"La revoltosa" despide por todo lo alto el ciclo estival de zarzuelas del Teatro La Latina


Cojo con gusto la pluma (léase, teclado) para dedicar unas líneas al acontecimiento teatral que tuvimos la fortuna de disfrutar ayer en el Teatro La Latina, donde se despedía el exitoso ciclo de zarzuelas que ha sentado sus reales en esta importante sala de la capital a lo largo del mes de agosto. Y lo hacía por todo lo alto, nada menos que con La revoltosa (1897), una de las obras cumbre del género chico español, con texto de José López Silva y Carlos Fernández Shaw, y música del maestro Ruperto Chapí.

Más allá del deleite de ver y reconocer la historia de amor y celos protagonizada por Felipe y Mari Pepa, cuya tensión amorosa se manifiesta en inolvidables escenas y melodías que han quedado grabadas en la memoria colectiva de un amplio sector de la población española que vive ya en su jubileo -reconocible en buena parte del público que asiste a estos espectáculos-, y de ver reproducido en escena un casticismo costumbrista de un inequívoco sabor a tradición, ayer pudimos apreciar con nitidez y detenimiento los enormes valores artísticos de estas piezas populares nacidas en el siglo XIX, que sobrepasan con mucho su dimensión de mero entretenimiento insustancial.

Si bien, como en todas las manifestaciones artísticas, hay notables diferencias en la calidad de unos autores y otros, La revoltosa es una obra maestra en su género. El texto de López Silva y Fernández Shaw, además de su gracejo y desparpajo, muestra el dominio de la palabra y la versificación de dos creadores que son grandes literatos. La tradición teatral de décadas previas se manifiesta con claridad en los diálogos mantenidos por los numerosos personajes que pueblan el escenario; todos ellos marcados por un característico deje popular madrileño, que había ido gestándose en una larga tradición de teatro cómico costumbrista visible al menos desde los sainetes de Ramón de la Cruz y otros muchos semejantes. El ingenio, la capacidad versificadora y el dominio de la lengua ofrecen excelentes resultados, que alcanzan momentos de gran poeticidad cuando la ocasión lo requiere y el tono de la acción se adentra en el sentimentalismo dramático.

Por su parte, Ruperto Chapí creó para este sainete lírico una bella orquestación de muy alta calidad estética, que, respetando el tradicional sabor popular de estas piezas, ofrece momentos de un intenso lirismo y pasajes que exigen de los cantantes un importante dominio del bel canto.

Impecable montaje de nuevo a cargo Luis Roquero, con el sello de profesionalidad que caracteriza a la compañía Clásicos de la Lírica y DRAO Producciones, bajo la dirección musical de Enrique García Requena, en el que resalta el planteamiento realista del espacio y la ambientación; con un extraordinario elenco de cerca de treinta intérpretes en escena y una orquesta de veinte músicos. Todo un despliegue de medios artísticos, técnicos y humanos que pone de manifiesto lo costoso de este tipo de producciones frente a otros géneros, y lo loable del esfuerzo de quienes se aprestan a afrontar un riesgo económico de tal envergadura, únicamente por amor a este género y en defensa de un patrimonio cultural que es de todos. Impagable hazaña digna del mayor reconocimiento y apoyo.

La poderosa soprano María Rodríguez dio a su Mari Pepa toda la intensidad y chulaponería que esta actriz imprime siempre a sus personajes; acompañándola como pareja el barítono Vicente Antequera. Lola Casariego, Charo Reina, Pedro Javier, Margarita Marbán, Gemma Soler, Miguel Ferrer, Alberto Porcell, May Lucas, Judith Margón, Carlos Ruiz y Víctor Toledo, entre otros, completan el generoso reparto de una producción que se despidió ayer del Teatro La Latina con el público en pie y recibiendo un calurosa ovación, más que merecida.

Esperamos que iniciativas como esta no tarden en repetirse, y sea algo habitual ver zarzuela en nuestros teatros durante todo el año, más allá del ilustre templo de la calle Jovellanos; o, al menos, que sus melodías sigan refrescándonos durante los largos estíos madrileños. 

José Luis González Subías


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