"La casa de Bernarda Alba", dirigida por Alfredo Sanzol, revive la pasión lorquiana en un montaje actual, lleno de frescura y dinamismo

 
La casa de Bernarda Alba... una vez más. Desde hace casi ocho décadas, no hay año en que no se haya estrenado o representado la más emblemática obra de Federico García Lorca sobre los escenarios españoles. Y, a pesar del previsible hastío que pudiera provocar la repetición de un mismo texto sobre la escena, lo cierto es que el interés por descubrir las peculiaridades y novedades que los diferentes directores que se han lanzado al reto de montar este clásico por excelencia del siglo XX pueden aportar sigue seduciendo al habitual espectador de teatro. A lo que debemos añadir la existencia de esa parte de público -en ocasiones, jóvenes estudiantes- que se enfrentan por primera vez con la obra lorquiana. De todo había entre el heterogéneo público que se dio ayer cita en el Teatro María Guerrero, en una de las dos funciones accesibles programadas para esta nueva versión de La casa de Bernarda Alba estrenada el pasado 9 de febrero, dirigida por Alfredo Sanzol.

Mucho nos atraía e interesaba ver el modo en que el autor y director de tantas obras de éxito, que ha sabido crear un tipo de comicidad y un estilo que lo identifica, se enfrentaba a este drama de hondo calado trágico, plagado de referentes visuales y tópicos previos. Y si Sanzol ha dado muestras sobradas, en su larga trayectoria como director, de ser capaz de enfrentarse con solvencia y éxito a cualquier reto -no hay más que recordar sus últimos estrenos, en su etapa al frente del Centro Dramático Nacional-, este vuelve a ser el resultado de un montaje que nos sedujo desde el primer momento. El fabuloso telón de encaje negro, abanico o toquilla enlutados, que al levantarse nos ofrece una historia callada, nacida para quedar en silencio, y desciende y se eleva rememorando los viejos cambios de acto habituales en el teatro tradicional, es un verdadero acierto y constituye uno -el primero- de los muchos atractivos del espectáculo. Es este un bello detalle estético de una escenografía, firmada por Blanca Añón, que juega con el minimalismo, potenciando el efecto expresivo y simbólico de unas paredes que son puras formas geométricas sobre las que se proyecta una iluminación cambiante, de enorme poder significativo.

La ligereza del diseño espacial elegido, en el que predomina la claridad y la luz en los tonos, forma un duro y muy expresivo contraste entre la oscura sobriedad -jugando con los blancos y alguna nota leve de color- del vestuario diseñado por Vanessa Actif -que, junto con el lenguaje, aporta el realismo a la escena- y unas formas espaciales, aventuradas en el ensueño de una fría abstracción que dota al montaje de un aire actual y vanguardista, perfectamente armonizadas en el conjunto de la historia. Como lo estaban, por intención, y por su efectividad estética y dramática, la ambientación sonora de Sandra Vicente y Pilar Calvo, y la música de Fernando Velázquez.

"Drama de mujeres en los pueblos de España", denominó Lorca a su pieza escrita en 1936. Y en ella legó a la posteridad quizá el retrato más perfecto, en el ámbito escénico, de las duras condiciones de vida de la mujer en la España de aquel tiempo, especialmente del ámbito rural y en la Andalucía granaína. Represión, castración, frustración, dolor, ansiedad, deseo, envidia, rabia y locura... son palabras que fácilmente pueden definir el cerrado y asfixiante universo creado por Lorca entre los muros de esa casa donde su único varón acaba de fallecer. La pieza se inicia con la muerte y el silencio impuesto por Bernarda, la madre, a esas cinco hijas condenadas al encierro y a una antinatural castidad que las devora, y al resto de mujeres que habitan la casa, incluidas la enajenada abuela, la fiel y razonable Poncia, y una criada.

Hasta un total de quince actrices se dan cita sobre la escena en este trabajo que hoy -casualidades de la existencia-, 8 de marzo, es un oportuno homenaje a la mujer. Toda ella, lo que fue y lo es hoy, con toda su fuerza, su lucha, su represión y su ansia de vivir en libertad, se manifiesta en esta poderosa producción que cuenta con el atractivo de su frescura, originalidad y dinamismo. Alfredo Sanzol ha conseguido, respetando el texto lorquiano y su sentido, crear un producto joven, ligero -sin perder su densidad-, cuyo ritmo hace que las escenas se sucedan con rapidez, conduciéndonos al desenlace sin apenas darnos cuenta.

Excelente trabajo conjunto el de las quince actrices que conforman el reparto, con una contundente y creíble Ana Wagener como Bernarda, al igual que Ane Gabarain en el papel de Poncia, y una espectacular Ester Bellver que creó una María Josefa inolvidable. Cumplieron con solvencia las actrices que dan vida a las cinco hijas de la pieza: Angustias (Patricia López Arnáiz), Adela (Claudia Galán), Magdalena (Belén Landaluce), Martirio (Sara Robisco) y Amelia (Eva Carrera); como lo hace el resto de un reparto cuyos nombres no queremos omitir: Isabel Rodes (excelente en su papel de Prudencia), Inma Nieto como criada, Ana Cerdeiriña, Chupi Llorente, Lola Manzano, Celia Parrilla, y Paula Womez; estas últimas, en calidad de mujeres del pueblo que acompañan a Bernarda y sus hijas en el velatorio inicial de la obra.

Un montaje, en definitiva, de calidad y con sorprendentes novedades en su planteamiento estético, con un magnífico trabajo de dirección que debemos sumar a la brillante trayectoria de Alfredo Sanzol, La casa de Bernarda Alba que estos días se ofrece en el Teatro María Guerrero, y que podrá disfrutarse hasta el 31 de marzo. Una muy interesante propuesta escénica y una apuesta segura que recomendamos no perderse.

José Luis González Subías


Fotografías: Bárbara Sánchez Palomero

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