"Historia de una escalera" de Buero Vallejo y el montaje de Helena Pimenta en el Teatro Español: la esencia del buen teatro
Más de setenta y cinco años después de su estreno en 1949, en el mismo teatro donde hace apenas dos semanas volvió a ponerse en escena, trascurridos casi veintidós desde de su último gran montaje en el María Guerrero de la mano de Juan Carlos Pérez de la Fuente, vuelve a subirse al escenario del Teatro Español Historia de una escalera, la obra por excelencia de Antonio Buero Vallejo; todo un clásico del teatro español contemporáneo que viene a recordarnos -entre otras muchas cosas- la existencia de un excepcional repertorio en nuestra tradición teatral que tiene aún mucho que decir sobre los escenarios y sigue interesando a un público que siempre ha sabido reconocer el buen teatro.
Helena Pimenta ha asumido el reto de dirigir esta nueva puesta en escena, y lo ha hecho con la excelencia a que nos tiene acostumbrados. Probablemente no sepa la directora salmantina cuánto la agradecemos -yo y seguro que la mayor parte de los aficionados al teatro- que no haya querido innovar ni añadir peras al olmo de un texto impecable, conocido por la mayoría del público y de cualquiera que haya estudiado el bachillerato comme il faut. Así que no se alarmen los miles de espectadores que han agotado ya todas las entradas para ver la obra, que permanecerá en cartel hasta el 30 de marzo; van a ver a Buero Vallejo y su Historia de una escalera como él quiso que la viéramos cuando la escribió, sin añadidos ni colorantes, más que alguna mínima concesión que se integra perfectamente en el conjunto. El espectacular éxito alcanzado por esta importante obra de nuestra historia teatral, y el impecable y respetuoso montaje de Helena Pimenta con la ambientación realista de la pieza, deberían enseñarnos mucho y hacernos reflexionar sobre cuáles son las necesidades del público y qué espera encontrar cuando asiste al teatro. Al fin y al cabo -y Lope sabía de qué hablaba-, sin él se acabaría un invento que ha funcionado durante siglos y ha sobrevivido a los experimentos más variopintos -que ha sabido absorber e incorporar cuando han merecido la pena- manteniendo unas constantes que lo identifican como género literario y espectáculo escénico.
Dicho esto, quien acuda al Teatro Español estos días revivirá -o lo hará por primera vez- la historia de esa entrañable vecindad de hace cien años -que a muchos nos resulta aún tan emotivamente familiar-, cuyos miembros conviven entre la amistad y el cuchicheo, envidias, amores y odios, mientras su vida pasa silenciosa e inamovible, subiendo y bajando las escaleras de un edificio en el que nada cambia y solo se sale en ataúd. Y asistirá de nuevo al amor frustrado entre Carmina y Fernando, por la cobardía de este; a la miseria y la necesidad de unas clases populares que renuncian al amor y a los sueños, a cambio de un mínimo acomodo vital; a la desesperación de quien ama y no es amado; a la vida echada a perder por el vicio... Encontrará, entra tantas otras cosas, la dicotomía tan repetida en Buero entre el hombre de acción (Urbano) y el soñador inactivo (Fernando), o el simbolismo presente en esa lechera vertida o las propias escaleras que conducen siempre al mismo lugar; el recuerdo de una guerra que el autor omite intencionadamente en su obra, pero muy presente, y que Pimenta ha sabido destacar entre el segundo y el tercer acto; el paso de treinta años en los que la muerte y la vida se entrecruzan, y la esperanza de un final incierto en el que la historia parece querer repetirse.
Buero Vallejo en estado puro, y una obra cumbre del teatro español del pasado siglo, con un montaje a su altura, propiciado por un equipo artístico sobresaliente: la impecable escenografía realista de José Tomé y Marcos Carazo, al igual que el vestuario de Gabriela Salaverri, la caracterización de Moisés Echevarría o la importante iluminación de José Manuel Guerra. Y dando vida a este universo plástico, un reparto excepcional, formado por diecisiete actores que ofrecen una interpretación intensa y llena de verdad, capaces de trasmitir una amplia variedad de emociones, haciéndonos vivir con ellos tanto momentos cotidianos e íntimos como escenas desgarradas e instantes de algarabía. La vida misma. Marta Poveda (Carmina), David Luque (Fernando), Agus Ruiz (Urbano), Gabriela Flores (Elvira), Carmen del Valle (Rosa), José Luis Alcobendas (Pepe), Concha Delgado (Trini), Juana Cordero (Generosa), Puchi Lagarde (Paca, en esta función), Luisa Martínez Pazos (doña Asunción), Mariano Llorente (don Manuel), Javier Lago (señor Juan), David Bueno (cobrador de la luz, joven bien vestido), Alejandro Sigüenza (joven bien vestido), Andrea M. Santos (Carmina hija), Juan Carlos Mesonero (Fernando hijo) y Nicolás Camacho (Manolín, en esta función), son nombres que merecen ser recogidos en estas páginas, en recuerdo de un montaje que, estamos seguros, forma ya parte, en mayúsculas, de nuestra historia teatral, y será recordado durante mucho tiempo.
Historia de una escalera permanecerá en el Teatro Español hasta el 30 de marzo. No les animo a asistir porque es innecesario, y me temo que es ya tarea imposible. Sin embargo, si tienen posibilidad de encontrar alguna entrada, no la dejen pasar: probablemente estemos ante la mejor producción teatral de la presente temporada. Inolvidable.
José Luis González Subías
Comentarios
Publicar un comentario