"La viuda blanca y negra", adaptación teatral de la novela homónima de Ramón Gómez de la Serna, por Francisco J. Parejo Santiago


Haciendo un paréntesis en su actividad habitual y el fin para el que nació La última bambalina, nos gustaría ofrecer a nuestros lectores una sugerencia, una invitación para leer -cómo no- teatro, aprovechando la placidez del descanso estival.

Recientemente ha caído en nuestras manos una singular y muy interesante obra dramática firmada por Francisco José Parejo Santiago (Sevilla, 1962), que lleva por título La viuda blanca y negra (Éride, 2023). Precedido de un breve prólogo de Ignacio del Moral -magnífica carta de presentación-, este drama en tres actos es una adaptación teatral de una novela homónima del siempre sorprendente, sugerente y vanguardista escritor madrileño Ramón Gómez de la Serna (1888-1963), quien publicó esta bella y delicada obra narrativa donde aflora el pulso de la parsimoniosa, detallista y poética mano de los escritores de hace un siglo, allá por 1921. Hace ya tiempo que la obra original fue definida por David Serrano-Dolader (1996) como una teatralización o dramatización del proceso narrativo, por lo que su adaptación al teatro por Parejo Santiago es una constatación práctica del germen teatral que el texto de Gómez de la Serna portaba.

Y es que efectivamente, como afirma Ignacio del Moral, la obra de Francisco J. Parejo tiene el difícil mérito de adquirir entidad propia como "pieza teatral autónoma", sin perder la musicalidad de la escritura ramoniana y sin traicionar su contenido, cuyo final choca violentamente con el que hubiera sido esperable -o deseado- en nuestros días.

Los treinta y cuatro capítulos que conformaban el texto de Gómez de la Serna han sido recogidos y transformados por el autor sevillano en una pieza estructurada en catorce escenas, distribuidas en tres actos, de los cuales es el primero el que presenta una mayor extensión -ocho escenas en las que se condensa más de la mitad de la novela- y desarrollo. Entre este y el tercero, Parejo Santiago incluye un segundo acto de invención propia, de notable valor dramático y literario, en el que recrea, con distintos saltos temporales, los momentos previos a la marcha de Cristina del hogar que compartía con su marido Rodrigo, un violento maltratador causante de la pérdida del hijo que esta llevaba en su interior.

El dramaturgo ha sido capaz de intercalar una obra propia en el interior del drama, emanada de este, que actualiza y aporta -en un acentuado contraste- un descarnado realismo a un texto que se mueve, en los actos primero y tercero, entre la sugerente evanescencia de una literatura novecentista impregnada de rescoldos románticos. Francisco José Parejo ha sabido mantener y recrear, teatralmente, el lenguaje de unos personajes cuyas maneras y estilo responden inequívocamente a un tiempo pretérito, de hace un siglo, casi decimonónico, donde se manifiestan las costumbres burguesas -de regusto aristocrático- de entonces. Sus excelentes y extensas acotaciones son otro importante recurso literario y dramatúrgico del autor, que no solo da muestra con estas de su completa visión del espacio escénico y de sus dotes de director, sino que nos traslada a la obra de grandes dramaturgos precedentes del pasado siglo como Jardiel Poncela, Alejandro Casona, Buero Vallejo o Jaime Salom, entre tantos otros.

Parejo Santiago muestra un verdadero conocimiento y dominio tanto de la escena como del tiempo dramático y la palabra teatral, y un acertado -y arriesgado- gusto al fijar su atención en un texto que si hace cien años fue sin duda provocador y heterodoxo, a la luz de su contenido, hoy sigue siéndolo por el carácter otorgado al personaje femenino que protagoniza la historia y el desenlace de esta; chocante y, probablemente, incómodo. Esa incorrección "política" -podría decirse moral- que la obra de Gómez de la Serna presentó a los ojos de su tiempo y sigue haciéndolo, por motivos muy distintos, en el nuestro, ha sido mantenida -haciendo justicia a la verdad poética y respetando la libertad creadora de nuestros autores pasados- por el adaptador de esta obra, que sigue resultando sorprendentemente atrevida.

La viuda blanca y negra es mucho más que la dramática historia de una esposa maltratada que desea olvidar su pasado, incapacitada para el amor y entregada al voluptuoso e impersonal deseo. La compleja personalidad de Cristina, su dualidad -simbolizada en el contraste de sus luctuosas ropas y su pálida y encendida piel- entre el anhelo de libertad y su deseo de ser sometida a la fuerza de una virilidad insana y violenta, convierte a este personaje, más allá de una víctima -sin dejar de serlo-, en un ser enfermo y contradictorio, antítesis del anhelo ideal femenino.

Confesaba Ignacio del Moral lo revelador que le resultó, tras la lectura de esta versión teatral, hacer lo propio con la novela de donde procede para apreciar la pericia del adaptador. Y confesamos también nosotros, después de adentrarnos en el universo dramático creado por Parejo, nuestro interés no solo por volver a disfrutar del inquietante, esteticista y siempre sorprendente mundo de Ramón Gómez de la Serna, que Francisco José Parejo ha sabido teatralizar y hacer suyo, sino del teatro de este interesante dramaturgo que sin duda alguna hay que conocer. Recomendamos empezar a hacerlo con La viuda blanca y negra, un drama más que apropiado para ser leído y que merecería ser llevado a escena.

José Luis González Subías


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