"El teatro del mundo" lucha por mantener vivo el mensaje calderoniano
Fugaz viaje a San Lorenzo de El Escorial -el siempre bello real sitio- para asistir al estreno absoluto, en el Real Coliseo Carlos III, de El teatro del mundo, la nueva propuesta escénica de la compañía madrileña For the fun of it, que, desde su fundación en 2014, no ha dejado de reivindicar desde el escenario la necesidad de recuperar y mostrar, especialmente a las nuevas generaciones, un patrimonio cultural -del que el teatro es digno representante- del que los españoles debemos sentirnos orgullosos. Si sus montajes han dado preferencia a nuestro Siglo de Oro y la Edad de Plata, en esta ocasión, For the fun of it (Por el placer de hacerlo) regresa al Barroco para mostrarnos un magnífico ejemplo de lo que fue el auto sacramental; el género religioso por excelencia del siglo XVII, que Calderón de la Barca llevó a su más alto grado de perfección. Y, entre toda su producción, no hay duda de que este Teatro del mundo (más conocido como El gran teatro del mundo) es la pieza quizá más representativa, y popular, del género.
Obra de un profundo sentido metateatral, que plantea un debate teológico-filosófico clave para entender y explicar el sentido mismo de la vida, dando una justificación a la estratificación social y a la situación particular de cada hombre en una sociedad estamental, absolutamente jerarquizada, basada en la distinción y los privilegios de unos frente a otros, El teatro del mundo trata de hacer comprender que la vida es solo un juego -al que podemos llamar también sueño- ideado por Dios; una ficción semejante a la que se realiza en un teatro, en la que el ser humano ejerce de actor al que se le ha adjudicado un papel en la comedia -o tragedia-, para poner a prueba su merecimiento de estar al lado del Altísimo cuando corresponda sentarse a su mesa en la verdadera vida, la eterna. Solo hay una condición para ello: "Obrar bien, que Dios es Dios". Este es el mensaje único y definitivo de la obra; y no hay duda de que el montaje que nos ocupa ha sabido transmitirlo con toda nitidez y claridad.
La puesta en escena del texto calderoniano, dirigida por Antonio Castillo Algarra a partir de una adaptación realizada por él mismo junto con Ignacio Rodulfo Hazen, su imprescindible colaborador en los montajes de la compañía, continuando la línea de sus anteriores trabajos, sigue apostando por llevar al escenario un espectáculo total, donde la música, el canto y la danza asumen un papel principal en la pieza, acompañados de un marcado conjunto de estímulos visuales -además de los auditivos-, que afectan a la escenografía y el vestuario (diseñados por el mismo Algarra), o la caracterización (a cargo de Carmela Cristóbal Gil), reforzados por la iluminación (también diseñados por Algarra, junto con Esther Zalamea Lobo) y las videoproyecciones realizadas por Julio Lax García.
Imprescindible en este muy ajustado, didáctico y ortodoxo montaje -se agradece ver y oír a Calderón con la compleja sencillez de quien pretende desvelar un misterio de alta trascendencia al gran público, sin alharacas que opaquen el mensaje con la intención de edulcorarlo con brillanteces distractoras- es el valor y la presencia dados en él a la música, sello de identidad de la compañía. Mariví Blasco, Nicolás Casas e Ignacio Rodulfo Hazen vuelven a verter sus dotes musicales y sus muchos conocimientos sobre la materia, para ofrecer un espectáculo de una riqueza lírica incuestionable. Todo un recital de composiciones -nada menos que veintisiete-, desde cantos gregorianos a un amplio repertorio que oscila entre los siglos XVI y XVIII, son interpretadas en directo y cantadas en escena con una rigurosa profesionalidad, y la perfección de quienes debemos reconocer como auténticos profesionales en la materia. Un verdadero deleite para los sentidos.
Recordemos, antes de terminar, a los actores, músicos y cantantes de este meritorio trabajo coral en el que la actuación se entremezcla con la lírica y el baile. Una docena de intérpretes, cuyos nombres queremos dejar por escrito: Mariví Blasco (Ley de Gracia, la Voz, soprano), cuya poderosa y acariciante voz maravilló al público; Antonio Castillo Algarra (El Autor, canto), Ignacio Rodulfo Hazen (El Mundo, canto, guitarra renacentista), Pilar González Barquero (La discreción, soprano), Alejandra R. Montemayor (La hermosura, bailarina), Javier Turrientes Pedraza (El pobre), Miguel Álvarez Valdillo (El labrador, canto), Jaime Rodríguez Alonso (El rico, canto), Néstor Rubio (El rey, canto), Blanca Gutiérrez-Soler (El niño, voz), Asís Márquez (órgano positivo) y Nicolás Casas (Escabuche).
No está mal recordar los orígenes religiosos del teatro; y, ya que la escena se utiliza con los fines más variados, y ha sido siempre la provocación una de sus señas de identidad -también la adulación, valga recordarlo-, ¿por qué no emplearla también como liturgia católica? La propuesta no deja de ser singular, muy distinta a cuanto se propone hoy en escena y, sin duda alguna, a su manera, muy provocadora. El teatro del mundo seguirá representándose este fin de semana en el Real Coliseo Carlos III de San Lorenzo de El Escorial, para trasladarse el domingo 5 de abril a la Parroquia de San Manuel González, en San Sebastián de los Reyes; y se anuncia una futura cita, el 19 de junio, en la Iglesia del Convento de las Bernardas, en Alcalá de Henares. Ocasiones únicas para acercarse a un teatro muy diferente, y a la vez de siempre, que pugna por seguir vivo y reclama su puesto entre la heterogeneidad de un mundo cada vez más distante y distinto.
José Luis González Subías
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