Una gran actriz, merecidamente homenajeada, y una isla que es solo aire


No podíamos faltar a la llamada de Nuria Espert. Su nombre es un reclamo para cualquier amante de la escena y un marchamo de calidad y excelencia. Calidad y excelencia que, si apreciamos en muchos momentos en la intención, el texto y, en general, en las actrices -con salvedades y diferencias- que intervienen en La isla del aire, el resultado final de este montaje dirigido por Mario Gas, que desde hace un mes se representa en el Teatro Español, no llega a alcanzar.

El drama escrito por Alejandro Palomas se inscribe en una tradición que aúna el realismo poético y el naturalismo psicológico, tratando de ofrecer un producto serio, reflexivo y profundo, destinado a provocar una reacción emotiva y analítica en el público. La obra de Palomas nos hizo recordar, por su ambientación, el tono de los diálogos y la relación entre los personajes, el teatro de Buero Vallejo, de Alejandro Casona o Jaime Salom; magníficos referentes dramáticos que alcanzaron la excelencia en el pasado siglo. Sin embargo, cuando el texto del dramaturgo barcelonés parece comenzar a atraparnos y seducirnos, se escapa de nuestro interés, dejándonos una sensación de inanidad languideciente. La soledad y la frustración que acompaña a los personajes creados por el dramaturgo, remarcada por una dirección que parece haberse adaptado a la lentitud tediosa del lenguaje y de un cierto tono declamatorio, impostado, en buena parte del trabajo actoral -salvando la excelente y natural interpretación de Clàudia Benito y Candela Serrat-, se extiende a la lacónica escenografía de Sebastià Brossa y la iluminación de Paco Ariza; más que adecuadas al tono general del montaje.

Cinco mujeres de tres generaciones distintas, pertenecientes a la misma familia, vuelcan sobre el escenario sus frustraciones, sus traumas y enfrentamientos, enmarcados por una compartida sensación de soledad y abandono, y una visceral animadversión hacia los hombres causantes de su dolor; frustración y enfermedad que alcanza también a un personaje ausente -una sexta mujer de la misma familia-, perdido trágicamente en las aguas como símbolo de un drama del que todas forman parte.

¿Con este planteamiento podía escribirse una gran obra dramática? Resulta difícil. El mismo autor reconoce que "Esto no es teatro", y explica el arranque lírico, fruto del amor y de un profundo dolor, ligado a la la pérdida de la madre -tan presente en escena-, que le impulsó a escribirla. Un bello y emotivo texto, sin duda, pero flojo para el teatro.

Ni siquiera la presencia de Nuria Espert encabezando este formidable elenco de actrices, también de tres generaciones -junto a esta, Vicky Peña, Teresa Vallicrosa, Clàudia Benito y Candela Serrat-, es capaz de salvar la languidez de una pieza y un montaje que parecen extraídos del pasado, con sabor a antiguo. Tampoco consigue hacerlo la eficaz y sugerente videoescena creada por Álvaro Luna con la colaboración de Elvira Ruiz.

El público aplaudió con suma generosidad el trabajo de las actrices y de todo el equipo; pero no nos cabe duda de que esos aplausos, puesto el teatro en pie, iban dirigidos especialmente a Nuria Espert, una grande entre las grandes, que a sus ochenta y ocho años se mantiene erguida sobre el escenario con la dulzura, inocencia, sabiduría, amor y respeto hacia las tablas que pisa como quien sabe que la verdadera vida, su vida, se encuentra en ellas. Solo por verla recibir esos merecidísimos aplausos, sus aplausos, merece la pena acercarse al Teatro Español para ver La isla del aire, que permanecerá en cartel hasta el 14 de enero.

José Luis González Subías


Fotografías: David Ruano

Comentarios

  1. Siempre el poder tener el privilegio de disfrutar a una gran actriz en escena es un momento que no tiene precio, pero lamentables es hacerlo con un texto que no esté a la altura de los intérpretes.
    No acabo de entender como se pierde de perspectiva el que el teatro como espectáculo al fin debe atraer y enganchar al público, aunque ello no deje de ofrecer la oportunidad de hacerlo pensar y volcar su emociones.

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