Marta Poveda se estrena como directora en el montaje de "La francesa Laura", un desconocido texto de Lope de Vega


Lope, de nuevo Lope, merecido Lope y siempre Lope, como bien ganó a pulso y pluma su excelsa fama hasta nuestros días, no deja nunca de sorprender y admirarnos con su bien pulido verso y sus andariegas ideas, que lo hacen cabalgar a lomos del teatro y la vida como quien fue, el padre de nuestra comedia áurea. No hace aún un año del increíble hallazgo de una nueva obra, hasta ahora desconocida, del Fénix de los Ingenios, en un manuscrito anónimo del siglo XVII conservado en la Biblioteca Nacional, y ya tenemos este texto rodando por los escenarios gracias a la iniciativa de la Fundación Siglo de Oro, quien ha tenido el acierto de contar para la puesta en escena de La francesa Laura, respaldada por la experiencia acumulada tras muchas comedias del Siglo de Oro a sus espaldas, con el talento, la fuerza y la entrega de Marta Poveda.

Estrenada el 30 de noviembre en la Sala Verde de los Teatros del Canal, ayer domingo se despidió de público de Madrid, ovacionado como se merecía, un montaje que nos satisfizo y nos interesó en sus muchos matices y registros. Poveda, actriz consumada que ha demostrado suficientemente su carácter, personalidad y valía sobre las tablas, ha sabido transmitir estos valores al compacto, bien preparado y efectivo elenco de actores con el que ha trabajado, creando un producto de altos valores estéticos y dramáticos, más allá de los que el propio texto de Lope de Vega presenta. Un tándem que pocas veces falla sobre un escenario: un director de talento y una obra de calidad; a los que se suma un grupo de intérpretes de probada valía y un equipo artístico a la altura.

En el marco escénico de un corral de comedias al uso -el montaje no cuenta con escenografía alguna más allá de la reproducción exacta del tablado del corral de Almagro, muy semejante al existente en el Corral Cervantes de Madrid, sede de los montajes de la Fundación Siglo de Oro- se desarrolla esta historia ambientada en Francia, que tiene como protagonista a Laura (Sheyla Niño), hija del duque de Bretaña, casada con el conde Arnaldo (Agus Ruiz) y pretendida por el Delfín heredero al trono (Ángel Ramón Jiménez), quien aprovecha la ausencia de su marido, enviado a Inglaterra para establecer una alianza matrimonial entre las dos coronas, para tratar de seducir a su fiel y enamorada esposa. Un argumento harto utilizado en la literatura -no solo escénica; recuérdese El sombrero de tres picos alarconiano-, no por conocido menos efectivo como motor del conflicto dramático, que nos permitirá asistir a los enredos urdidos en torno a Laura por su acosador y sus aliados sirvientes, y nos adentrará en los efectos de la pasión, la desconfianza y los celos, hasta alcanzar, partiendo de una comedia palaciega, la densidad trágica de un drama de honor calderoniano cuya solución, en un oportuno quiebro nacido del vitalismo esperanzado de Lope, hace emitir un respingo de alivio al público que asiste acongojado a cuanto está sucediendo en escena. Un fantástico -y agradecido- final al que la directora del montaje ha sabido añadir, en los silencios gestuales de la actriz que interpreta a Laura, una hondura que supera el acomodaticio happy end lopesco y deja un no sé qué de inquietud sobre las tablas.

Acertados, funcionales y estéticos nos parecieron los atuendos utilizados en escena (diseñados por Gloria Caballero), capaces de trasladarnos al pasado haciéndonos sentir a un tiempo cómodos -una comodidad perceptible en los actores- con una ambientación que nos resultaba actual y cercana; como nos lo pareció la iluminación diseñada por Rodrigo Arribas, llena de matices y atmósfera.

No podemos dejar pasar el merecido elogio, y el recuerdo de sus nombres, a un magnífico elenco de actores cuyo trabajo nos pareció de gran nivel: Sheyla Niño, Manuela Morales, Macarena Molina, Agus Ruiz, José Juan Sevilla, Ángel Ramón Jiménez y Martín Puñal

Fuera de algunos detalles que personalmente nos parecieron poco acertados -ese Blue moon elegido como tema musical, que nos sacaba de la historia cada vez que reconocíamos sus notas- o innecesarios -volver a soltar el sempiterno soneto de Lope donde se define el amor, antes de dar comienzo la obra-, el montaje que presenciamos ayer, en los Teatros del Canal, de La francesa Laura satisfizo todas nuestras expectativas respecto a un texto desconocido y el trabajo de Marta Poveda en su nueva faceta como directora. Muy oportuno y de gran belleza artística nos pareció el trabajo coreográfico-corporal empleado en muchos momentos de la acción, que aporta a esta una plasticidad visual envolvente, esta sí muy efectiva. Un montaje, en definitiva, ya ausente de nuestra cartelera, que merece la pena ver allá donde le lleven ahora sus pasos.

José Luis González Subías


Fotografías: Pablo Lorente

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