"Casting Lear", de Andrea Jiménez, la esperanzadora catarsis del talento


Todo un regalo vivimos ayer en la sala José Luis Alonso, del Teatro de La Abadía, al tener la fortuna de asistir a un espectáculo teatral simplemente perfecto. Andrea Jiménez ofreció un verdadero despliegue de talento, sensibilidad, inteligencia y arte en su Casting Lear, una creación escénica que a buen seguro no olvidaremos. Si la trayectoria de la actriz, directora y autora madrileña hacía tiempo ya que apuntaba maneras, afianzadas en un creciente reconocimiento que la ha llevado a estar donde hoy se encuentra, la nueva producción creada, escrita y dirigida por esta (con la colaboración, en la dramaturgia y la dirección, de Olga Iglesias y Úrsula Martínez respectivamente), inspirada en El rey Lear, la convierte a nuestros ojos en uno de los grandes referentes de la escena española contemporánea.

Andrea Jiménez
nos ofrece una creación escénica llena de vida y realidad, pero también de ficción y arte, haciendo uso de la autoficción, de la narraturgia, la metateatralidad y la improvisación dirigida, en un montaje de estética vanguardista pero sin abalorios técnicos y asentado en un profundo conocimiento y uso de la palabra. ¡Qué fabulosa capacidad para acercar y hacer entendible la trama y las imágenes verbales de Shakespeare, confundiéndolas con la emoción y las voces de nuestro mundo, fusionadas en un mismo universo literario, hecho realidad y fábula a un tiempo! Mediante el juego teatral, la autoficción creada por Andrea cobra la dimensión de una tragedia shakespeariana, que humaniza y hace tangible convirtiendo a Lear y a su padre en una misma persona; del mismo modo que Cornelia, la hija menor del rey cuya historia revive en la de su progenitor -y viceversa-, es la propia autora. Excelente ejemplo de lo que la autoficción, bien tratada, puede dar de sí sobre un escenario.

La catarsis personal perseguida por la autora se transmite a un público que sigue su confesión biográfica con el mismo interés que revive los lamentos y penurias del rey Lear, abandonado y despreciado por sus hijas mayores, a quienes les ha dado todo, y protegido por aquella a la que repudió por mostrar la sinceridad y nobleza de su alma. El ejército francés que salva y repone en el trono al vilipendiado rey, comandado por Cornelia, es ahora ese público que apoya y alienta con su presencia a la heroica Andrea, y el abrazo de reconciliación y perdón entre padre e hija atraviesa los siglos y las páginas escritas para hacerse carne y lágrimas compartidas. Precioso, preciosos momentos vividos en un escenario que termina desapareciendo y convirtiéndose en un espacio intemporal, un tiempo ubicuo, construido con el don de la palabra y el arte de la interpretación.

La escueta y muy efectiva escenografía e iluminación diseñada por Judit Colomer, de alto valor estético en su utilización de un color negro sobre el que se irradia la luz, normalmente de tonalidad blanca, responde al fin perseguido por la directora, ofreciendo un permanente contraste tragicómico que oscila entre el dolor y la risa con la facilidad que se pasa de la luz a la oscuridad, de la vida a la muerte. 

En el pequeño tablado construido sobre el escenario, dentro del onírico espacio imaginado por Andrea Jiménez, se desarrolla un ejercicio de improvisación dirigida en el que cada día, y junto a ella, el actor Juan Paños dicta como intérprete apuntador las palabras elegidas del texto shakespeariano a un actor invitado -en una única función que no volverá a celebrarse-, que, sin conocer antes cuanto va a suceder en escena, debe interpretar el difícil personaje que la audaz directora le propone directamente ante el público: no solo al rey Lear sino a su propio padre fusionado en este.

En la función del domingo 14 de abril, los asistentes a esta original creación tuvimos la suerte de contar con José Luis Alcobendas como protagonista de una interpretación improvisada en la que sucedieron muchas cosas. La catarsis a que nos referíamos no solo afecta a la autora e intérprete fija de esta obra, y al público que participa del espectáculo, sino también al invitado que afronta el reto de entregarse con los ojos cerrados a cuanto le piden hacer. Ese actor supermarioneta, pero con vida y sentimientos propios, se deja llevar por un vaivén de emociones que terminan arrastrándolo y lo conducen a una experiencia personal también única e irrepetible. Excelente trabajo y entrega los de Alcobendas, quien nos ofreció una lección magistral de lo que es un actor sobre el escenario y nos mostró la materia de que está hecha el talento. 

Un talento del que Andrea Jiménez anda sobrada. Su actuación, llena de detalles que manifiestan su exquisita y completa formación, estuvo a la altura del invitado y juntos nos ofrecieron un hermoso recital de gran teatro, lleno de emoción, arte y vida.

Excelente trabajo asimismo el de Juan Paños, quien con la profesionalidad a que nos tiene acostumbrados, desenvolvió con maestría la difícil tarea de apuntador visible, alternada con la de algunos personajes necesarios en el devenir de la trama.

Uno de los montajes, en definitiva, más originales y de mayor calidad que hemos visto en la presente temporada. Andrea Jiménez llegó con la naturalidad con que se muestran los genios; habló, se movió y nos convenció, casi sin mostrar esfuerzo. Para quien les habla, con Casting Lear ha nacido una estrella. Háganse un favor; no se la pierdan. Hasta el 28 de abril, en la sala José Luis Alonso del Teatro de La Abadía.

José Luis González Subías


Fotografías: Sergio Parra

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