Los demonios de la cotidianidad civilizada cobran vida en "Camino al zoo", de Edward Albee


Edward Albee (1928-2016) es uno de los dramaturgos estadounidenses más populares e importantes del siglo XX, y su obra Historia del zoo (1958), seguida de lejos por su célebre ¿Quién teme a Virginia Woolf (1962), el texto más veces representado en la escena española de este clásico de la dramaturgia contemporánea. 

Debemos felicitarnos por reencontrarnos con el hondo universo dramático de este inteligente y complejo dramaturgo, en el no menos inteligente montaje dirigido por Juan Carlos Rubio de la refundición que Albee hizo del primero de los textos citados, al que en 2004 añadió una precuela (Homelife) que, unida a la primitiva The Zoo Story como primer acto, daría como resultado este Camino al zoo que estos días puede verse en el Teatro Bellas Artes de Madrid, en una versión firmada por Bernabé Rico y el propio Juan Carlos Rubio.

Si bien la situación planteada en cada una de las dos partes que componen la pieza muestran a las claras tratarse de dos obras muy distintas en intención, desarrollo y desenlace, el tono y el estilo de ambas, así como el conflicto planteado, desde la intimidad y el intenso diálogo callado que establece Peter (Fernando Tejero) tanto con Ann (Ana Labordeta) como con Jerry (Dani Muriel), parten de un misma concepción del debate escénico y de la literatura dramática. Ambas partes o actos ceden todo el peso de la acción a un diálogo de alta intensidad, y profundo alcance vital y psicológico, en el que toma la voz uno de los dos exclusivos personajes que intervienen en ellos, de manera que su discurso se convierte en una suerte de desahogo monologal en el que Peter -personaje "pasivo" cuyo volcán de emociones está contenido por la apacible racionalidad de su vida- habla desde un silencio que terminará estallando en una liberación trágica.

Albee supo expresar en su Homelife la tensión vivida por Ann en un matrimonio cuya confortable serenidad, encarnada en su marido, la asfixia. La frustración, el aburrimiento y el deseo de sentirse viva, rompiendo los límites de una contención que podríamos denominar "burguesa", a falta de mejor término, hacen que vuelque sobre Peter su necesidad de ser libre y gozar, reclamando la satisfacción de unos instintos y una visceralidad animal que son parte también de la condición humana

Esa animalidad es la que goza Jerry, desde la libertad que le otorga su condición de personaje marginal, representante de ese otro mundo que vive al otro lado de la ciudad, donde habitan los inadaptados y miserables, en sórdidas y raquíticas pensiones sin intimidad ni dignidad alguna, equiparables a las jaulas donde se exhiben los animales del zoo. Si el conflicto presentado en la primera parte quedaba reducido al ámbito familiar y personal -sin perder por ello su alcance universal-, Albee presenta ahora, junto a la enajenación del hombre en un entorno hostil, un conflicto cuyo alcance es asimismo eminentemente social. Frente a los problemas del acomodado editor, con esposa, hijos, periquitos y gatos, se alza la desesperación de un hombre que no tiene nada y su lucha es contra la propia vida. Una lucha verdaderamente agónica, trágica, que estallará en un desenlace de intensa efectividad dramática.

Juan Carlos Rubio
ha sabido dirigir con su acostumbrada pericia ambas situaciones -que guía con mano certera, en un paulatino crescendo hasta el impactante final-, extrayendo de cada una toda su potencialidad escénica; y lo ha hecho acompañado de un equipo artístico de altura, con Nicolás Fishtel en la iluminación, el vestuario de Pier Paolo Álvaro, una muy lograda ambientación musical a cargo de Mariano Marín; y el trabajo escenográfico de Leticia Gañán y Curt Allen Wilmer, que conjuga la sencillez (un escenario que semeja ser un granero rodeado de paneles blancos, y en el centro un sofá, que en la segunda parte es sustituido por un banco de jardín) con la eficacia y un elegante minimalismo en el que la imaginación y los símbolos ocupan un lugar destacado.

Pero, como no podía ser de otro modo en un teatro de palabra y personajes de profunda intensidad dramática, el peso -y en este caso el mayor mérito- de la obra recae sobre los tres grandes actores que la interpretan: Ana Labordeta, Fernando Tejero y Dani Muriel. Brillantes todos ellos en sus respectivos papeles, supieron insuflar de verdad y vida a unos personajes con personalidades muy diferentes, que hicieron propias. Nos gustaría destacar, en cualquier caso, el excepcional trabajo realizado por Dani Muriel en un Jerry al que dotó de una vitalidad y una inquietante fuerza más que apropiadas para ese extravagante personaje ideado por Albee.

Es este Camino al zoo, para concluir, un excelente montaje, con una interpretación sobresaliente, de un texto de gran altura dramática. Una de las propuestas más recomendables del siempre interesante panorama teatral en Madrid, que se mantendrá en escena hasta el 9 de marzo, en el Teatro Bellas Artes. Una obra que hay que ver.

José Luis González Subías


Fotografías: Sergio Parra

Comentarios

  1. Fernando DE LAS HERAS CABEZUELO21 de febrero de 2025, 3:52

    Estupenda reflexión, que me estimula, aún más, el hecho de sacar las entradas para ir a verla ahora mismo.

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    1. No dejes de hacerlo, Fernando. Y ojito con el personaje que construye Dani Muriel. Muy interesante trabajo actoral.

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