"El aroma de Roma" se vuelve melodía y espectáculo en el Teatro Reina Victoria de Madrid, de la mano de Woody Aragón y los hermanos Lancha


El teatro musical lleva mucho tiempo ganando adeptos al arte escénico en España, como las cifras no cesan de demostrar. ¿Acaso puede sorprender tal fenómeno? La realidad confirma lo que no puede negarse: la música es un lenguaje que, como el baile, llega con más facilidad que las palabras al público. Si estas requieren, cuando la profundidad del contenido lo exige, un esfuerzo placentero que permite alcanzar lo que podríamos llamar una emoción esencialmente intelectual, música y danza se dirigen directamente a los sentidos para extraer de ellos, en un impacto intuitivo traducible a cualquier idioma, una emoción sensorial -la más inmediata y universal- que no requiere explicación alguna.

La comedia musical, un subgénero del teatro lírico más accesible al público más popular -sin menoscabo alguno del término-, también más numeroso y heterogéneo, que otros géneros como la zarzuela -aquel teatro lírico popular de antaño, hoy convertido en objeto de culto- o la siempre selecta ópera, se ha abierto paso en los escenarios madrileños, alcanzando un prestigio y una aceptación que no sería exagerado afirmar la han convertido en un poderoso motor de las artes escénicas en España, que ha contribuido desde hace años al sostenimiento económico de la industria teatral. Y cuando hablamos de "industria" -término aplicado por primera vez al teatro a mediados del siglo XIX-, no olvidemos que esta permite la existencia de las numerosas profesiones que conforman el fenómeno teatral y la subsistencia de los miles de individuos que la integran. 

Sigue resultando sorprendente -por contraste con la austeridad habitual en otros géneros- observar el despliegue de medios humanos generados en torno a la producción de un musical. Sin tener en cuenta el aparato escénico que rodea al espectáculo, solo el elevado número de intérpretes sobre el escenario da cuenta del enorme coste que genera una producción de estas características, por lo que la arriesgada empresa asumida por la iniciativa privada -verdadera responsable del renacer del teatro lírico- al lanzarse a la creación de estos montajes merece todos los elogios. Y su apuesta, a juzgar por los resultados, ha sido más que acertada.

Incluso el veterano Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida ha sucumbido ya a los atractivos de este fenómeno, con los consiguientes rifirrafes entre los puristas del festival y quienes defienden su resurrección y popularización, aunque para ello sea necesario sacrificar un poco -o un mucho- el espíritu de Sófocles y Menandro -Plauto es más acomodadizo-. Y El aroma de Roma que estos días se representa en el Teatro Reina Victoria, en el marco del Festival de Mérida en Madrid 2023, es un magnífico ejemplo de este tipo de incursiones contemporáneas y musicales en las piedras del teatro romano, donde sin duda debió de protagonizar un verdadero espectáculo esta pieza con textos de Fernando y Santiago Lancha y música de Woody Aragón, director asimismo del montaje, que, con seguridad hizo pasar una excelente noche al público que asistió a su estreno en Mérida, en agosto de 2022; como lo hizo ayer, en la segunda representación de su estancia en el Teatro Bellas Artes de Madrid, que se prolongará hasta el 30 de julio.         

Con una estética cercana al universo de las ilustraciones cómicas de Astérix y Obélix llevadas al cine, Woody Aragón ha diseñado un espectáculo ligero y muy divertido, en colaboración con los hermanos Lancha, que juega con la parodia y la astracanada musical, a partir de una historia de romanos con Nerón y Popea de fondo, inspirada en una patética conspiración de Pisón -aquí, además de senador, director de una escuela de gladiadores- que termina siendo un verdadero fiasco. Los creadores de este aroma romano dan vida a un simpático y anacrónico -como todo cuando sucede en esta intrascendente trama heredera del género bufo- bailarín, Cayo, cuya máximo anhelo es convertirse en saltator y dirigir la compañía imperial de danza algún día. Caído en desgracia y perseguido por Nerón, a causa de una torpeza que le obliga a escapar de palacio, se ocultará en lo que cree ser una academia de baile, cuando en realidad se trata de la escuela de gladiadores de Pisón, quien lo confunde con un terrible luchador llegado de los Cárpatos para instruir a sus esclavos guerreros. 

Tanto la confusión de Cayo como la de Pisón dan pie al permanente equívoco sobre el que se sustenta la trama de una comedia cuyo cauce de expresión y principal interés es, no lo olvidemos, la música. Son los diferentes números musicales que componen la obra el principal aliciente de un espectáculo nacido para cantar y bailar, coincidente en su finalidad con el mensaje último de una historia cuya conclusión, con sus dioses, esclavos, emperadores, soldados, gladiadores y bailarines-cantantes, es una invitación al goce de la vida frente a la cultura de la muerte, y al empleo de la risa -junto con la música y la danza- como bálsamo liberador del infortunio.

Muy oportuna y adecuada la escenografía ideada por David Pizarro -en la que destacan unos grandes estandartes rojos de impactante fuerza visual-, que combina armónicamente con la estética realista del vestuario diseñado por Anabela Lubisse y Gelsomina Torelli y enmarca sin disonancias, potenciando la acción y los números del espectáculo, el excelente trabajo realizado por un elenco de trece grandes actores, cantantes y bailarines encabezados por Leo Rivera (Cayo), Jaime Figueroa (un Nerón ante el que no tuvimos más remedio que rendirnos), Agustín Jiménez (Pisón/Júpiter) y Lorena Calero (Popea), en los papeles principales; a los que acompañan Javier Canales, Cecilia López, Antonio Villa, Pablo Ceresuela, Imanol Fuentes, Joan López, Mel Álvarez, María C. Petri y Fran del Pino.

Estamos convencidos de que El aroma de Roma, que ha venido a Madrid para hacernos más llevaderos los rigores del sofocante calor, salido de la chistera de este sorprendente mago creador que es Woody Aragón y los hermanos Fernando y Santiago Lancha, será una de las ofertas más atractivas de la cartelera madrileña en los inicios de este largo verano que nos aguarda. Hasta el 30 de julio, en el Teatro Reina Victoria de Madrid.

José Luis González Subías


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