"La Fortaleza", de Lucía Carvallal, una autoficción contemporánea que conversa con el padre y con el sentido del teatro clásico


El yo, ese tirano absoluto de nuestro tiempo, sigue exhibiéndose en las tablas desde la seguridad de su fortaleza inexpugnable. Las historias de contenido autoficcional siguen dando juego -al menos así parece, por la insistencia en programarlas- en un mundo en el que la confesión pública de nuestros anhelos, temores, frustraciones y traumas, o simplemente vivencias personales, por regla general ligados a la relación paternofilial, se convierten en materia de consumo desde un altar escénico convertido en diván catártico. Bien, es una opción; hace cien años todavía se acudía a los teatros para presenciar sucesos extraordinarios o anomalías humanas diversas, por la curiosidad que estas despertaban -sin que en ningún momento, debemos aclarar, se confundieran estos espectáculos con la literatura dramática-. Es una opción, repito, y una forma de afrontar la creación teatral de la que han surgido en los últimos años grandes obras artísticas. Ahora bien, la exposición pública del yo -un yo real, no el de un personaje ficticio creado por el autor, aunque siempre haya en este reflejos de su creador-, normalmente doliente, tiene sus limitaciones escénicas, pues, inevitablemente, este tipo de piezas recurren a una serie de mecanismos no estrictamente teatrales -el más habitual, inevitable, es la narración de unos hechos- que restan dinamismo y ritmo a las obras, amén de un conflicto dramático que sirva de motor, norte y guía a la acción de los personajes.

Este es el principal reparo que ponemos a una obra, La fortaleza, que ha merecido una entusiasta acogida -casi unánime- por parte del público y la crítica especializada, desde su aparición en febrero de este año, en el mismo escenario donde ha vuelto a representarse, la sala Tirso de Molina del Teatro de la Comedia. Lucía Carballal, autora de esta compleja estructura teatral -y textual-, partiendo de un encargo de no poca dificultad, el de construir un texto escénico a partir de El castillo de Lindabridis de Calderón de la Barca, comedia cortesano-caballeresca que plantea la singular reacción de una princesa -propia de su tiempo- para conseguir reinar, ante la muerte ab intestato de su padre el rey, encuentra un vínculo -muy forzado, cierto es- con la pieza calderoniana recurriendo a la figura de su propio padre; tan ausente en su vida como el de Lindabridis en la obra de Calderón.

Y de este modo, tan por los pelos, utilizando una excusa tan válida como cualquier otra para hablar de sí misma, como viene siendo tan habitual en este invento contemporáneo al que hemos dado en llamar autoficción, la autora nos cuenta, quieras que no, la historia de la relación con su padre arquitecto, separado de su madre y al que apenas conoció, y que en Murcia alcanzó un gran éxito construyendo edificios cuya sobria arquitectura recordaba a la de las fortalezas medievales.

Sea, repito; aceptemos La fortaleza como obra teatral, al margen de esas puntuales recurrencias a la obra de Calderón, para hacernos recordar el motivo por el que esta pieza se exhibe en la sede de la Compañía Nacional de Teatro Clásico -siquiera en su sala "experimental", donde representa normalmente la compañía joven-, tan forzadas como el empleo también autoficcional de las tres actrices que conforman el reparto de la obra, quienes hacen de sí mismas -destacadas intérpretes de la CNTC durante muchos años-, y así se las presenta en una pantalla del escenario, interpretando a su vez al personaje de Lucía Carballal; o como lo son esos largos parlamentos extemporáneos, que otorgan en ocasiones a la obra un carácter metateatral -ya lo es el uso brechtiano de las tres actrices-, sin duda muy interesantes para los amantes del verso y del teatro clásico, pero muy a trasmano en relación con la historia de Lucía y sin duda muy lejos del interés de un espectador medio que, por despiste, acuda a la Tirso de Molina. Considerada en sí misma, más allá de estos motivos incorporados al texto y al montaje, La fortaleza se queda en un autoficción teatral más, con sus virtudes y los "defectos" apuntados al inicio de estas líneas; muy bien construida, eso sí, escrita por alguien que conoce bien el oficio y los mecanismos por los que se mueve la nueva dramaturgia contemporánea, con sus clichés y guiños al espectador más in -¿se sigue empleando esta expresión?- de hoy, normalmente joven estudiante de teatro, amigo o de la profesión.

Más allá de lo dicho, desde el punto de vista de la puesta en escena, el montaje dirigido asimismo por Lucía Carballal es excelente. Con una estructura perfecta, la autora y directora ha dosificado con habilidad los tiempos, utilizando con inteligencia a tres grandes actrices, de tono y ritmo muy diferentes -potenciados por la dirección-, que modulan la historia hasta llegar a su fin sin altibajo alguno. Eva Rufo, Mamen Camacho y Natalia Huarte -como no podía ser de otro modo- brillan en escena, dando a sus papeles -el mismo, salvo algunos momentos en que Rufo representa a la madre- su propia personalidad, sin que por ello se pierda el personaje referencial. Original y efectivo, lleno de matices simbólicos, nos pareció el espacio escénico diseñado por Pablo Chaves Maza -encargado asimismo del vestuario-, así como el uso de la videoescena, a cargo de Elvira Ruiz Zurita.      

De haber visto La fortaleza en las Naves del Español, alguna de las salas de los Teatros del Canal, o del CDN, es probable que no hubiéramos sido tan severos en nuestros juicios y nos hubiéramos evitado algunas de las reflexiones "críticas" expuestas en este artículo. En nuestra opinión, estos encargos de textos contemporáneos -como diálogos contemporáneos se presentan- a partir de piezas clásicas, en una institución pública como la CNTC, destinada a conservar y difundir nuestro patrimonio teatral antiguo (¿acaso no hay textos clásicos suficientes en un repertorio teatral tan rico -y tan desconocido, en muchos aspectos- como el nuestro?), están fuera de lugar y son una mera excusa para construir una programación cuando no se sabe, o no quiere saberse, qué obras de nuestro inmenso repertorio clásico antiguo podrían o merecerían ser puestas en escena. La autora ha incluido en su texto algunas interesantes reflexiones sobre el respeto a la tradición y su necesidad de conservarla que merecen ser leídas -sí, la lectura de los textos es un magnífico complemento a su puesta en escena- con detenimiento. 

Dicho lo cual, La fortaleza de Lucía Carballal les estará esperando en la sala Tirso de Molina del Teatro de la Comedia hasta el próximo 20 de octubre. Les ruego vayan a verla y comprueben la validez de mis palabras. Más allá de lo dicho, no tengan la menor duda de que verán un excelente trabajo teatral y a tres maravillosas actrices sobre el escenario.


Fotografías: Sergio Parra


Comentarios

  1. La auto ficción podemos considerarla como una manera más de exponer el narcisismo tan habitual en estos tiempos.

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