Juan Carlos Rubio y Yolanda García Serrano triunfan en la Sala Roja de los Teatros del Canal, con "Música para Hitler"


Música para Hitler... quédense con este título, porque estamos convencidos de que esta obra no solo seguirá resonando durante mucho tiempo entre los aficionados a la escena, sino que quedará como uno de los grandes textos dramáticos de este primer cuarto de siglo que ahora concluye. Juan Carlos Rubio y Yolanda García Serrano, un tándem literario que ha demostrado su eficacia con anterioridad -recuérdese El mueble o Todas esas cosas que no nos diremos (2020), además de otras colaboraciones previas-, presentaron ayer, en la Sala Roja de los Teatros del Canal, esta formidable pieza escénica que ya había sido estrenada con anterioridad (2022), con dos intérpretes masculinos distintos (Emilio Gutiérrez Caba y Víctor Palmero).

En esta nueva puesta de largo del texto, Carlos Hipólito y Cristóbal Suárez dan vida, respectivamente, a Pau Casals y Johann, un oficial nazi que, en 1943, se persona en el domicilio del músico exiliado, en la localidad francesa de Prades, para persuadirlo de actuar ante Hitler. Este interesantísimo planteamiento dramático, que utiliza un hecho histórico -la negativa de Casals a tocar ante el Führer- para convertirlo en una colosal recreación ficticia de un suceso verosímil, con unos diálogos plenos de verdad, sirve a los autores para verter en escena una historia cargada de sensibilidad, humanidad y esperanza -en el peor de los escenarios-, en la que la dignidad del hombre y el deseo de libertad brillan por encima de todo.

Juan Carlos Rubio
dirige este impoluto montaje, perfecto en su confección y ritmo, ofreciendo -de nuevo- una lección de lo que debe ser la concreción escénica de un texto dramático, concebido y creado como tal, sin añadidos ni edulcorantes. La lección dada por Casals al músico en ciernes que se esconde tras el uniforme del oficial nazi, sobre cómo debe interpretarse al violonchelo una pieza, responde a la forma que Rubio tiene de concebir la puesta en escena; permitiendo a las notas (las palabras) vivir y respirar, dando a los silencios el espacio natural requerido para la explosión de la verdad y el sentimiento. 

Johann Sebastian Bach -en concreto sus maravillosas suites para violonchelo; y más en concreto aún, la n.º 1- es el protagonista invisible de una historia en la que comparte protagonismo con un personaje tan invisible como él, nada menos Hitler, cuya imagen se opone antagónicamente a cuantos valores positivos ofrece la música -esa música, para ser más exactos-; un lenguaje universal que nos hermana a todos y carece de fronteras, expresión del grado más elevado del refinamiento humano y su espiritualidad. Los valores de esta música, encarnados en Casals, se alzan y oponen a los valores del uniforme que viste Johann, bajo los cuales se oculta el alma de un amante de aquella, cuya poderosa fuerza se impone, creando una conexión, un vínculo de entendimiento entre dos personas, en principio, diametralmente opuestas y alejadas.

Si bien la presencia en escena de Tití (Kiti Mánver), pareja de Pau, y la joven sobrina de este, Enriqueta (Marta Velilla), aportan a la historia la necesaria intimidad familiar para recrear el ambiente donde se desarrolla la vida del músico exiliado y mostrarnos su carácter, son las escenas protagonizadas por Johann y Casals las que acaparan el grueso de la fuerza de este maravilloso drama con final esperanzado. Carlos Hipólito y Cristóbal Suárez ofrecen una interpretación magistral. Su entendimiento en escena alcanza momentos sublimes, de gran impacto emocional, llenos de fuerza y verdad; como sucede en las íntimas y cómplices escenas entre Hipólito y Mánver, en las no menos familiares y sinceras situaciones compartidas con Marta Velilla, y en la interacción entre todos los personajes.

Junto a los grandes valores citados de un montaje que consideramos impecable -tanto como el texto de donde nace-, debemos destacar asimismo la ingeniosa, práctica y elegante escenografía diseñada por Leticia Gañán y Curt Allen Wilmer, que utiliza la circularidad de unos paneles que envuelven la acción para jugar con el espacio del salón familiar; la íntima iluminación creada por José Manuel Guerra, y el apropiado y realista vestuario diseñado por Pier Paolo Álvaro.

Música para Hitler, para concluir, retomando la idea con que iniciábamos estas líneas, es probablemente la mejor obra teatral -en el sentido más ortodoxo del término- contemporánea, de autoría original, que hemos visto en lo que llevamos de temporada. Teatro de factura tradicional, tanto en su estructura como en su planteamiento, presentación del conflicto dramático, personajes y diálogos, esta obra y este montaje, digno de ella, están destinados a alcanzar el reconocimiento unánime de la profesión y del público. Una auténtica maravilla, que no pueden perderse. Hasta el 20 de abril, en la Sala Roja de los Teatros del Canal.

José Luis González Subías


Fotografías: Sergio Parra

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