Anabel Alonso protagoniza "La Celestina", en la nueva versión de Eduardo Galán dirigida por Antonio C. Guijosa


La Celestina, uno de los tres grandes iconos literarios de nuestras letras, junto con don Quijote y don Juan, que Ramiro de Maeztu, desde su mentalidad regeneracionista, utilizó hace cien años para reflexionar sobre aspectos esenciales de la España de su tiempo, es también, junto con los citados, uno de los personajes que mayor fascinación ha ejercido entre quienes se dedican a dar vida a entes inertes o imaginados; pero también entre quienes, desde hace siglos, se han dedicado, mediante las palabras, a dar forma al universo ficticio en el que los actores pueden mostrar su vivificante poder.

La imposibilidad de ser llevada a escena tal y como su autor, Fernando de Rojas, la concibió hace más de quinientos años -sigue el modelo de la comedia humanística, escrita para ser leída, no para su representación-, ha obligado a los diferentes dramaturgos que se han sentido atraídos por la muy teatral historia creada por el autor toledano, bien que irrepresentable por su desmedida extensión, el elevadísimo número de actos que la componen y los largos y retóricos parlamentos empleados por unos personajes que, sin embargo, parecen nacidos para ser llevados a escena, a realizar versiones dramatizables del texto desde hace siglos.  

Publicada por primera vez finalizando el siglo XV, La Celestina fue un verdadero acierto literario que, aglutinando diferentes tradiciones e influencias previas, sentó las bases de lo que sería buena parte de la literatura posterior, tanto novelesca como teatral. En aquella inicialmente llamada por su autor Comedia de Calisto y Melibea -y la posterior y definitiva tragicomedia- percibimos, además del legado del Arcipreste de Hita, la influencia y el conocimiento del bachiller Rojas de la importante tradición del teatro antiguo latino -como "terenciana obra" se refirió a ella la estudiosa Lida de Malkiel-, del que a su vez surgen muchos de los futuros personajes de la comedia áurea española, presentes ya en La Celestina, los cuales, a través de esta, llegarían a autores de la primera generación de dramaturgos españoles como Lucas Fernández o Torres Naharro.

Sin formar parte del teatro clásico español sensu stricto -sí lo son sus posteriores adaptaciones-, La Celestina es un referente ineludible de nuestro repertorio clásico, y su puesta en escena genera siempre la misma expectación e interés. No es la primera vez que Eduardo Galán, autor de la nueva versión de este texto que el pasado 18 de junio se presentó en el Teatro Salón Cervantes, en el marco del Festival Iberoamericano del Siglo de Oro celebrado en Alcalá de Henares, presenta sobre el escenario una adaptación de la obra de Rojas. Ya lo hizo por primera vez hace quince años, en un montaje dirigido por Alejandro Arestegui; y volvería a hacerlo en 2011, en un nuevo montaje dirigido por Mariano de Paco Serrano, estrenado en el mismo espacio donde ahora acaba de presentarse la nueva Celestina del dramaturgo y productor madrileño. El testigo de Gemma Cuervo, quien dio vida en aquella ocasión a la alcahueta, hechicera y "puta vieja" más popular de la literatura universal, ha sido tomado en esta última versión, dirigida ahora por Antonio C. Guijosa, nada menos que por la popular actriz Anabel Alonso, quien demuestra con este trabajo que sus altas dotes interpretativas son capaces de enfrentarse a cualquier medio. 

Anabel Alonso ha creado un personaje a su medida, dotándolo de una verdad, una humanidad, que lo hacen más real y cercano
. Celestina siente y padece los mismos vicios y deseos que el resto de personajes que la rodean, quienes no por casualidad padecen un final tan trágico como el suyo; y Anabel Alonso ha sabido transmitir estos anhelos y apetencias con la difícil sencillez de la maestría, haciendo uso de unos recursos técnicos y personales -voz, cuerpo, intención, dominio del espacio y equilibrado control de cuanto sucede en sí misma y a su alrededor- que surgen sin esfuerzo y sin ostentación impostada alguna.

