La límpida sutileza de la "Rabia", en manos de Claudio Tolcachir


Reflexiones encontradas surgen en nosotros al hablar de Rabia, ese límpido y bello monólogo representado magistralmente por Claudio Tolcachir, en la sala Juan de la Cruz del Teatro de La Abadía, desde el pasado 14 de septiembre.

Basado en la novela homónima del escritor argentino Sergio Bizzio, adaptada con destreza y acierto por el propio Tolcachir, junto con Lautaro Perotti, María García de Oteyza Mónica Acevedo, el texto resultante conserva un alto grado de esencialidad literaria, que se adueña del teatro, modulado por la acariciante, medida y siempre exacta precisión de un maestro del arte de la interpretación como demuestra ser Claudio Tolcachir, cuya técnica es, sencillamente, admirable. En su cuerpo y en su voz, la palabra cobra vida para guiarnos en un recorrido inquietante y sinuoso donde la soledad del silencio, que se escucha y se percibe, es compartida por el espectador, convertido a la vez en "lector" de una excelente obra -y ese es el principal e importante reparo que le ponemos- narrativa, surgida de la imaginación creadora de un novelista.

No cabe duda de la fuerza y el interés dramático de un texto como Rabia, donde el amor, la soledad, la decrepitud moral y el crimen conviven bajo un mismo techo, convertido en un asfixiante laberinto kafkiano, con tintes literarios que nos trasladan a la gran tradición del cuento fantástico y de intriga argentino. El trabajo no solo de adaptación sino también de dirección llevado a cabo por Lautaro Perotti y Claudio Tolcachir es una auténtica lección de conocimiento y dominio de la estructura dramática y del ritmo y el espacio escénicos. El montaje presentado en La Abadía funciona como un complejo mecanismo de relojería, sin fisura alguna, perfectamente medido en todos los detalles del espectáculo visual y acústico, sensorial, que es el teatro: impecables la iluminación de Juan Gómez Cornejo y el espacio sonoro creado por Sandra Vicente, que sirven de esencial apoyo a la sugerente y muy efectiva escenografía diseñada por Emilio Valenzuela, a partir de una escalera movible capaz de hacernos sentir la enormidad y el aislamiento de la mansión donde transcurre la historia, con el importante apoyo de un justo empleo de la videoescena, a cargo asimismo de este.

Todos son elogios por nuestra parte al excelente trabajo que vimos ayer en el Teatro de la Abadía; y, sin embargo, sigue pareciéndonos que esta proliferación de adaptaciones teatrales de obras creadas con un fin muy distinto resulta un ejercicio forzado, e innecesario, de trasmutación de un texto nacido para ser disfrutado y vivido en la confortabilidad de una butaca, a la luz de una lámpara de salón. Algo tan elemental como que la novela narra normalmente sucesos ya acaecidos que deben ser reconstruidos con la imaginación, y el teatro recrea y representa sucesos que se desarrollan directamente ante nuestros ojos, en un tiempo presente "real", parece no importar demasiado hoy a los creadores -o a los productores de estas creaciones-, que se obstinan en hacer pasar por gato lo que nació para ser liebre, con el inconveniente de que, en muchas ocasiones, la ausencia de un conflicto claro y efectivo que guíe la acción -no es gratuito este término- dramática o la esencial dilatación de los sucesos narrados, dé como resultado una inevitable lentitud argumental, el desapego del interés y, en última instancia, el temido aburrimiento del público (advierto que no es este el caso). Dejar en manos del talento de los actores y del equipo artístico la eficacia de una producción dramática puede ser suficiente para salvarla y ofrecer un trabajo digno; pero, ¿qué necesidad hay de malgastar lo que, enfocado en una obra realmente teatral, de altura, podría ser sublime?

Estas son las reflexiones encontradas a las que aludíamos al comienzo de este artículo. Rabia, en nuestra opinión un excelente trabajo teatral en todos los sentidos, cuenta con el atractivo de permitirnos contemplar en escena a un actor de primerísimo nivel, con una personalidad arrolladora, y un montaje perfecto a partir de un texto de enorme calidad literaria. Motivos más que suficientes para asistir a cualquiera de las funciones que todavía podrán disfrutarse, hasta el 8 de octubre, en la sala Juan de la Cruz del Teatro de La Abadía. No se lo pierdan; merece la pena.

José Luis González Subías


Fotografías: Lucía Romero

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