El mejor Sanchis Sinisterra se alza en el Teatro de La Abadía con "El lector por horas", un clásico del teatro español fin de siglo


Desde el pasado 24 de noviembre se representa, en el Teatro de La Abadía, El lector por horas, un complejo y denso texto de José Sanchis Sinisterra, estrenado por primera vez en 1999, con el que Juan Diego alcanzó entonces el Premio Max al mejor actor protagonista. No le quedaría grande este premio a Pere Ponce, quien interpreta, en este nuevo montaje dirigido por Carles Alfaro, a Ismael, ese lector contratado por el pudiente Celso (Pep Cruz) para hacer visibles con su voz las palabras, nacidas de los libros, a las que la invidente Lorena (Mar Ulldemolins) no puede acceder por sí misma. Este interesante planteamiento, que no habría dudado en utilizar Juan Mayorga, otorga a la obra de Sinisterra un inevitable -y buscado- componente metaliterario que se despliega a lo largo de toda la historia como parte indispensable de esta. Párrafos de El gatopardo, Madame Bovary o Pedro Páramo se alternan con textos de Durrell, Joseph Conrad o Schnitzler, en un recorrido de lecturas sin duda personales de Sinisterra que son, junto con un ingrediente indispensable de la acción, un homenaje y un guiño personal del autor a una literatura de la que se ha nutrido y con la que, en buena medida, ha construido su propio personaje.

Desde el primer momento, las tres figuras que protagonizan la pieza muestran una tensa y a veces incómoda relación marcada, inicialmente, por un vínculo estrictamente laboral. El condescendiente, distante y frío tono con que Celso trata a su empleado, y el hermetismo inicial de Lorena hacia esa voz impersonal -requisito exigido para ocupar el puesto- que la visita cada día, manifiestan una visible situación de desventaja, de inferioridad social -que no cultural- por parte de Ismael respecto a estos, evidenciada en una actitud que podríamos calificar de servil, nacida de la necesidad de ese trabajo. Tras cada sesión, cada lectura, la intimidad de Lorena e Ismael se acentúa y la presencia de este en la casa comienza a traspasar la barrera de esa impersonalidad exigida en su contrato. Las lecturas de Ismael pronto dejan de ser asépticas, y las palabras emanadas de los libros que sostiene en sus manos cobran cada vez un significado más hondo y más lacerante, o liberador, en una Lorena que no tardará en manifestar la existencia de un mundo oculto tras su ceguera lleno de sombras y deseos. La oscuridad que impregna gran parte de la acción se extenderá a unos personajes que, tras la máscara con que se presentaron, comienzan a mostrar nuevos rostros no siempre tan amables como la primera impresión quiso ofrecer.

La oscuridad, la inquietud y la densidad de una atmósfera que resulta casi asfixiante en ocasiones, sin que pueda saberse con exactitud cuál es la causa, se corresponde con la oscura y opresiva iluminación otorgada por Carles Alfaro a la escena, junto con la escenografía creada por este y Luis Crespo, presidida por un solemne sofá y dos sillones chéster, con una mesita de salón -todo en color negro-, además de un piano discretamente ubicado a un lado de la escena, del que Lorena arrancará algunas melodías y notas en distintos momentos, y una lámpara de pie que iluminará el espacio donde Ismael suele sentarse a leer. Contribuyen a generar esa inquietante atmósfera de aspecto onírico -sin perder por ello su componente realista- las proyecciones de Francesc Isern.

Pep Cruz
, Pere Ponce y Mar Ulldemolins realizan un extraordinario trabajo actoral que constituye -junto con el texto- uno de los grandes atractivos de un montaje, en conjunto, de un enorme valor artístico. La imponente voz y presencia de Cruz ofrecen el peso de una gravedad que ancla la escena al realismo, la intensidad y el magnetismo de Ulldemolins nos adentra en el misterio de la historia, y Pere Ponce se alza sobre estos para adueñarse del espacio y el tempo de una acción que dirige con su voz y carisma; una auténtica lección interpretativa que nos cautivó.

El lector por horas es una densa y compleja pieza teatral que atrapa y seduce con las palabras y su prolongación en la vida. Una magnífica oportunidad de recordar uno de los grandes textos dramáticos de José Sanchis Sinisterra, escrito en plena madurez, por el que obtuvo el Premio Max en el 2000 al Mejor Autor Teatral en castellano. Permanecerá, hasta el 17 de diciembre, en la sala Juan de la Cruz del Teatro de La Abadía.

José Luis González Subías


Fotografías: Teatro de La Abadía

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