"Los pilares de la tierra", adaptación musical de la novela homónima de Ken Follett, alza su catedral en el Teatro EDP Gran Vía de Madrid


El fenómeno del teatro musical es imparable en nuestros días. Grandes producciones, de muy alta calidad y elevados medios, se han convertido en el principal motor de la escena privada del país, apoyadas por la aceptación y el interés de un público que halla en este género algo que no le ofrecen otros: un espectáculo completo, eminentemente artístico; en el que encuentran un mundo distinto, ideal, alejado de la realidad -la palabra cantada es inequívoca ficción- que dejan atrás al cruzar las puertas del teatro.

La música es un lenguaje universal, que habla directamente al alma. Solo es necesario acertar en la melodía, encontrar el argumento adecuado y unos intérpretes capaces de tocar con su voz y su cuerpo las cuerdas que hacen vibrar las emociones y los sueños. Fácil, ¿verdad? En absoluto. Cuanto se ofrece en la caja mágica del escenario es fruto de un arduo trabajo en el que participan multitud de artistas y técnicos, coordinados por una dirección multidisciplinar de cuya cohesión y empaste depende el resultado final de un espectáculo en el que la escenografía, la caracterización, el vestuario, la luz y el sonido son tan importantes como el trabajo mismo de los actores o el libreto.

Todos estos atributos se hacen visibles en Los pilares de la tierra, una producción de beon. Entertainment, que, desde el 14 de noviembre de 2024, se representa en el Teatro EDP Gran Vía. Debe añadirse, a los atractivos intrínsecos de los espectáculos musicales, la elección de temas, argumentos y obras familiares para el espectador; y entre estos, no hay duda de que el título de una de las novelas más populares y vendidas de los últimos treinta años -un auténtico best seller- es un reclamo más que seguro. Cabría preguntarse si la historia contada en esta novela de Ken Follett, ambientada en la Inglaterra del siglo XII, era la mejor opción para un musical, dada la complejidad argumental de una trama en la que se superponen e interactúan diferentes historias que dificultan la unidad de acción -algo habitual en la narrativa, pero poco recomendable en el teatro-; no obstante, si las más de mil páginas de extensión de la novela no fueron inconveniente para su éxito, tampoco debería serlo su puesta en escena, cuando va precedida, como es el caso, de una buena adaptación. Félix Amador, autor del libreto y de las letras de las canciones ha hecho un excelente trabajo, que ha permitido sintetizar en un montaje de ciento cincuenta minutos la magnitud de la historia narrada por Follett.

La lucha por el poder y las guerras intestinas de la Inglaterra medieval asoman en un ampuloso montaje de contenido épico, militar y religioso, donde el deseo y el amor conviven con la traición y la envidia. La bondad, la fe y la persecución de un sueño se plasman en un ambicioso proyecto, de alcance económico y espiritual a un tiempo, en torno al cual se mueven las vidas de los principales personajes que componen la historia: la construcción de una catedral gótica.

La impresionante escenografía elaborada por Ricardo Sánchez Cuerda, que desborda los límites del escenario para convertir todo el teatro en las paredes de una ciudad medieval, capaz de cobrar vida, transformarse y evolucionar, convirtiéndose incluso en parte de esa catedral, es uno de los muchos alicientes de este monumental espectáculo cuya iluminación ha sido diseñada por Felipe Ramos, y cuenta con Marietta Calderón en el vestuario, la dirección musical de Laurence Aliganga, María José Santos como directora vocal, las coreografías de Federico Barrios Fierro, las composiciones de Iván Macías y el trabajo de Ignasi Vidal como director de actores.

Nada menos que un elenco de casi treinta actores dan vida a esta dramática y romántica historia protagonizada por un selecto grupo de actores-cantantes de enorme calidad vocal, a la que en algunos casos se añade una destacada capacidad interpretativa, no siempre fácil en este género: el tenor Julio Morales (Tom Builder), la soprano Noemi Mazoy (Ellen), el barítono Javier Ibarz (Waleran Bigod), Teresa Ferrer y Cristina Picos (Aliena de Shiring), Javier Ariano (Jack Jackson), Alex Forriols (William Hamleigh), Gustavo Rodríguez (Philip), Noelia Cano (Matilde) y otros muchos intérpretes cuyos nombres, no por menor valor, resultaría prolijo añadir a estas sucintas líneas.

Algunas escenas cantadas ofrecieron momentos de enorme calidad e intensidad emotiva, a las que acompañaron asimismo escenas corales de gran valor. En conjunto, Los pilares de la tierra es un espectáculo ambicioso y efectista, que halaga los sentidos y trata de impresionar a un público al que, justo es decirlo, le cuesta seguir en algún momento una trama que resulta excesivamente lánguida para el ritmo habitual de este popular género. Este es el principal reparo que podemos destacar del montaje; la densidad de una historia -a pesar del buen trabajo de adaptación- que se nos antoja excesivamente pesada para la sensibilidad y los gustos de hoy. 

Por lo demás, la adaptación musical de la obra de Follett es uno de esos productos que no puede pasar desapercibido; una gran producción que impresiona por el derroche de medios y la calidad del equipo artístico y técnico que la hacen posible. Hasta el 1 de junio, en el Teatro EDP Gran Vía.

José Luis González Subías


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