Expresar indiferencia no es igual que provocarla: "Los de ahí", de Claudio Tolcachir
Asistir al teatro es una maravillosa aventura, capaz de proporcionar experiencias inolvidables -como las que recientemente hemos destacado en estas páginas- y algunas, por desgracia, que es mejor olvidar. Estas últimas, por regla general, ni siquiera perdemos el tiempo en comentarlas (a fin de cuentas, tampoco es plato de buen gusto zaherir); sin embargo, cuando el producto ofrecido es una producción que goza de los mejores medios técnicos y económicos -impensables para tantas compañías que luchan por sobrevivir y trabajan en precario-, y viene avalada nada menos que por el Centro Dramático Nacional, no podemos menos que ser muy estrictos en nuestro juicio, y advertir, críticamente, que ese no es el camino.
Todavía no sabemos muy bien qué es lo que vimos ayer sobre el escenario del ínclito Teatro María Guerrero. Lo que sí recordamos son esos noventa minutos que nos parecieron doscientos, y una trama insulsa, sin conflicto dramático alguno -no me hablen de conflictos interiores o del reflejo de una dura situación social, de la falta y la necesidad de amor, o de la alienación del individuo en un entorno hostil entre perros, basuras y máquinas... y muchas bicicletas-. "¿Qué hace posible una comunidad?", se pregunta en el programa de mano para anunciar Los de ahí, la obra de un Claudio Tolcachir -al que admiramos, vaya por delante, como actor y director- que ha escrito un texto de altos vuelos y pretensiones, pero, lamentamos decirlo, de escaso valor como obra dramática. ¿Qué hace posible una comunidad? Pues quién sabe. ¿Quizá un grupo de personas que se necesitan unas a otras para vivir? Muy bien. ¿Y ya está? ¿Eso es todo?
Los protagonistas de la obra son tres jóvenes (Munir, Nuno y Dani) -más un cuarto desaparecido, Eduardo, siempre presente en la conversación de sus compañeros, especialmente de Munir (Nourdin Batán)- que sobreviven como mensajeros en un entorno hostil y extraño, una zona suburbial, en un posible basurero, y en un país extranjero cuyo ininteligible idioma somos incapaces de identificar. Las bicicletas en las que se desplazan para llevar sus paquetes -unos paquetes expulsados por una fría y anónima máquina que preside el espacio, y a la que todos temen y rinden pleitesía-, su medio de subsistencia, acaparan gran parte de la atención -y de la acción-, entre el detallado atrezo de una ingeniosa y amplia escenografía diseñada por Lua Quiroga Paúl, que nos recuerda los espacios de algunos textos de Arrabal o de Nieva, también de Beckett; autores con los que la obra, creemos, quisiera tener alguna conexión; sin conseguirlo.
Completan el grupo de seres humanos que conforman esta comunidad dos mujeres: Susan (Malena Gutiérrez), una mujer casada, ya entrada en años, que hace tiempo dejó su acomodada vida y no sabemos muy bien qué hace ahí, más allá de mantener una incomprensible relación amorosa con Dani (Gerardo Otero); y Mirja (Nuria Herrero), pareja de Nuno (Fer Fraga), y cuya inestable personalidad -sin que tampoco sepamos muy bien por qué- provoca algunas tensas situaciones en escena que parecen pretender añadir algo de acción e interés a una trama que da vueltas sobre sí misma sin saber a dónde quiere llegar.
Nada que objetar a la dirección, impecable, en la línea de otros trabajos de este importante artista argentino que hemos tenido la fortuna de ver en los últimos años. Sin embargo, como producto teatral, Los de ahí es, simplemente, infumable. Ni siquiera el excelente trabajo, marcadamente naturalista, de los cinco actores que componen el reparto, puede suplir la falta de interés por lo que les sucede a sus personajes; no por falta de empatía del público -o de quien les habla- con su situación, sino por una desacertada creación textual.
Se ha dicho que la obra pone la lupa en la indiferencia que preside las relaciones humanas en nuestro tiempo; por desgracia, debemos confesar que la única indiferencia que hemos percibido en esta creación escénica es la nuestra. Aún están a tiempo de comprobarlo. Los de ahí, de Claudio Tolcachir, permanecerá en el Teatro María Guerrero de Madrid hasta el 9 de marzo. ¡Que ustedes lo pasen bien!
José Luis González Subías
Fotografías: Bárbara Sánchez Palomero
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