"El sueño de la razón" produce arte en manos de Antonio Buero Vallejo


Una de las acepciones utilizadas para definir lo que es un "clásico" es la vigencia de su significado a través del tiempo, junto con el empleo de unos recursos formales reconocibles -e igualmente imperecederos- que hacen experimentar, al receptor de la obra, la sensación de hallarse ante algo conocido y esperable, previsible incluso, sin dejar de ser al tiempo novedoso y sorprendente -la sorpresa esperada y la revelación conocida-. Algo así sucede al contemplar sobre el escenario del Teatro Español El sueño de la razón, una creación dramática de Antonio Buero Vallejo que sigue teniendo hoy la misma validez que cuando fue estrenada en el Teatro Reina Victoria de Madrid, en 1970. Mucho ha cambiado la España de aquel tiempo respecto al de hoy, como lo había hecho desde 1823 -año en que se sitúa la acción de la pieza- al momento de su escritura y estreno; y, sin embargo, cuánto nos dicen y qué cerca sentimos las palabras de este clásico contemporáneo cuyos textos -poco habituales hoy en nuestra escena- ofrecen la factura de un tipo de literatura dramática que se agradece y -creemos- se necesita en los escenarios.

Si al magisterio del teatro de Buero Vallejo le añadimos el de un director de escena tan "clásico" en su hechura y veteranía como el maestro José Carlos Plaza, el resultado no puede ser más que redondo, completo, perfecto. La cohesión y coherencia escénicas, a las que he aludido con anterioridad en estas "bambalinas" como rasgo imprescindible de cualquier creación dramática, se percibe con nitidez -y sin esfuerzo- desde principio a fin de la historia dramatizada; centrada, en este caso, en los últimos momentos vividos por el pintor Francisco de Goya en la conocida Quinta del Sordo -en cuyas paredes creó las Pinturas Negras-, antes de marcharse a Burdeos, en un exilio voluntario donde falleció pocos años después. La tensa situación que se vive en Madrid tras el regreso del absolutismo a España afecta directamente a un Goya que se niega a rendir pleitesía a Fernando VII, quien a su vez desea humillar su orgullo y hacer suplicar su protección y clemencia a quien considera un declarado amigo del liberalismo. El acoso y la presión a que se ve sometido el pintor, que llegará a la más cruel humillación y escarnio -recibidos tanto por él como por su amante y compañera Leocadia-, pondrán de manifiesto la fragilidad de la condición humana y cómo la necesidad de sobrevivir aflora ante un terror capaz de someter las más dignas causas y voluntades.   

Buero Vallejo, como buen cultivador del drama histórico, acierta a inspirarse en sucesos y personajes del pasado, de interés dramático, proclives a proyectarse en una realidad presente a la que sin duda alguna aluden las palabras y la intencionalidad del texto. La ambientación como tal es perfecta, y no es preciso ir más allá en la búsqueda de verdades históricas exactas, cuando de lo que se trata es de conseguir un "efecto" histórico suficientemente verosímil donde transite la verdad poética, que es la que realmente persigue el autor. El pintor zaragozano, Fernando VII, el padre José Duaso, el doctor Arrieta, Leocadia (ama de llaves y posible concubina de Goya) y Gumersinda (esposa de su hijo Javier) son personajes que existieron realmente; y el dramaturgo, siguiendo una ley más importante en el arte que el principio histórico, la de la libertad creadora, ha recreado con ellos un drama sólido, absolutamente coherente, en torno al tema de la opresión y de la libertad.

Resulta sorprendente leer algunos comentarios en la prensa tras el estreno de la obra en 1970, que, haciendo una lectura acertada sobre la trasposición necesaria del siglo XIX al presente, refiriéndose al "monstruo de crueldad" y "el más innoble de los seres" que fue el rey felón, lo identifican sin embargo con los absolutismos del este de Europa o los del continente americano, sin mención alguna -por convicción o por necesaria supervivencia, como en la obra de Buero- a la realidad española de entonces (ABC, 8-II-1970); al igual que no deja de sorprender la escasa dificultad con que las denuncias "posibilistas" del teatro de Buero Vallejo -también escenas de una dureza bastante más habitual en el teatro del último franquismo de lo que suele pensarse- fueron aceptadas por la censura. Lo cierto es que El sueño de la razón sigue siendo, más de medio siglo después de su creación y estreno, una obra con la suficiente fuerza y verdad -no solo poética- para conmover y alcanzar esa emoción intelectual a la que se llega junto con la comprensión y la reflexión.

A todo ello nos invita y conduce, como señalábamos, no solo el texto de Buero Vallejo, sino la inteligente habilidad de un creador escénico como lo es José Carlos Plaza, adaptador de la pieza y director de una propuesta teatral que lleva su indiscutible sello de calidad. Calidad de la que hace gala el sobresaliente equipo artístico que acompaña y da forma a su creación, del que nos gustaría destacar la sugerente y efectiva escenografía e iluminación diseñadas por Javier Ruiz de Alegría, cuyo estilizado realismo -en perfecta sintonía con el vestuario de Gabriela Salaverri- se adecúa perfectamente a la intencionalidad simbólica de la obra, y el fascinante trabajo audiovisual de Álvaro Luna en torno a las pinturas negras goyescas. Un montaje que cuenta con el atractivo -y la dificultad- de trasladar la sordera de Goya -como ya hiciera el autor con la ceguera en otras ocasiones- al público que asiste al espectáculo, lo que dota tanto a la interpretación de Fernando Sansegundo (Goya) como a la del resto de los intérpretes que interactúan con él, de una especial dificultad, y genera una tensa expectación -e interés- respecto a lo que sucede en escena. 

Un generoso y efectivo elenco de diez actores y actrices completan el despliegue de medios con que cuenta esta importante producción que echó a andar al inicio de la temporada pasada en el Teatro Principal de Zaragoza y que, nueve meses después de aquel estreno, desde el 9 de junio, se representa en el Teatro Español de esta capital. Encabezado por un excepcional Fernando Sansegundo que encarna con absoluta credibilidad a Goya, completan los principales papeles Ana Fernández (espléndida en su papel de Leoncia), Carlos Martínez-Abarca (que representa un impecable doctor Arrieta), Jorge Torres (un excelente capellán Duaso), Chema León (genial en su original interpretación del monarca) y Montse Peidro (Gumersinda); a los que acompañan, completando el extenso reparto de personajes que completan la acción, Marta Heredia, Álvaro Pérez, Marco Pernas y Steve Lance.

Es El sueño de la razón una de las obras más serias y de mayor calado que hemos visto en este cierre de temporada. Una gran producción de un gran texto, obra del posiblemente mejor dramaturgo español de la segunda mitad del siglo XX, Antonio Buero Vallejo, que todo amante de la cultura, de la literatura y del teatro debería conocer. Todavía podrá hacerse, hasta el 9 de julio, en el Teatro Español. Muy recomendable.

José Luis González Subías


Fotografías: marcosGpunto

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