"Le congrès ne marche pas" o La Calòrica y el arte de hacer buen teatro


El congreso de Viena celebrado entre 1814 y 1815, que reunió en la capital austriaca a las principales potencias europeas de aquel tiempo tras derrotar a Napoleón, con la intención de evitar de nuevo el estallido de la revolución y mantener vivos los antiguos privilegios aristocráticos, propios del Antiguo Régimen, es el asunto tomado en esta ocasión por La Calòrica para ahondar en su peculiar forma de entender y afrontar el hecho escénico, marcada por su compromiso social e ideológico, desde un posicionamiento crítico respecto al poder, y un indudable conocimiento de la materia de que está hecha el teatro, que en sus manos se transforma siempre en un espectáculo de color, movimiento y vida, de indudable fuerza estética.

Y eso es lo que nos encontramos ayer en el Teatro Valle-Inclán, donde, desde el 2 de octubre, la talentosa compañía catalana ha ofrecido un montaje vibrante y perfecto desde el punto de vista de su confección dramática, en el que, gracias a la brillante dirección de Israel Solà y al excelente texto de Joan Yago, se desgrana y resume, desde la comedia y el sarcasmo permanentes, la historia y pormenores, entre salones y alcobas, de un congreso que durante muchos meses, entre lujos, fiestas y conjuras, convirtió en una bacanal la ciudad de Viena. Y todo ello, por si no fuera ya bastante complejo el asunto abordado -denunciar el despotismo político y económico, y su herencia, en forma de capitalismo-, empleando la lengua francesa sobre el escenario -el idioma que en aquel momento sabía emplear toda persona distinguida-, salpicada en ocasiones por el inglés, el ruso, el alemán o el español; si bien se sigue con facilidad la historia y los diálogos con la ayuda de una voz en off (Vanessa Segura) que narra los sucesos en español y una pantalla sobre la que se escribe la traducción cuando se necesita.  

Todo cuanto vimos ayer sobre el escenario rezuma inteligencia, frescura y originalidad. Nos hallamos ante un tipo de teatro que recoge las formas y maneras de la mejor tradición de la escuela dramática catalana -los fundadores de La Calòrica se formaron en el Institut del Teatre-, y sus rasgos de innovación y vanguardismo estético así lo atestiguan. El juego y la farsa lo dominan todo, sin que el punzante aguijón del mensaje que subyace tras las palabras y los actos se pierda.

Con un ritmo envidiable, sin fisura alguna, Israel Solà ha creado un espectáculo teatral redondo; arropado por un equipo artístico de enorme calidad: la majestuosa, y minimalista a un tiempo, concepción del espacio escénico diseñado por Bibiana Puigdefàbregas, capaz de trasladarnos a los salones imperiales de la Viena de 1815 apenas con unos trazos; el completo y bello vestuario a cargo de Albert Pascual, la iluminación de Rodrigo Ortega Portillo, y el contundente espacio sonoro creado por Guillem Rodríguez y David Solans. Nada menos que nueve intérpretes recrean en escena los acontecimientos escritos y descritos por Joan Yago; todos de primera línea. Un trabajo conjunto impecable. Tal cúmulo de talento y profesionalidad merece si quiera que sus nombres, a pesar de su elevado número, sean recordados en estas líneas: Roser Batalla, Joan Esteve, Xavi Francés, Aitor Galisteo-Rocher, Esther López, Tamara Ndong, Marc Rius, Carles RoigJúlia Truyol.    

Puro arte es cuanto vimos ayer en el Teatro Valle-Inclán, en una de las creaciones más originales y atractivas que hemos visto últimamente sobre los escenarios, llena de interés. Le congrès de marche pas, de Joan Yago, el nuevo trabajo de La Calòrica, permanecerá en escena hasta el día 20 de este mes. Si aún están a tiempo, no se lo pierdan; merece la pena.

José Luis González Subías

Fotografías: Sílvia Poch

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