El teatro como terapia frente a los traumas de infancia y adolescencia


Una tendencia muy extendida en la práctica escénica contemporánea es la utilización del teatro como válvula de escape o reencuentro curativo con experiencias traumáticas del pasado de algunos autores -especialmente autoras-, que han encontrado en la escritura y confesión pública de sus traumas infantiles y adolescentes una suerte de catártica sanación personal por la vía del exhibicionismo de las propias miserias. Complejos, bulimia, acoso, inaceptación del yo, relaciones enfermizas con los padres... todo un abanico de patologías de carácter psicológico recogidas en cualquier manual al uso, de una sociedad obsesionada por catalogar y diagnosticar, desde niños, la multitud de formas de acercamiento a la realidad que los seres humanos debemos afrontar en nuestras vidas.

La exposición del yo sobre el escenario, con la intención de regurgitar -a veces contra el público, a quien incluso en ocasiones se culpa y se juzga desde la sagrada tribuna de las tablas-, con mayor o menor intensidad, el dolor del dramaturgo, ha sido llevada a su máxima expresión por autoras como Angélica Liddell; pero no es necesario ir tan lejos para encontrar la práctica del onanismo umbilical adornado con los ropajes del teatro, ejemplos pueden encontrarse sin mucha dificultad cada poco tiempo en las salas del circuito tanto comercial como alternativo. 

Ni que decir tiene que estos desahogos en forma de monólogos más o menos camuflados de diálogos escénicos no han despertado nunca mi interés como espectador. Por muy grande que sea el actor o actriz que interprete al personaje -pues se trata de obras de un único personaje, el autor, por supuesto-, este tipo de montajes adolecen del necesario ritmo dramático que el diálogo, armazón elemental del texto dramático, aporta a este; así como la existencia de un conflicto que se extienda más allá del limitado círculo del yo conmigo. Los tormentos íntimos del ser han sido parte esencial del teatro desde sus inicios; pero este debía enfrentarse a un conflicto moral, personal, de alcance universal, de cuya resolución dependía el desarrollo y el desenlace de unos acontecimientos que excedían los límites del yo. Quizá volvemos al inacabado debate sobre el alcance y las limitaciones de los géneros literarios; es posible que la confesión pública del dolor propio sea más adecuada al íntimo espacio de la lectura y a su reposado tiempo de asimilación y disfrute. Es posible también que todo cuanto estoy diciendo no tenga sentido alguno...

Lo cierto es que esta reflexión no es más que un inútil intento de rehuir la responsabilidad autoimpuesta de exponer mi opinión sobre los espectáculos teatrales vistos en la capital. Pero, como analista de la realidad teatral, sería injusto callar lo observado y existente en ella. Así que, con brevedad, cumpliré con mi "obligación" y lanzaré una fugaz mirada sobre ¿Por qué no te quedas?, texto de Victoria Cerrada y Carmela Méndez, protagonizado por la primera y dirigido por esta última, centrado en exponer con todo detalle los motivos que condujeron a una adolescente, casi niña, a desear perder la virginidad cuanto antes, y el trauma asociado al dolor padecido en las variadas situaciones en que se entregó, sin placer alguno, a una práctica sexual para la que no aún no estaba preparada.

Expresada ya mi opinión sobre un texto que no me interesó y cuyo contenido, en alguna ocasión, llegó incluso a resultarme desagradable, debo destacar en cualquier caso el buen planteamiento de la puesta en escena, y la muy adecuada dirección de Carmela Méndez, así como la resolución de la escenografía por parte de esta y de la propia Victoria Cerrada, encargada asimismo de una iluminación que me pareció muy efectiva. Me gustaría destacar asimismo el buen trabajo de Alberto Fraga como actor, que dio la réplica -una réplica casi callada, pero muy eficaz como fórmula para evitar la monotonía del discurso monologado- a una Victoria Cerrada que, aunque lo dio todo en escena, realizó una actuación, a mis ojos, excesivamente académica y fría, impostada, falta de verdad -a pesar de la acentuada dosis de verdad de lo dicho-. En cualquier caso, son indudables tanto su preparación como sus enormes posibilidades como actriz y creadora.

Solo hay un modo de averiguar si mi percepción de esta pieza es ajustada o errada, y es asistiendo a la próxima -y de momento última- función de ¿Por qué no te quedas?, el viernes 24 de noviembre, en La Sala. Como siempre, el público tiene la última palabra.

José Luis González Subías


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