su personaje, convirtiendo a Satán en un hijo sometido al despótico poder de un padre que lo ha condenado a ser como es; y, enmendando asimismo la plana a la visión de la mujer heredada de la tradición cristiana, presente en la obra de Milton, transforma a Eva en una mujer autosuficiente e independiente de Adán, dispuesta a rebelarse y a gritar proclamas al auditorio condenando el patriarcado alimentado por una visión machista del cosmos con la que hay que acabar.    

Ese es el principal y único defecto que encontramos a este excelente trabajo artístico; fallido, en nuestra opinión, desde el punto de vista intelectual, al subvertir el sentido del texto original y ofrecer a cambio un mensaje que entendemos -sin restarle importancia, en modo alguno- de mucha menor relevancia desde el punto de vista de la trascendencia y el sentido de la existencia humana. El mensaje universal y eterno proclamado por Milton resulta, a nuestros ojos, minimizado (en extensión y alcance) en las palabras de esta nueva Eva.

Es lícito responder a nuestros clásicos y elevar la voz de nuestro tiempo para construir un mensaje que nos identifique como colectividad humana. Jonn Milton lo hizo y legó a la historia un documento literario único, original y sublime, de alcance épico, en el que podremos seguir mirándonos en busca de preguntas, y quizá respuestas, mientras la humanidad exista; Helena Tornero, inspirándose en este, ha dejado escrita una nueva versión de la historia en la que, sin duda, podemos hoy reconocernos, pero muy distinta en intención y sentido (también en calidad poética) a la del autor inglés. Confieso, sin ánimo de influir en los gustos e intereses de mis lectores, que las partes textuales que más me interesaron fueron escritas hace más de trescientos cincuenta años. ¿Serán cosas de la edad?

Un magnífico montaje, en fin, este Paraíso perdido dirigido por Andrés Lima que permanecerá en el Teatro María Guerrero hasta el 18 de junio. Una auténtica lección de teatro con mayúsculas, a pesar de las reticencias apuntadas, que les recomiendo no perderse.

José Luis González Subías


Fotografías: David Ruano

Comentarios

  1. Javier Moreno Antonino9 de junio de 2023, 4:09

    Amigo José Luís:
    Mi renqueante salud me obliga a ser selectivo a la hora de elegir una obra de teatro que merezca alterar mi sosiego, y acudo a la guía que desde tus bambalinas ofreces y nunca me has defraudado.
    Tu acertada y literariamente hermosa crónica de El Paraíso Perdido es fiel reflejo de las emociones que la magnífica representación depara. Un texto de calado interpretado con hondura e inserto en una concatenación de bellas y rotundas imágenes, es a lo que el gran teatro aspira y aquí se cumple plenamente pues el espectador queda inmerso en la magia del ambiente desde el primer cuadro.
    Citas acertadamente la deriva desde las posiciones elevadas del texto intemporal a temas actuales que rebajan su trascendencia, y es que el arrebatado discurso feminista que larga de repente la Eva del Paraíso está fuera de lugar entre las brumas celestiales o infernales, ya que la obra original no va de eso, y se nota que es un parche para agradar a la progresía o para asegurar subvenciones. Es el único pero que se puede poner a esta estupenda función que colma el intelecto y los sentidos de cualquier espectador medianamente sensible.
    Como siempre: continúa tu labor porque es un placer leerte.

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    1. Muchísimas gracias, Javier. Comentarios como los tuyos me dan alas para seguir. Espero que esa salud mejore y te encuentres mucho mejor.

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