Un Calígula demasiado grande para Cayo César


Producto creado ex profeso para la 66ª edición del Festival de Mérida, en 2020, Cayo César, el más cuerdo de los locos es una de las obras elegidas para ser representadas en los teatros Reina Victoria y Bellas Artes de Madrid durante este mes de junio. Obra del polifacético doctor Agustín Muñoz Sanz, médico especialista en enfermedades infecciosas, profesor, investigador y escritor capaz de adentrarse en los terrenos de la imaginación literaria y afrontar incluso la creación de textos dramáticos, la pieza en un acto -pero de extensión mayor- que estos días se representa en el Teatro Reina Victoria vuelve a mostrar, como ya lo hiciera en 2016 con Marco Aurelio -estrenada como Cayo César en el Festival de Mérida-, el interés de este autor pacense por la historia de la antigua Roma y su profundo conocimiento sobre la materia.

En nada se parece la figura elegida en esta ocasión como protagonista de su obra dramática al estoico filósofo emperador que fue Marco Aurelio. Su lejano antecesor, Cayo Julio César Augusto Germánico, o lo que es lo mismo, Calígula, ha pasado a la historia como el primero de los grandes tiranos lunáticos y megalómanos imperiales; lo que explica que, junto a Nerón, figura equiparable en demencia y despotismo a la de aquel, haya resultado particularmente interesante como personaje dramático. Ya lo hizo Albert Camus en un texto difícilmente superable; y ahora lo hace Muñoz Sanz, en un arriesgado tour de force personal del que el autor sale indemne.

Pero si el texto de Agustín Muñoz puede superar los mecanismos básicos de construcción dramática y calidad literaria, no ocurre lo mismo con otros aspectos del conjunto de la representación, que es preciso señalar. Sin embargo, cabe preguntarse antes cuál es la finalidad última -esto afecta a la autoría-, y novedosa, de la confección de un drama que recoge algunos momentos escogidos de la vida del emperador Calígula, desde su llegada al poder hasta su asesinato fruto de una conspiración encabezada por varios senadores y el jefe de la guardia pretoriana, Casio. Cabría plantearse la idoneidad del personaje para hacer una análisis de los mecanismos psicológicos, o de cualquier otro tipo, que conducen a un hombre a comportarse como un criminal caprichoso y cruel; una reflexión sobre la locura o sobre el derecho a quitar la vida al tirano en pro de la libertad o de la salvación propia... Cualquier tema, en definitiva, de altos vuelos, que, por desgracia, no se ve ni llega a despegar aquí hasta lo azul. Camus puede descansar tranquilo, pues su cetro permanece incólume.

Desde el inicio mismo de la acción, incluso antes, a juzgar por la escenografía elegida para un montaje de recursos escénicos algo pacatos, se aprecia una parquedad de medios escénicos que no tarda en manifestarse con la aparición y las primeras intervenciones de los diferentes personajes que pueblan la obra. Los ocho actores y actrices que conforman el reparto -Juan Carlos Tirado, Rocío Montero, Fernando Ramos, Miguel Ángel Latorre, Javier Herrera, Manuel Menárguez, Raquel Bejarano y Beatriz Solís- realizan un loable y correcto trabajo, que no va más allá de lo que puede pedírsele al pausado y poco ambicioso vuelo de la pieza que interpretan o del vestuario con que se adornan, coherente con la estética de cartón piedra elegida por el director Jesús Manchón para este montaje. Tan sorprendente y chocante respecto a la "grandeza" del personaje que protagoniza la acción como esa permanente banda sonora, con melodías de piano clásico, que rompen cualquier dramatismo para trasladarnos a la estética disonante de un astracán que no llega a ser comedia pero que resulta demasiado falso para ser tomado en serio.

Algunos buenos momentos se ofrecen al respetable -que avanzada la función, ya solo espera eso-, fruto de la imaginación y la veteranía de un director que sabe sacar muy buen partido a algunas escenas de la pieza, como la de la aparición en escena del famoso caballo Incitato, al que Calígula nombra cónsul, y el diálogo sostenido entre ambos; o la ingeniosa forma de presentar en escena las diferentes muertes, incluso violaciones, causadas por el emperador. También la de este.    

En nuestra opinión, Cayo César, el más loco de los cuerdos adolece de algunos de los defectos más habituales en ciertas piezas que se estrenan todos los años en el Festival de Mérida, escritas ex profeso para este multitudinario acontecimiento. En primer lugar, su carácter circunstancial a veces redunda en un estilo precipitado y poco madurado, al igual que su pretensión, que no suele ir más allá del fin inmediato para el que fueron escritas, siendo primero luminaria impetuosa, luego solaz estival; después fuesen y no hubo nada. Por otra parte, es frecuente asimismo que estas obras, pensadas para la magnificencia escenográfica natural del teatro romano de Mérida, al ser llevadas a otros escenarios se resientan de la falta de un verdadero diseño espacial propio, cuya ausencia puede dar la sensación de una simplicidad escenográfica no pretendida en la intencionalidad inicial del montaje.

Todavía quedan unos días para presenciar en el Teatro Reina Victoria este Cayo César de Agustín Muñoz Sanz, dirigido por Jesús Manchón, que estará en escena hasta el próximo 11 de junio. Como siempre, vayan al teatro y juzguen ustedes mismos.

José Luis González Subías


Comentarios

Entradas populares de este blog

Una "paradoja del comediante" tan necesaria y actual como hace doscientos años

"La ilusión conyugal", un comedia de enredo donde la verdad y la mentira se miran a los ojos

"Romeo y Julieta despiertan..." para seguir durmiendo