Locura, amor y muerte en "La madre de Frankestein", un excelente homenaje teatral a la memoria y el legado de Almudena Grandes


Un bello, intenso y soberbio espectáculo teatral es lo que han conseguido crear Anna Maria Ricart Codina y Carme Portaceli en esta brillante adaptación de La madre de Frankestein (2020), la última novela publicada por la escritora madrileña Almudena Grandes, tristemente fallecida hace ahora dos años. Portaceli deja su firma en un impecable trabajo de dirección que extrae a la sobresaliente adaptación escrita por Ricart, capaz de convertir una extensa novela de más de quinientas páginas en un impactante texto dramático -con sus inevitables ribetes narrativos-, todo su potencial escénico.

Estrenado el 29 de septiembre en el Teatro María Guerrero, y con todas las localidades agotadas hasta el 12 de noviembre, en que finalizará su estancia en Madrid, este impresionante montaje, que no deja -no puede dejar- indiferente al espectador, cuenta con todos los elementos necesarios para ser recordado como una de las propuestas escénicas de mayor calidad de la presente temporada. Todo funciona milimétricamente, como un conjunto armonioso y perfecto construido por Portaceli a partir de un texto excepcional, con entidad y estilo propios frente al original del que parte, por un equipo artístico de exquisito nivel: la iluminación (a cargo de David Picazo), el vestuario (diseñado por Carlota Ferrer), el diseño audiovisual (Miquel Àngel Raió) o la escenografía de Paco Azorín y Alessandro Arcangeli, que juega con conceptos y elementos empleados con anterioridad por Azorín, característicos de su visión del espacio escénico, reconocible en un minimalismo de dimensiones fastuosas y el empleo de escogidos objetos sobredimensionados que adquieren un carácter simbólico; obviamente, manipulados y orquestados por la directora del montaje.

Ricart ha mantenido en su adaptación las líneas fundamentales de la novela de Almudena Grandes, inspirada a su vez en hechos y personajes reales -mezclados con la ficción-, tomando como eje vertebrador la historia de Aurora Rodríguez Carballeira (Blanca Portillo), controvertido personaje de la España más oscura, que, tras asesinar a su hija con varios disparos mientras dormía, en junio de 1933, permaneció ingresada durante la mayor parte del resto de su vida en el manicomio de Ciempozuelos, donde fallecería por un cáncer a finales de 1955. Con saltos temporales que reconstruyen los sucesos que llevaron a este personaje a cometer tan atroz crimen -Carballeira afirmaba haber destruido el experimento fallido de una hija, Hildegart, que no cumplió con lo que esperaba de ella y para lo que la había creado-, Almudena Grandes, y con ella la obra que nos ocupa, ofrece una visión descarnada y sucia de la España franquista, a partir del retrato deshumanizado de las fuerzas represoras, corporeizadas en varios de los personajes, símbolos del omnímodo poder del estado y la Iglesia. 

A esa España de 1954 regresa Germán Velázquez (Pablo Derqui), destacado psiquiatra de origen español afincado en Suiza, para incorporarse al manicomio donde está encerrada doña Aurora, a la que conoció de niño el día en que esta confesó su crimen ante su padre, también psiquiatra. Germán se encontrará con un mundo muy distinto al que dejó tras abandonar el país durante la guerra, y deberá hacer frente a la opresión y la asfixiante y atemorizada -también delatora- atmósfera que vive a su alrededor, mientras trata de desarrollar el tratamiento experimental para la cura de la esquizofrenia que lo ha traído de vuelta, al tiempo que establece una cercana e íntima relación con la enajenada asesina que hará renacer en esta el deseo de reintentar, ya anciana, su fracasado experimento. Íntima y cercana es también la relación que surge entre el doctor Velázquez y la joven enfermera María Castejón (Macarena Sanz), tercer pilar, como personaje, de una historia intensa y emotiva que durante casi cuatro largas horas de representación mantiene el corazón del espectador encogido y permanente el interés por cuanto sucede en escena.

Magistral el trabajo conjunto de un elenco de actores de primera línea: Ferran Carvajal, Jordi Collet, David Fernández "Fabu", Gabriela Flores, Belén Ponce de León, José Troncoso... encabezados por un trío de ases -Pablo Derqui, Blanca Portillo y la muy joven Macarena Sanz- cuya altura ofreció el brillo de las grandes estrellas sobre el escenario. Impecables; de premio.

La madre de Frankestein, que permanecerá en Madrid hasta el 12 de noviembre, en el Teatro María  Guerrero, tiene todos los ingredientes para ser uno de los acontecimientos teatrales de esta temporada, y los afortunados que hayan conseguido alguna entrada -están todas agotadas- podrán corroborarlo. Ni siquiera su desmedida extensión -nuestros cuerpos y mentes no están acostumbrados a cuatro horas de teatro, ni con descanso incluido- y en ocasiones la laxitud impregnada del tempo narrativo pueden hacer sombra a lo que, a todas luces, es un trabajo teatral de una calidad superior. Señoras y señores, aquí se juega en otra liga.

Una gran producción, en definitiva, a la altura de lo esperado de la colaboración entre el Centro Dramático Nacional y el Teatre Nacional de Catalunya, que tan fructíferos resultados ha dado hasta ahora y, estamos seguros, seguirá haciéndolo en el futuro.

José Luis González Subías


Fotografías: Geraldine Leloutre

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