"La viuda blanca y negra", adaptación teatral de la novela homónima de Ramón Gómez de la Serna, por Francisco J. Parejo Santiago
Haciendo un paréntesis en su actividad habitual y el fin para el que nació La última bambalina, nos gustaría ofrecer a nuestros lectores una sugerencia, una invitación para leer -cómo no- teatro, aprovechando la placidez del descanso estival.
Y es que efectivamente, como afirma Ignacio del Moral, la obra de Francisco J. Parejo tiene el difícil mérito de adquirir entidad propia como "pieza teatral autónoma", sin perder la musicalidad de la escritura ramoniana y sin traicionar su contenido, cuyo final choca violentamente con el que hubiera sido esperable -o deseado- en nuestros días.
El dramaturgo ha sido capaz de intercalar una obra propia en el interior del drama, emanada de este, que actualiza y aporta -en un acentuado contraste- un descarnado realismo a un texto que se mueve, en los actos primero y tercero, entre la sugerente evanescencia de una literatura novecentista impregnada de rescoldos románticos. Francisco José Parejo ha sabido mantener y recrear, teatralmente, el lenguaje de unos personajes cuyas maneras y estilo responden inequívocamente a un tiempo pretérito, de hace un siglo, casi decimonónico, donde se manifiestan las costumbres burguesas -de regusto aristocrático- de entonces. Sus excelentes y extensas acotaciones son otro importante recurso literario y dramatúrgico del autor, que no solo da muestra con estas de su completa visión del espacio escénico y de sus dotes de director, sino que nos traslada a la obra de grandes dramaturgos precedentes del pasado siglo como Jardiel Poncela, Alejandro Casona, Buero Vallejo o Jaime Salom, entre tantos otros.
La viuda blanca y negra es mucho más que la dramática historia de una esposa maltratada que desea olvidar su pasado, incapacitada para el amor y entregada al voluptuoso e impersonal deseo. La compleja personalidad de Cristina, su dualidad -simbolizada en el contraste de sus luctuosas ropas y su pálida y encendida piel- entre el anhelo de libertad y su deseo de ser sometida a la fuerza de una virilidad insana y violenta, convierte a este personaje, más allá de una víctima -sin dejar de serlo-, en un ser enfermo y contradictorio, antítesis del anhelo ideal femenino.
Confesaba Ignacio del Moral lo revelador que le resultó, tras la lectura de esta versión teatral, hacer lo propio con la novela de donde procede para apreciar la pericia del adaptador. Y confesamos también nosotros, después de adentrarnos en el universo dramático creado por Parejo, nuestro interés no solo por volver a disfrutar del inquietante, esteticista y siempre sorprendente mundo de Ramón Gómez de la Serna, que Francisco José Parejo ha sabido teatralizar y hacer suyo, sino del teatro de este interesante dramaturgo que sin duda alguna hay que conocer. Recomendamos empezar a hacerlo con La viuda blanca y negra, un drama más que apropiado para ser leído y que merecería ser llevado a escena.
José Luis González Subías
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