La elocuencia del silencio...

 

Cualquier estudiante de filología sabe qué es la expectativa frustrada; no la vital, que de esa algo conocemos todos, sino la ideada por el lingüista Roman Jakobson a mediados del siglo pasado como herramienta mediante la cual se persigue la función poética. Por desgracia, la "frustración" obtenida a veces tras asistir a un acto de fondo poético -esto es, artístico- no es de las que provoca el arrobo de placer ligado a la belleza estética, sino frustración, sin más, fruto de la decepción obtenida tras poner una alta expectativa en algo. Esta experiencia se vive en ocasiones también en el teatro.

No soy hombre de criticar el trabajo ajeno. Sí; cierto es que en esto estriba la labor de los críticos (¿acaso realmente lo soy?). Pero cuando la opinión, por muy cualificada y solvente que sea la voz de quien juzga el trabajo ajeno, zahiere la ilusión y las expectativas de quienes han invertido su tiempo, su esfuerzo y con frecuencia su dinero en un proyecto escénico, flaco favor creo que se le hace al teatro -y menos aún a las personas- proclamando públicamente lo que se consideran deficiencias en su labor. ¡Cuesta tan poco hacer daño con la palabra!  

La crítica puede hacerse oír de muchas maneras, y una de ellas, muy elocuente, es el silencio. Cuando es difícil salvar lo insalvable, lo que a todas luces es un fiasco, un producto fallido, resulta preferible callar. Basta con no publicitar aquello que no se considera lo bastante bueno, para dejar que vaya languideciendo por sí mismo. El público, y su opinión, transmitida de boca en boca como un reguero imparable que pronto se convierte en altavoz, respaldará o no el producto ofrecido, corroborando, con su asistencia -o inasistencia- a las salas y su reacción en el patio de butacas, la validez del espectáculo.

Por mi parte, y recordando la respuesta que una vez ofrecí a un malintencionado interlocutor que me preguntó, atendiendo a lo habitualmente positivo de mis críticas, si todo cuanto veía me gustaba o era bueno, concluiré afirmando, como hice en aquella ocasión, que solo escribo sobre lo que me gusta o sobre lo que creo merece la pena destacar (raras veces los defectos); cuando algo no me gusta, simplemente, guardo silencio.

José Luis González Subías

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