"Agua, azucarillos y aguardiente" encabeza la trilogía de zarzuelas que el Teatro La Latina ofrece durante este mes de agosto en Madrid


La zarzuela, ese género tan nuestro que mantiene su atractivo y sigue despertando el interés del público -cierto es que de un público muy marcado sociológicamente, de una cierta edad, frente al desinterés de una población joven que aún no ha aprendido a degustar las delicias de tan refrescante licor-, a pesar de ese poso de casposa y trasnochada lejanía que ha querido utilizarse como baldón frente a él, se ha instalado en el Teatro La Latina durante este mes de agosto madrileño, para ofrecernos, de la mano de la compañía Clásicos de la Lírica, tres emblemáticas piezas de su repertorio.

Si bien son pocos los días en que cada una de las obras elegidas permanecerá en escena, serán suficientes para satisfacer la sed cultural de los veraneantes que hayan elegido la capital como destino turístico durante este tórrido mes -o de quienes, por necesidad o deseo, permanezcan en ella- y mantener viva la memoria y la melodía de unos títulos que son parte esencial de nuestro teatro lírico y nuestra historia escénica.

Se inició esta trilogía zarzuelística el pasado 7 de agosto, con Agua, azucarillos y aguardiente, la popular pieza escrita por Miguel Ramos Carrión, con música de Federico Chueca, estrenada por primera vez en el Teatro Apolo, en 1897. Esta característica zarzuela en un acto, perteneciente por su extensión al denominado género chico, presenta un conflicto característico de estas obras heredadas del mundo del sainete, marcadas por una ambientación costumbrista en las que sobresale el tipismo madrileño finisecular y unos desenlaces de resolución siempre simpática o feliz. La acción transcurre casi íntegramente en torno a un aguaducho del paseo de Recoletos, regentado por Pepa, en el ambiente festivo y estival de las fiestas de San Lorenzo, hacia cuya verbena se encaminan los protagonistas al finalizar la obra. Varias parejas de personajes intervienen en la acción: doña Simona y su hija Asia, a punto de ser desahuciadas por don Aquilino, un acomodado propietario que vive de las rentas de sus alquileres y de lucrativos préstamos; Pepa y su novio Lorenzo, un chulapo tan espabilao y echao p'alante como su alter ego Vicente, novio a su vez de Manuela, su antigua novia y encendida enemiga de Pepa. Completa el grupo de personajes centrales de la pieza don Serafín, fatuo y atiplado lechuguino hijo de un importante político que pretende seducir y engañar a Asia, tras dormir a su madre con unos polvos comprados en la farmacia y la supuesta connivencia de Pepa y Lorenzo. Pero estos engañarán a su vez al sinvergüenza, revelando el enredo a doña Simona y dándole a él esos simpáticos polvos que le harán dormir un plácido sueño que lo dejará a merced de unos ladrones, mientras todas las parejas, reconciliadas y amigas, se van felizmente a la verbena.

El montaje, dirigido por Luis Roquero y vestido con verdadero sabor de época, cumple las expectativas de lo esperado en una pieza tan popular y de siempre. Con un generoso reparto de más de una quincena de actores en escena y un nutrido coro de niños que aportan al conjunto una gracia, una heterogeneidad, un colorido y un movimiento singular que hacen las delicias del público, completa esta ambiciosa producción una orquesta de veinte músicos en directo dirigidos por Enrique García Requena. Encabezan el elenco destacados nombres de la lírica española, como las sopranos Margarita Marbán (Asia) y María Rodríguez (Pepa), la mezzosoprano Lola Casariego (Manuela), los tenores Alberto Porcell (Serafín) y David Santinella (Vicente) o el barítono Jesús Lumbreras (Lorenzo); acompañados, entre otros intérpretes, por una invitada de lujo, Charo Reina, quien da vida a una simpática y original doña Simona, llena de gracejo y desparpajo.

Tras cinco días de representación, hoy domingo, 11 de agosto, Agua, azucarillos y aguardiente se despide del público que ha aplaudido y disfrutado de este imprescindible espectáculo; al que sucederá, entre el 14 y 18 de agosto, La chulapona, una comedia lírica en tres actos -zarzuela mayor-, de 1934, con libreto de Federico Romero y Guillermo Fernández Shaw, y música del maestro Moreno Torroba; a la que seguirá, días después, La revoltosa, un nuevo regreso al género chico con esta famosísima pieza de 1897 -volviendo al espíritu finisecular- escrita por José López Silva y Carlos Fernández Shaw -padre del libretista antes citado-, con música de Ruperto Chapí. Un lujo de programación y un gran acierto, por parte de la empresa del Teatro La Latina, el ofrecerla. No se pierdan cualquiera de estas tres zarzuelas; o las tres, si han podido y pueden hacerlo. Merece la pena.

José Luis González Subías


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