Una historia con cianuro y mucho teatro, de la mano de Juan José Alonso Millán, en Corral Cervantes


Volver a los clásicos es siempre un sano ejercicio de apertura de mente y aprendizaje, para seguir evolucionando sin olvidar de donde partimos. Y clásicas son las comedias de autores como el que hoy nos ocupa, testimonio escénico de un siglo ya pasado pero muy cerca aún para quienes lo vivimos.

En 1963, Juan José Alonso Millán (Madrid, 1936-2019) alcanzó con El cianuro, ¿solo o con leche un inesperado éxito que lo catapultó a la primera línea del teatro comercial español de los años sesenta. Aquella temprana obra del dramaturgo madrileño que tomaría el relevo de Alfonso Paso y heredó las formas de la comedia burguesa de enredo representada por Jardiel, Mihura y tantos otros, se estrenó ayer en el teatro Corral Cervantes de Madrid, en el marco del nuevo proyecto Otros clásicos de Oro, puesto en marcha junto con la UNIR y Jana Producciones. Una loable iniciativa, importante para la conservación y el disfrute de un inmenso patrimonio teatral cuyos clásicos desbordan el siglo XVII, que estamos convencidos obtendrá una excelente acogida y muy buenos resultados.

Con ser harto conocido el argumento de una obra tantas veces representada durante décadas -bastante menos en los últimos veinte años-, no viene mal recordar someramente su contenido, en atención a los lectores más jóvenes de estas líneas: en una provinciana casa de Badajoz, la solterona y amargada Laura, que vive con una madre inválida (Adela) y una sobrina (Justina) cuya discapacidad la convierte en víctima de la frustración de aquella, ha planeado, en connivencia con su madre, acabar con la vida de su nonagenario, resistente e insufrible abuelo, utilizando cianuro. La llegada del primo Enrique, médico traumatólogo, junto con su amante (Marta), una rubia explosiva que ha abandonado a su marido para fugarse con este, complica una noche -tormentosa para más inri- en la que merodea el lugar el peligroso sátiro de Badajoz y la policía -representada por el detective Marcial-, dispuesta a capturarlo. Añádanse a estos el marido de Justina (Llermo) al que se desprecia como estéril y unas vecinas (Socorro y Veneranda) aficionadas al cotilleo y a las visitas caseras, para hacerse una idea del cóctel de intriga y enredo que puede construirse con tales personajes.

Esta excelente comedia de humor negro, con tintes policiacos, es un magnífico ejemplo de un tipo de teatro perfectamente construido desde el punto de vista formal, donde los sucesos se enhebran y desarrollan ante los ojos de un espectador que observa -entre la sorpresa y lo previsible- con permanente interés, sin perder la sonrisa, los vericuetos por donde nos conduce el autor en busca de una solución al conflicto planteado. 

Buenas dosis de complicidad y apertura de mente requieren unas obras cargadas de alusiones, situaciones, personajes y comportamientos muy desfasados respecto al mundo en que ahora vivimos, incluso en ocasiones marcadamente incorrectos en relación con la rigidez con que se aceptan la realidad y los valores elegidos hoy como moralmente correctos. A la luz que nos separa de estos textos es posible apreciar la saludable libertad manifestada en la ironía, el ingenio, la mordacidad, el descreimiento o incluso el cinismo -esa inteligente y creativa forma de ocultar un yo que en realidad se desconoce- que sustentaba aquella literatura escénica. Y enmarcándolo todo, el humor; siempre el humor, canalizador de frustraciones, inquietudes, deseos y miedos. Estos autores, de los que Juan José Alonso Millán es un magnífico ejemplo, tenían la capacidad de reírse de sí mismos; de no dramatizar las situaciones ni la propia vida, desde una humildad y una comprensión de la imperfección humana que los engrandece.

La escenografía ortodoxamente realista -tendente a un minimalismo que deja al atrezo y el vestuario el peso de la ambientación- de esta nueva versión de El cianuro, ¿solo o con leche? dirigida por Jacobo Muñoz, comparte el sentido clásico que este ha pretendido dar a su montaje, cuyo espacio escénico, iluminación y ambientación sonora corren también a su cargo. El vestuario, que adquiere un importante peso en el conjunto, es obra de Rossel M. Peinador.

Baste, para concluir, destacar el buen trabajo realizado por los diez intérpretes -nada menos- que conforman el reparto: las actrices Cecilia Vilar, Eva Banet, Carmen Borreguero, Lara Loher, Cuqui Sangrador y Cristina Cerro, junto con los actores David Amaro, César Amat, Emilio Macías y Jaime Bayo.

Una buena elección y propuesta teatral esta pieza de Juan José Alonso Millán, que podrá verse en el teatro Corral Cervantes hasta el 31 de julio. Muy recomendable para cualquier edad y especialmente para las nuevas generaciones, que encontrarán en este lenguaje modelos escénicos que deben conocer.

José Luis González Subías


Fotografías: Nacho Sweet

Comentarios

  1. Wilfredo A. Ramos7 de abril de 2024, 6:36

    Excelente idea la de revalorizar textos del ayer cercano, que los extremos ideologizados de hoy coincidieran muertos. El valor del teatro estriba en que este siempre puede ser adaptado -sin ser destrozado- a los nuevos tiempos, porque al final hoy en día algunos habrá también que quieran hacer algún desayuno con arsénico.

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    1. Totalmente de acuerdo, sin el teatro de todo el siglo XX, no entenderíamos, como espectadores, no sólo el hecho teatral del momento, tampoco comprenderíamos la HISTORIA, (con mayúsculas), de nuestro país si, es que de verdad, la queremos entender, y entender sin polarizar, claro.

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