La belleza del monstruo calderoniano se adueña del Teatro de la Comedia, entre jardines, clarines y héroes mitológicos


Desde el pasado 5 de abril, la Joven Compañía Nacional de Teatro Clásico representa, en el Teatro de la Comedia, El monstruo de los jardines, una comedia mitológica de Calderón, escrita y estrenada en 1661, donde se hallan todos los recursos del dramaturgo palaciego y cortesano que fue en su madurez.

Es esta la primera vez que nuestra CNTC se fija en una obra apenas conocida del autor madrileño -si bien ha sido estrenada con anterioridad en dos ocasiones en Almagro, en sendos montajes de Ernesto Caballero (2000) y David Lorente (2017)-, y lo ha hecho delegando la responsabilidad en una Joven Compañía cuyo nombre no debe despistar, pues los montajes protagonizados por esta se hallan a la altura de su correlato maduro en profesionalidad y calidad. Arropados por un sólido equipo artístico, con nombres de la talla de Vicente Fuentes (asesor de verso), Mónica Boromello (escenografía), Felipe Ramos (iluminación), Ikerne Jiménez (vestuario) y Luis Miguel Cobo (composición musical y espacio sonoro), bajo la dirección de Iñaki Rikarte, los doce actores que dan vida al espectáculo (Íñigo Arricibita, Xavi Caudevilla, Cristina García, Ania Hernández, Nora Hernández, Antonio Hernández Fimia, Pascual Laborda, Cristina Marín-Miró, Felipe Muñoz, Miriam Queba, María Rasco, Marc Servera) realizan un trabajo conjunto impecable y digno de encomio.

La comedia nos traslada a los tiempos previos a la guerra de Troya, con un Aquiles (Pascual Laborda), cual Segismundo, oculto en una cueva de Esciro por su madre, la diosa Tetis (Miriam Queba), para salvarle de la inexorable muerte que el hado ha escrito para él. La trama urdida por el poeta mezcla un relato de carácter militar y prebélico, centrado en la búsqueda de Aquiles como héroe necesario de una guerra imposible de ganar sin su participación, y la historia amorosa que surge entre el mítico aqueo -cómicamente humanizado en esta versión- y Deidamia (Ania Hernández), hija del rey Licomedes (Íñigo Arricibita), quien a su vez se halla prometida con el príncipe Lidoro (Felipe Muñoz), el cual acaba de llegar a la isla con su criado Libio (Xavi Caudevilla) tras sufrir un naufragio. Los enredos provocados por el desdén de Deidamia hacia su prometido, el disfraz de Aquiles como mujer, para acercarse a su amada, o la característica cobardía del criado gracioso son solo algunos de los recursos de humor característicos de una comedia barroca que Calderón conoce y domina como pocos, a los que se suman la densidad conceptual y dramática -conscientemente rebajada en la versión de Rikarte-, y la belleza lírica, de un estilo calderoniano perfectamente reconocible en un montaje que, sin embargo, adopta una estética y unas maneras pretendidamente contemporáneas, en una mixtura de elementos que incluso adentrándose en la anacronía, resultan atractivos y armónicos en el collage espectacular que ha querido construir Iñaki Rikarte. Marchas militares españolas conviven con melodías de swing americano o rancheras mexicanas, y uniformes que recuerdan tanto a la legión como a dictaduras bananeras alternan con eclécticos diseños que nos trasladan a la época rosa estadounidense de los años cincuenta. Todo ello, enmarcado en una bella y ampulosa escenografía, de una gran efectividad tanto práctica como estética, capaz de reproducir una agreste montaña con su correspondiente gruta, como de transformarse en los elegantes jardines de un palacio real.

En nuestra opinión, quizá no sea esta una de las mejores y más singulares obras de Calderón de la Barca, pero su elección resulta tan acertada como podría haberlo sido cualquier otra del célebre autor barroco y de tantos otros dramaturgos que esperan pacientemente su turno. Lo cierto es que, si bien la historia parece languidecer en algunos momentos -lo que obliga al director a resucitarla por medio del color, el oportuno gag o la necesaria canción-, no tarda en revivir gracias al excelente trabajo de dirección apreciable en el montaje, plagado de detalles que resuelven difíciles situaciones escénicas a través de un aguzado ingenio teatral; como lo es esa plataforma giratoria que permite intercalar escenas e imágenes que aumentan la capacidad de movimiento y multiplican los espacios sobre el escenario.

Nos hallamos por tanto, y para concluir, ante un montaje muy solvente y de gran calidad -como no podía ser de otro modo en una producción de la Compañía Nacional de Teatro Clásico- que satisfará las apetencias del gran público -ese que tanto necesitamos para que el teatro siga vivo- y no defraudará a quienes sepan leer los innumerables signos de la escena y el hecho teatral; aunque quizá sí a los que busquen en la obra la quintaesencia del Barroco y de Calderón o ansíen ser sorprendidos con lo nuevo y diferente. No es así; El monstruo de los jardines es una muy buena obra media, con un excelente formato, que no creemos añada nada más a lo ya conocido de Calderón y del teatro clásico barroco. Una obra de repertorio que agasaja sin sofocar, deleita sin embriagar y seduce sin conmover, pero con altos valores escénicos dignos de ser apreciados, suficientes para satisfacer las apetencias de los amantes de la escena, quienes tendrán oportunidad de disfrutarla en el Teatro de la Comedia hasta el 26 de mayo.

José Luis González Subías


Fotografías: Sergio Parra

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