Clitemnestra vindicada en la obra homónima de José María del Castillo


No me considero un purista recalcitrante respecto al tratamiento del legado de nuestros clásicos y de la memoria histórica y cultural de nuestra tradición occidental. Acepto incluso con agrado cualquier revisión y revisitación de esta, siempre que la calidad, originalidad e inteligencia de la propuesta se hallen a la altura (bien está que se replique cuestionando quién mide tal grado de inteligencia, incluso qué se entiende por tal; sin respuesta premeditada por mi parte). Celebro que se vuelva a los personajes del mundo antiguo en busca de inspiración, pues su solo nombre son ya icono de determinadas conductas sociales y humanas sujetas siempre a reflexión. ¡Cuánto podemos aprender aún a partir de los actos cometidos por Edipo, Antígona, Electra, Orestes y tantos otros personajes de la mitología clásica! Sin embargo, el uso que hagamos de estos conlleva una gran responsabilidad; y debo afirmar, sin ambages, que no todo vale sobre un escenario, que la verdad y la coherencia escénicas son tan necesarias sobre las tablas como en cualquier otra creación artística.

Este preámbulo puede haber puesto sobre aviso a quienes se encuentren leyendo estas líneas, y no sin razón; pero debo advertir que, en mi valoración sobre la Clitemnestra que estos días se ha representado en el Teatro Bellas Artes, en el marco de un Festival de Mérida en Madrid 2023 que La última bambalina ha seguido con atención, la recriminación sobre el contenido del espectáculo -que explicaré más adelante- viene acompañada de un encendido elogio sobre el formato elegido y la calidad artística del equipo humano responsable de la puesta en escena.

Estrenada en el verano de 2019, la Clitemnestra escrita por el actor, bailarín, cantante y productor sevillano José María del Castillo, quien asume la dirección del montaje de su texto, ha vivido un largo recorrido hasta recalar en Madrid, llevando en su bagaje como aval numerosas nominaciones a diferentes premios teatrales en las más variadas categorías; entre ellas, el premio a Mejor Espectáculo, Mejor Dirección y Mejor Actriz Protagonista, en los Escenarios de Sevilla 2019; nominación esta última que Natalia Millán, -actriz principal de la obra en aquel momento- repitió con su candidatura al premio Max 2020, en la misma categoría; o la candidatura asimismo en estos a la Mejor Composición Musical, obra de Alejandro Cruz Benavides.

Y coincido en las merecidas nominaciones a estos diversos elementos del montaje que nos ocupa; un espectáculo de calidad del que quisiera destacar, junto con la relevancia de unas composiciones musicales de singular belleza, inseparables del magnífico espectáculo de danza ofrecido por el elenco -con coreografía de Benjamín Leiva-, el buen gusto de la escenografía diseñada por Alejandro Arce, cuya sencillez -tan solo un trono y unos escalones practicables como atrezo- cobra un especial atractivo gracias al acertado empleo de unas enormes telas de un color rojo intenso que cubren el trono que preside la escena y, resaltando sobre el fondo negro del escenario, varias cuerdas verticales que rompen cualquier posible monotonía visual, creando un contraste dinámico rico en sugerencias. Miki Guirao realiza asimismo un excelente trabajo de iluminación potenciando los contrastes permanentes de rojos y negros que dominan cromáticamente la escena, y la belleza de un vestuario, a cargo de Mariani Marquerie, acorde con la estética de un espectáculo respetuoso con el imaginario de una antigüedad clásica intemporal.

Luz, espacio, sonido, danza... Sobre este formato de gran atractivo sensorial, José María del Castillo ha dirigido con acierto y conocimiento un espectáculo que sin duda alguna lo es, en el mejor y más completo sentido del término, apoyado en el encomiable trabajo de los ocho intérpretes que dan vida a su obra. Cristina Castaño crea una Clitemnestra creíble, poderosa, intensa y cercana desde su grandeza regia, desenvolviéndose con solvencia y soltura en la posición protagonista de su personaje; tanto como, desde un trabajo actoral apoyado prioritariamente en la danza y el canto, el magnífico elenco que interactúa con esta: Ángeles Rusó, Camino Miñana, Daniel Moreno, Benjamín Leiva, Sonia Franco, Alejandro Molina y Gonzalo Callejo.

Hasta aquí mis elogios de esta Clitemnestra que hoy finaliza su breve estancia en la capital, tras cinco días de representación en el Teatro Bellas Artes. ¿Dónde está el reparo, entonces? ¿Cuál es el motivo de ese aviso para caminantes con que principiaba mi texto? Descártese todo lo bueno y déjese lo que queda por decir. Si el envoltorio de la pieza, si el equipo artístico y sus intérpretes, así como la dirección, nos parece más que acertado y funciona artísticamente, no sucede lo mismo con el contenido textual de la obra. No se trata de que no compartamos -no solo por anacrónica, sino por innecesaria y cansina cantilena- la deriva que José María del Castillo ha querido dar a su Clitemnestra, tratando de revisar el mito clásico "huyendo de la tradición machista de la historia", para rescatar "a una mujer víctima de una sociedad consolidada por y para los hombres", sino que nos parece que ha errado en la inclusión en la trama no ya de los repetitivos discursos vindicadores del susodicho tema, sino de una disparatada y extensa escena central dedicada al sexo, extraída del más grotesco espectáculo frívolo y bufo, que, no porque reneguemos de tales prácticas públicas y privadas, sino, simplemente, porque -aunque Clitemnestra, como todo hijo de vecino, tuviera sus desahogos- está fuera de lugar. Las risotadas del respetable que contempló ese pastiche incluido a modo de anuncio publicitario en la acción, por arte de un deux ex machina que apareció de la nada para irse de igual modo, dan cuenta de que, en cuestión de gustos, todo vale; y, en cuestiones teatrales, todo parece valer.

José Luis González Subías   


Fotografías: Coribante Producciones

Comentarios

  1. No he visto el espectáculo, pero leyendo tu detallada bambalina y viendo la buena documentación gráfica que aportas, de algún modo percibo las sensaciones que la obra haya provocado en quien ha asistido a la representación.

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