"Camino a la Meca", de Athold Fugard, una invitación a mantener viva la libertad que ofrecen los sueños propios


Hasta ayer mismo no conocía la obra del dramaturgo sudafricano Athol Fugard, fallecido recientemente, a los noventa y dos años, pocos días antes del estreno de Camino a la Meca en el Teatro Bellas Artes, el pasado 13 de marzo. En mi disculpa, debo argüir que no es un autor que se haya prodigado en exceso en nuestros escenarios. Hace algunos años se estrenó en el Teatro de la Estación, en Zaragoza, A la deriva (2022); anteriormente, en el Teatro del Bosque, en la localidad madrileña de Móstoles, se había presentado The Island (2019); y bastantes años antes, Sizwe Banzi est mort, en el Teatro de La Abadía (2006). De The Road to Mecca (1984) existe una traducción catalana -El camí de la Meca-, que llegó a estrenarse tempranamente, en la sala alternativa barcelonesa Teixidor-Teatreneu (1991). Treinta y cuatro años después se presenta, por primera vez, en una versión al español firmada y dirigida por Claudio Tolcachir, este Camino a la Meca, que supone el estreno oficial de la obra en nuestro país, a cargo de una producción de Pentación Espectáculos que ha contado con un equipo de lujo. Desde la citada dirección de Tolcachir, a la presencia en el escenario de tres grandes intérpretes que cumplen las muy altas expectativas que generan sus nombres: Lola Herrera, Natalia Dicenta y Carlos Olalla; y la aportación de Alessio Meloni, Pablo Menor y Juan Gómez-Cornejo a la escenografía, el vestuario y la iluminación de la obra respectivamente. Una producción perfecta y un montaje perfecto de una obra que una alta calidad literaria y dramática que trataremos de mostrar mínimamente, invitando a nuestros lectores a acudir a verla. 

Se trata de un texto de corte clásico, en el mejor sentido del término. Una obra de estructura lineal, realista -un realismo simbólico y poético-, con personajes reconocibles, bien construidos, cuyo comportamiento responde a una psicología individual y unas motivaciones que trasmiten verdad y vida, al igual que el argumento que se va desarrollando ante el público, poco a poco, sin brusquedad ni altibajos, acaparando la atención y el interés del público nada más iniciarse la acción. Tras unas escenas iniciales, donde el diálogo parece transcurrir sin una finalidad concreta, merodeando por diferentes temas -entre ellos el del aparthaid, adonde parece ir encaminado el texto, o el de la relación entre la maestra Elsa Barolw (Natalia Dicenta) y la excéntrica escultora Helen Niemands (Lola Herrera), el edadismo...-, la acción cobra un mayor interés al plantearse abiertamente el motivo que ha llevado a la joven amiga de Helen a realizar un largo y fugaz viaje a su casa, tras haber recibido una preocupante carta de esta.

La angustia de la solitaria anciana, que se siente presionada para abandonar su casa y trasladarse a un asilo regentado por la Iglesia, es el eje argumental sobre el que sostiene una trama que da cabida a diferentes posibilidades interpretativas. ¿Cuál es el verdadero interés de la Iglesia por que Helen abandone su hogar? ¿Qué siente realmente el pastor Marius Byleveld (Carlos Olalla) por ella? ¿Se halla en condiciones Helen para seguir viviendo sola, o su traslado a un asilo es un acto razonable y altruista, guiado por la caridad humana y cristiana?

La llegada del pastor Marius a la casa, con la intención de recoger esa misma noche la documentación firmada por Helen, que la alejará de su casa y de su vida, dispara el conflicto escénico, que a partir de ese momento gana en interés e intensidad. La ayuda de Elsa será decisiva para que Helen pueda tomar la decisión que anhela; y su resurgir como persona -en unas escenas vibrantes de emoción y belleza dramática- cobrará una dimensión épica en la que el hombre libre se impone por encima de la edad y de cualquier condicionante externo para reclamar y seguir el ideal, la visión de un sueño más grande que él mismo y da sentido a su vida. No importa que sea la Meca -el símbolo funciona por oposición a lo que representa la Iglesia en la obra, sin necesidad de cargar las tintas contra esta-; pero es allí donde se dirige la poética mirada de una mujer que ha sabido vivir libre y, gracias a la ayuda de Elsa -quien necesita a su vez lo que Helen representa, para confiar en la vida-, ha tenido el coraje de querer seguir haciéndolo, hasta el final.

Inspirada en la figura de la escultora sudafricana Helen Martins (1897-1976), Camino a la Meca, de Athold Fugard, es una magnífica obra teatral. Una obra seria, que nos traslada a los tiempos en que el teatro se forjaba con una buena historia, buenos personajes, un conflicto, y la capacidad de dar vida a estos ingredientes a través de una palabra literaria capaz de recrear cualquier situación y crear una belleza poética con sonido a verdad. Muchos son los referentes dramáticos con los que podríamos conectar el texto de Athold Fugard, tanto nacionales como extranjeros; todos ellos ligados al cultivo de un realismo -a tal responden la excelente escenografía de Alessio Meloni, el vestuario de Pablo Menor y la iluminación de Juan Gómez-Cornejo- que supera los meros conflictos terrenos para alcanzar una dimensión poética y simbólica, más profunda y universal: el derecho a ser uno mismo, a ser libre. Maravillosa la interpretación de los tres actores que componen el reparto; con una Lola Herrera sublime, que nos emocionó en muchos momentos, y unos Natalia Dicenta y Carlos Olalla que no fueron a la zaga en intensidad y verdad. Por su parte, la dirección de Claudio Tolcachir es perfecta, impecable; nada que decir de ella -el mejor piropo que pude hacérsele muchas veces a un director-, salvo que sabe extraer del texto toda esa verdad y vida a la que hemos aludido en nuestro artículo.

Tras más de un mes en el Teatro Bellas Artes, este próximo 27 de abril tendrá lugar la última representación de un drama que lamentamos no haber visto antes para poder dejar en estas páginas nuestra elogiosa percepción de lo vivido, y recomendar vivamente una obra que a nosotros nos enganchó y emocionó. Si pueden, no se la pierdan.

José Luis González Subías


Fotografías: Pentación Espectáculos, Teatro Bellas Artes

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