"Nada", de Carmen Laforet, sube al escenario del María Guerrero de la mano de Joan Yago y Beatriz Jaén
Ante la imparable y parece que inevitable avalancha de adaptaciones de obras narrativas que pueblan los escenarios no queda más remedio que rendirse y esperar a que la moda pase algún día. Y, mientras tanto, tratar de disfrutar con este nuevo "género" que parece teatro, se viste como el teatro, y sin embargo no llega a serlo. En ocasiones los adaptadores son capaces de abandonar el modo narrativo de donde nace su texto para campar con libertad por la palabra en acción que supone el juego teatral; otras veces se aferran a la narratividad del discurso de tal modo que no hay forma de despegar los ojos del libro que el espectador ve y oye, como si el narrador fuera pasando las hojas ante él. Los resultados son dispares y diversos, por regla general con fogonazos de creatividad y despliegue de talento -a veces también de medios- que dan como resultado atractivos productos artísticos y escénicos; pero si hay algo común a estas creaciones, es la habitual presencia de un personaje narrador que guía la historia y cuenta los sucesos, creando ese marco ficcional imprescindible en el género épico pero que atenta contra el más elemental sentido de la poiesis dramática.
Ese es el principal reparo que hemos puesto en numerosas ocasiones desde La última bambalina a estas producciones, al margen del alto valor escénico que con frecuencia tienen. La adaptación de Nada, la célebre novela de Carmen Laforet que hace ya casi un mes se estrenó en el Teatro María Guerrero, a cargo de Joan Yago, es un magnífico ejemplo de la potencialidad escénica que puede alcanzar una novela; pero también de la dificultad y los inconvenientes que supone la traslación al escenario de una voz narrativa, máxime si esta se halla en una primera persona que el adaptador respeta escrupulosamente. El enorme y rico mundo interior desplegado por Andrea (Júlia Roch), protagonista y narradora de la historia, dota al texto y al montaje de una enorme belleza intimista, que contrasta con el sórdido mundo retratado por Laforet de aquella Barcelona de la inmediata posguerra, de un acentuado tono gris, donde la miseria, el dolor, los traumas heredados de un pasado muy reciente y la lucha por sobrevivir, focalizados en el entorno familiar de la joven huérfana recién llegada a la ciudad para iniciar sus estudios universitarios, se erige asimismo en protagonista. El contraste se acentúa también frente al ilusionado y desenfadado mundo universitario que se ofrece ante ella, ligado a una clase social diferente, de mayores posibles y aspiraciones.
Excelente la captación del sentido y el tono de la novela a cargo de Joan Yago, respetados y hábilmente plasmados por Beatriz Jaén, en una dirección de altísima calidad, con un profundo sentido del ritmo -a pesar de la monotonía del discurso narrativo, que la directora vence con la inclusión y alternancia de escenas llenas de fuerza, movimiento, color y, con frecuencia, dramatismo- y una enorme belleza estética, apoyada en el trabajo de un equipo artístico perfecto. Brillante la escenografía confeccionada por Pablo Menor Palomo, que juega con los espacios y combina un inequívoco realismo -presente asimismo en el excelente vestuario diseñado por Laura Cosar- con un diseño espacial de aire más contemporáneo en algunos detalles; potenciado por la iluminación de Enrique Chueca y la oportuna utilización de algunas proyecciones visuales, a cargo de Margo García. Importante asimismo el acompañamiento musical de la pieza, obra de Luis Miguel Cobo.
Uno de los grandes aciertos con que cuenta esta gran producción del Centro Dramático Nacional es la elección de un elenco fabuloso, formado por nada menos que diez intérpretes que realizan un trabajo de muy elevado nivel. Necesaria es la mención singular de Júlia Roch como protagonista destacada de la obra, en su papel de una Andrea cuya dulzura y verdad traspasa y emociona; tanto como cada uno de los componentes de un generoso reparto capaz de dar vida al abigarrado universo de personajes novelescos creado por Laforet: Carmen Barrantes, Jordan Blasco, Pau Escobar, Laura Ferrer, Manuel Minaya, Amparo Pamplona, Julia Rubio, Andrea Soto y Peter Vives. Todos ellos de lujo.
Esta adaptación teatral de Joan Yago sobre la gran novela de Carmen Laforet, que la catapultó a la fama tras alzarse con el primer Premio Nadal en 1944, es sin duda uno de los grandes acontecimientos escénicos de la presente temporada. Sus tres horas largas de duración -¿era necesario "contar" con tanto detalle la novela?- no impiden que la pieza mantenga permanentemente el interés y sea capaz de levantar al público de sus butacas, tanto por la calidad del texto representado como del montaje dirigido por Beatriz Jaén. Nada seguirá representándose hasta el 22 de diciembre en el Teatro María Guerrero. Una obra muy recomendable, que hay que ver.
José Luis González Subías
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