"Los bufos madrileños" reivindican la existencia del teatro clásico decimonónico y lo mucho que el teatro posterior le debe


Ayer, en el Teatro de la Comedia, asistimos a un acontecimiento que esperamos marque un antes y un después en la brillante trayectoria de la Compañía Nacional de Teatro Clásico, cuya consolidada posición como baluarte de nuestra dramaturgia tradicional -así llamaban los antiguos al hoy denominado teatro clásico- le permite adentrarse en otros periodos de nuestra historia escénica, hasta ahora olvidados, en los que el teatro español vivió un esplendor envidiable. Así ocurrió en un siglo XIX paradójicamente desterrado de nuestras tablas, siendo esta la centuria en que la industria teatral alcanzó su madurez y en la que mayor número de autores y obras poblaron las muy numerosas salas teatrales que nacieron entonces.

Entre los miles de dramaturgos -no hay exageración alguna en la cifra- que protagonizaron aquel periodo, Luis Mariano de Larra (Madrid, 1830-1901) -hijo del malogrado escritor romántico- ocupa un lugar destacado, por su contribución al teatro con cerca de un centenar de obras que abarcan todos los géneros; incluida la forma musical por excelencia de aquel tiempo, esto es, la zarzuela, en sus múltiples variantes. Ya llevaba más de quince años ofreciendo este tipo de piezas a la escena cuando se estrenó, en el Teatro del Circo, el 14 de septiembre de 1867, Los órganos de Móstoles, zarzuela bufa escrita por el autor, con música de José Rogel, que sería incluida en el repertorio de los Bufos Madrileños, la compañía creada en 1866 por Francisco Arderíus, actor, cantante, director de escena y empresario teatral, que tuvo la revolucionaria idea de reproducir en Madrid el tipo de teatro musical, ligado al ámbito genérico de las "variedades", que triunfaba entonces en París. Sus Bufos Madrileños -más tarde denominados Bufos Arderíus- acapararon enseguida el interés del público, que brindó su favor y sus aplausos a El joven Telémaco, Hacer el oso, La trompa de Eustaquio, Un muerto de buen humor, La isla de las monas y tantas otras, cuyos títulos dan cuenta del tono -además del ingenio, la modernidad y el descaro- de estas obras y permite entender la desafección de ciertos sectores críticos y literarios, que arremetieron contra lo que consideraban una afrenta al arte dramático.

Debemos agradecer y aplaudir la iniciativa del director de la CNTC, Lluís Homar, y su asesor dramatúrgico, Xavier Albertí, de plantearse la posibilidad de crear un espectáculo basado en la figura de Arderíus y su teatro, y haberle ofrecido este proyecto a un profesional con la trayectoria y solvencia de Rafa Castejón. Posiblemente ningún otro podía haber asumido y resuelto un reto de estas características con la brillantez, naturalidad y elegancia de quien es, a nuestros ojos, uno de los mejores actores de este país; sobre el que reposa -añadimos que con merecido orgullo- el bagaje de una larga tradición familiar que aflora en la bien timbrada voz y en cada uno de los gestos y palabras de sus personajes. Desde la humildad y el respeto a un teatro -el de Arderíus- que hollaba por primera vez, pero también desde el conocimiento real del hecho escénico, Castejón ha sabido encontrar en Los bufos madrileños el tono, el ritmo y el encaje adecuado en la dramaturgia contemporánea de aquella zarzuela bufa -Los órganos de Móstoles- escrita por Luis Mariano de Larra hace más de ciento cincuenta años, así como la música de José Rogel, que adorna e ilumina la acción ideada por el libretista en un espectáculo que es puro divertimento, intención -muchas veces doble- y colorido.

Se respira libertad, alegría de vivir y disfrutar, y retranca, mucha retranca, en un género y una obra cuyo contenido -un padre viudo, harto de tener a sus tres hijas casaderas en casa, que las saca a subasta en el periódico con la intención de encontrarles marido; tres pretendientes tan disonantes en sus gustos como los "órganos de Móstoles", y un don Juan Tenorio que mantiene de tal solo el nombre- difícilmente se le hubiera ocurrido escribir hoy a nadie; pero que, sin embargo, funciona y sigue provocando las mismas carcajadas que despertaría hace más de cien años. ¿Acaso no es eso teatro clásico?

Rafa Castejón ha hecho un trabajo redondo, sin fisuras, un mecanismo perfecto, en un espectáculo que no solo ha dirigido sino en el que ha mostrado su capacidad dramatúrgica al incorporar un prólogo de su cosecha, muy didáctico y bien traído -incluso necesario-, donde él mismo, como actor, explica al público quién fue Francisco Arderíus y cuál su labor al frente de su compañía teatral, los Bufos Madrileños, que, como muy bien ha sabido ver Castejón, suponen una auténtica revolución en el panorama teatral español del último cuarto del siglo XIX. ¡Qué acertado anda al afirmar que "muchos autores teatrales de la primera mitad del siglo XX deben mucho a Francisco Arderíus y a todos los dramaturgos y compositores que escribieron para los bufos".

Impecable el trabajo del equipo artístico de que se ha rodeado el director: la sobria y efectiva escenografía de Alessio Meloni, sin apenas atrezo -un piano, un diván, una mesita y una silla-, teñida de un tono granate que domina un escenario al que se le ha dado amplitud y posibilidades de movimiento y de planos con la incorporación de varios niveles escalonados; el elegante y sugerente vestuario -pleno de colorido- diseñado por Gabriela Salaverri, la iluminación a cargo de Juan Gómez-Cornejo, la coreografía de Nuria Castejón o la dirección musical de Antonio Comas. Como impecable y delicioso es el brillante trabajo actoral de un reparto formado por Clara Altarriba, Chema del Barco, el propio Rafa Castejón -qué gran figurón cómico su don Juan-, Antonio Comas, Paco Déniz, Eva Diego, Natalia Hernández, David Soto Giganto y la pianista Beatriz Miralles. Un perfecto ejemplo de cómo la maestría interpretativa no está reñida con el dominio del canto, que los actores de esta bufonada demuestran dominar con sobrado arte y gracejo.

Un gran espectáculo teatral de enorme valor e interés, con el que la Compañía Nacional de Teatro Clásico se ha marcado un buen tanto. ¡Enhorabuena por esta aventura, que esperamos sea solo el inicio de nuevas apuestas por un teatro español decimonónico donde se ocultan grandes tesoros escénicos y literarios, y el germen de la modernidad de la escena española del siglo posterior. Estrenada el pasado 21 de diciembre, Los bufos de Madrid permanecerá hasta el 14 de enero de 2024 en el Teatro de la Comedia. Háganse un favor y no se la pierdan.

José Luis González Subías


Fotografías: Sergio Parra

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