Porque el teatro, el arte y la vida son mucho más que "Una cuestión de formas"


Hasta ayer mismo no habíamos tenido oportunidad de ir a ver Una cuestión de formas, obra del dramaturgo estadounidense Neil LaBute (Detroit, 1963), un autor cuyo teatro ha despertado mucho interés en nuestro país y ha sido llevado a la escena española en numerosas ocasiones a lo largo de este siglo. También lo ha sido este texto, cuyo título original, The Shape of Things, fue estrenado en España ya en 2003 -tan solo dos años después de su estreno londinense y el mismo año en que la pieza fue llevada al cine, con dirección del propio LaBute-, en un montaje dirigido por Gerardo Vera y con el título de Por amor al arte.

Estrenado el 23 de enero de 2023, en el Teatro Filarmónica de Oviedo, el montaje que desde el pasado 4 de abril ha estado representándose en el Teatro Infanta Isabel -en una magnífica traducción y adaptación de Elda García-Posada- lleva la firma de Andrés Rus, un director con una sólida trayectoria como actor a sus espaldas que conoce muy bien los recursos y posibilidades del lenguaje escénico. Al frente de la compañía Calibán Teatro, fundada por este en 2015, junto a Elda García-Posada, Rus se mueve con soltura en la intimidad de la comedia y el drama íntimo, cercano, contemporáneo y realista, como ha demostrado en anteriores montajes de Strindberg o de Neil Simon, que desde La última bambalina tuvimos ocasión de comentar en su momento.   

No lejos de la estela dejada por estos autores clásicos del teatro contemporáneo se halla el trabajo de Neil LaBute, quien recoge en sus textos, tan políticamente incorrectos e incómodos en ocasiones como lo fueron en su momento los de sus predecesores, una larga tradición de teatro de situación y de palabra, bien fait en su impecable y medida factura, que constituye un referente de calidad y el vivo ejemplo de lo bien que sigue funcionando hoy la efectiva y necesaria simbiosis de literatura y escena. Afirmación aplicable en todos sus términos a Una cuestión de formas, una pieza con tintes de comedia, cuyo contenido dramáticamente serio se va desplegando a medida que avanza la representación. La irrupción de Evelyn (Esther Acebo), radical activista artística y vital, en la vida del anodino y bonachón Adam (Bernabé Fernández) pone patas arriba el confortable y pacífico mundo de aquel, quien, bajo la influencia de esa fascinante mujer y ante el estupor de sus más íntimos amigos, Jenny (Lluvia Rojo) y Philip (Chema Coloma), sufre una paulatina transformación que lo convierte en un hombre nuevo.

El mito de Pigmalión se vislumbra -y especialmente la obra de Bernard Shaw- en el experimento de esta implacable artista que mantiene en el engaño a todos, incluso a su propia creación, haciéndole creer que lo ama. Un Pigmalión nuevo, convertido ahora en mujer, del mismo modo que su escultura humana adopta en la obra de LaBute la forma masculina. Se han invertido los papeles, pero también el sentido que el dramaturgo quiere dar a su historia, cuyo final no deja en buen lugar a la manipuladora y fría artista que, en su experimento, juega con las vidas y los sentimientos ajenos sin importarle el alcance ético o moral de sus acciones, anteponiendo su  ambición y objetivos "artísticos" a la propia vida, y por supuesto al amor. Las herramientas que emplea para moldear a su Adam, entre ellas la mentira -¿en todo momento?- y la seducción sexual, son puestas en evidencia en un texto que roza lo políticamente incorrecto en su manifiesta acusación hacia ciertas prácticas de manipulación humana pocas veces visibles hoy en escena; pero también hacia un concepto del arte vacío, frío y esnob, que deja de lado las inquietudes humanas y los sentimientos, verdadero motor de la vida.

Una muy interesante propuesta literaria y escénica, de valioso contenido, puesta sobre el escenario con inteligencia y un impecable sentido de la construcción y el tempo teatral, por Andrés Rus, que sabe extraer del texto toda su potencialidad y aprovechar los esenciales recursos escenográficos diseñados por Mónica Teijeiro, consistentes en unas simples plataformas móviles que sirven para recrear cualquier mobiliario y unos espacios diversos que la colocación de una gran cortina blanca en el fondo del escenario, sobre la que Juanjo Llorens vierte un excelente diseño de luz, hace posibles. Muy acertadas nos parecieron asimismo las transiciones entre escenas, consistentes en un simple oscuro acompañado de acertadas y rítmicas composiciones musicales que mantenían el atractivo del espectáculo sin que la atención se perdiese, así como la proyección final del rostro del creador y la criatura, o de los amantes, con el dolor de Adam prevaleciendo frente a cualquier otra consideración.

Muchas lecturas pueden hacerse de un texto de tanta riqueza como este. Incluso algo de Adán y Eva hay en estos Adam y Evelyn; no solo en los nombres, sino en la prístina pureza e inocencia que el hombre pierde ante los atractivos de una mujer que encarna la tentación. Pero dejémoslo aquí. Bástenos añadir y destacar el excelente trabajo actoral de los cuatro intérpretes que componen el reparto: Esther Acebo, Bernabé Fernández, Lluvia Rojo y Chema Coloma. Fernández y Acebo asumen con solvencia y brillantez el mayor peso de la obra, no quedándoles a la zaga Lluvia Rojo y Chema Coloma, quienes protagonizaron asimismo algunas escenas de notable comicidad e intención.

Una cuestión de formas finaliza hoy, 5 de mayo, su estancia en el Teatro Infanta Isabel. Desde La última bambalina recomendamos sin ninguna reserva una obra y un montaje que sabemos con certeza proseguirá pronto su andadura en otros escenarios. En la primera ocasión que tengan, no lo duden y vayan a verla; no solo por disfrutar de la dramaturgia de Neil LaBute, sino del buen hacer de Calibán Teatro, una compañía cuyos trabajos nunca defraudan.

José Luis González Subías


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