No hay duda de que el director, Antonio C. Guijosa, ha tenido que ver con esta característica del personaje central de la pieza, lejos de sesgos oscuros y expresionismos estéticos; ausentes de un montaje que, en conjunto, pretende mostrar la historia de Calisto y Melibea con la mayor claridad posible, en coherencia con la versión escrita por Eduardo Galán, quien tiene notables aciertos estructurales y dramatúrgicos. Aparte de la capacidad del adaptador para rebajar la complejidad del lenguaje del texto original, haciéndolo llano y comprensible para el gran público, nos resulta muy original -y efectivo teatralmente- ese marco "narrativo" en el que el adaptador ha querido presentar los sucesos acaecidos, recreados a partir de la explicación de una espectral Celestina -otro ingenioso acierto que aplaudimos- frente al atormentado Pleberio, padre de Melibea, inspirado en el conocido "planto" con que finaliza el texto original. De esta forma, Galán otorga un papel destacado en su versión a Pleberio, en torno al cual se desarrollan los dramáticos sucesos que van a tener -o han tenido- lugar; pero también amplía la presencia en escena de Celestina, el personaje protagonista de la pieza, desaparecida demasiado pronto en el texto de Rojas, quien no por casualidad aludía en el título exclusivamente a los dos amantes. También nos parece oportuna la supresión de las escenas del texto original incluidas en el conocido como "Auto de Centurio", que distraerían innecesariamente el desarrollo de la acción, o la eliminación de cualquier mención a la madre de Melibea, cuya relevancia en la obra original es nula.

Numerosos son asimismo los aciertos de una puesta en escena inteligente, sin estridencias, que permite contemplar los hechos con la misma sencillez clarificadora que el texto escrito por Galán o la cercana interpretación de Anabel Alonso. Con una factura en apariencia ortodoxa, sin sobresaltos experimentales, Guijosa introduce hábilmente momentos de gran lucidez escénica y resuelve con maestría algunas situaciones de gran complejidad; es el caso de los encuentros nocturnos de los dos amantes, el asesinato de Celestina a manos de Sempronio y Pármeno, el fortuito accidente en que Calisto pierde la vida y la original forma de presentar el suicidio de su amada... Perdón, ¿acaso todo esto no lo sabían? Bien, no creo que fuera impedimento para los atenienses saber que Edipo se arranca los ojos antes de contemplar la obra de Sófocles. En cualquier caso, la historia de Calisto y Melibea, y el papel que tiene en ella la vieja Celestina, es lo bastante conocida como para no necesitar presentación alguna ni para callar lo que es necesario saber.

Da forma plástica y visual -también sonora- al espacio donde se desarrolla la acción un equipo artístico formado por Mónica Teijeiro, quien además de plantear una funcional y ambigua escenografía capaz de recrear los más variados ambientes, con unos materiales y formas que recuerdan vagamente a los hierros de unas cárceles o jaulas en las que los personajes, creyéndose libres, se encuentran atrapados, es la encargada asimismo de diseñar un vestuario de aire realista, pero con concesiones anacrónicas -es el caso del atuendo de Pleberio- muy sugerentes y armonizadas con el conjunto; José Manuel Guerra, que diseña una potente y atractiva iluminación, capaz de ambientar, reflejada sobre un blanco cortinón de fondo, multitud de espacios y potenciar sensaciones -hay mucho simbolismo, sutilmente presentado, en el planteamiento del montaje-; y Manuel Solís, a cargo de los elementos sonoros y de los discretos momentos musicales intercalados en la acción.

No podemos concluir esta aproximación a La Celestina versionada por Eduardo Galán, y dirigida por Antonio C. Guijosa, sin destacar el trabajo de los seis actores y actrices que dan vida corpórea a cuanto acabamos de comentar; desde la espléndida Anabel Alonso en su papel de Celestina a José Saiz, cuyo doblete como Pleberio y Sempronio le permite dar muestra de su capacidad y ductilidad como intérprete; así como el meritorio trabajo realizado asimismo por Víctor Sainz (Calisto), Claudia Taboada (Melibea/Areúsa), Beatriz Grimaldos (Elicia/Lucrecia) y David Huertas (Pármeno).

Valgan estas palabras como presentación y adelanto de un montaje que acaba de iniciar su andadura y formará parte, próximamente, de la programación del Festival de Almagro, para proseguir un recorrido que lo llevará más tarde a ser estrenado en Madrid, donde confiamos en volver a verlo de nuevo y animamos a hacerlo desde estas líneas.

José Luis González Subías


Fotografías: Pedro Gato
Fotografía 5: Juan Carlos Arévalo
Vídeo: Secuencia 3

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