La obra de Susan Glaspell se asoma a la escena española con "Bernice", un drama de alta densidad emotiva y psicológica, precursor del teatro realista norteamericano
Hasta ahora nunca se había representado una obra de Susan Glaspell (1876-1948) en nuestro país. El Teatro Español ha tenido la visión y el acierto de producir el montaje de uno de los textos dramáticos -el primero de larga extensión- de esta polifacética escritora de principios del siglo pasado, que, junto con el cultivo de la narrativa, dio un importante impulso al teatro estadounidense de su tiempo al fundar junto a su marido la compañía Provincetown Players (1915-1922), en la que trabajó como actriz y para la que escribió la mayoría de sus obras teatrales. Entre ellas, esta Bernice que se representa desde el 29 de octubre en la sala Margarita Xirgu del Teatro Español.
Escrita en 1919, la pieza de Glaspell, en una muy correcta traducción y versión realizada por Ignacio García May, es un producto, tanto formal y estéticamente como por su contenido, genuino de su tiempo. El realismo se afianza entonces, en buena medida gracias a la labor realizada por la compañía teatral de Susan Glaspell, como puntal sobre el que se construirá el llamado teatro moderno norteamericano. Fue en esta donde se dio a conocer un joven Eugene O'Neill que revolucionaría la escena estadounidense. Pero se trata de un realismo al que el simbolismo ha impregnado de un romántico y misterioso velo de misterio.
Es Bernice una obra compleja, de una exquisita confección literaria llena de poeticidad, cuyo espacio, palabras, personajes y situaciones evocan en nuestra memoria las voces de Synge y de Yeats, pero también las de Galdós y Unamuno, o de Ibsen; y por supuesto el latido de un O'Neill que tan cerca se halla de Susan Glaspell. La acción de la pieza transcurre en una solitaria y alejada casa familiar, donde se vela el cuerpo sin vida de Bernice -invisible para el público-, cuya poderosa presencia, aunque ausente, se plasma y hace visible en la misteriosa -y algo confusa- trama que envuelve a todos los personajes que protagonizan la historia. Desde el inicio mismo de la acción, potenciada por la iluminación de David Picazo y la escenografía misma de Monica Boromello -de excelente gusto, y una sobria elegancia, plena de realismo-, se percibe una atmósfera inquietante en escena que se extiende al espectador traspasando la obligada cuarta pared de este tipo de teatro, cuya factura es esencialmente realista. Como lo es el tono de los diálogos, el muy adecuado vestuario diseñado por Blas Ledoïc y la escenografía que enmarca el conjunto, cuya estética nos traslada a solariegas casas de historias para no dormir.
¿Qué es lo que sucede realmente en esa casa? ¿Cuál es la relación que existe, más allá de la amistosa y familiar, entre Craig Norris (Jesús Noguero), marido de Bernice, y Margaret Pierce (Eva Rufo), su mejor amiga? ¿Cuál es la causa del desapego y enemistad con que se tratan, especialmente por parte de Margaret? ¿Qué relación mantenían en realidad ambos con la fallecida? ¿Qué condujo realmente a la muerte a Bernice? ¿Por qué le pidió esta a Abbie (Esperanza Elipe), el ama de llaves de la casa, que le dijera a su esposo que se había suicidado? Todo son preguntas sin respuesta, veladas insinuaciones, conversaciones y palabras sueltas entre las que el espectador trata de desenvolver la madeja de una historia en la que las sombras ocultan la luz de la verdad. Este símbolo, siempre presente de uno u otro modo, y el deseo de ver, palabra que se repite de manera insistente en la obra, constituyen la clave temática de un drama en el que la necesidad de una sinceridad inexistente en las relaciones humanas se impone y reclama. La arrolladora personalidad de Bernice, lo que esta simboliza como mujer, con el respaldo incondicional de Margaret, en contraste con la figura de Laura (Rebeca Hernando), hermana de Craig, se proyecta, liberadora, en una casa donde todo es ella; y ante la cual el Sr. Allen (Javier Lago) se convierte en un padre inexistente y apocado, entregado al estudio de una lengua muerta que lo mantiene de espaldas a la realidad.
Paula Paz ha dirigido con mimo y mano firme un texto de gran complejidad, guiándolo con el tacto de quien ha sabido entender el mensaje y las palabras de su autora; del mismo modo que ha sabido transmitir, al privilegiado elenco con el que ha tenido la fortuna de contar, su belleza y hondo sentido. Esperanza Elipe, Rebeca Hernando, Javier Lago, Jesús Noguero y Eva Rufo realizan un soberbio trabajo interpretativo, perfecto, sin fisuras desde el punto de vista técnico, lleno de matices emotivos y psicológicos emanados desde la verdad; esa meta perseguida por Susan Glaspell, cuyo sentido va mucho más allá de la interpretación naturalista para proyectar un deseo liberador hacia el futuro.
No es muy frecuente encontrar este tipo de obras sobre el escenario. Teatro de palabra y actuación en estado puro. Una oportunidad única de conocer la obra de una escritora de hace cien años, que recoge la herencia dramática del pasado finisecular y abre las puertas a una dramaturgia nueva que marcó el rumbo de la escena estadounidense venidera, aún muy vigente entre los nuevos dramaturgos. Bernice, de Susan Glaspell, permanecerá en la sala Margarita Xirgu del Teatro Español hasta el 8 de diciembre. Una obra distinta, y de siempre, que no deberían perderse.
José Luis González Subías
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