"Me trataste con olvido (Clásicas en rebeldía)", un fugaz encuentro con la belleza y la palabra poética, en los Teatros del Canal
Como un relajante bálsamo de Fierabrás sonaron ayer en mis oídos el sonido, el sentido y el ingenio de las palabras que las voces de Eva Rufo y María Besant dieron forma en la Sala Negra de los Teatros del Canal. A través de ellas tomaron corporeidad otras voces ausentes, lejanas, propias de un tiempo y un mundo en el que la palabra era el más alto don del refinamiento humano; la más alta aspiración de quien se sabía más que torpe y bruto animal -con respeto a unos animales que a veces se muestran más evolucionados que la especie humana-. Con ellas estuvieron María de Zayas, sor María de Santa Isabel, Ana Caro, Luisa de Carvajal, sor Juana Inés de la Cruz, y tantas otras poetisas -¿por qué me cuesta tanto emplear esta palabra? ¿Hasta el hablar bien está hoy vedado?-, hasta un total de dieciséis, representantes de la literatura escrita por mujeres entre los siglos XVI y XVII.
Raúl Losánez, artífice de esta nueva propuesta escénica de la compañía La Otra Arcadia, junto con Ana Contreras, directora del montaje, ha tratado de rescatar y reivindicar, en Me trataste con olvido (Clásicas en rebeldía), el legado de estas escritoras que el tiempo arrinconó en el silencio; y ha elegido para ello el formato de una dramatización construida a partir de una abultada selección de composiciones dispersas de estas autoras, a las que ha dado una unidad y un sentido conjunto, mediante la creación de una suerte de diálogos en los que la mujer alza la voz en forma de queja, reivindicación, a veces desafío, o irónico desdén, para mostrar su valor ante una sociedad -¿a cuál se dirige en realidad?- que quizá la menospreció. La traición y el desengaño trascienden su concreción amorosa para convertirse en un reproche que va más allá. Pero siempre desde la mesura que concede la inteligencia y el ingenio; y desde la elegancia.
Porque si algo caracteriza a la puesta en escena que hoy nos ocupa es la búsqueda de la elegancia, la belleza y la armonía a través de la palabra poética; a la que acompaña la música de un piano cuyo sonido, tan bello como aquella cuando es cincelado en las manos de un maestro como Miguel Huertas, logra arrebatar a la perfección su nombre. Y si a la magia del sonido añadimos la acción visual de la danza en escena, corporeizada en la imagen masculina de Ricardo Santana, cuya presencia adquiere asimismo un papel simbólico como interlocutor ausente y callado de las quejas amorosas de la mujer, la composición artística fluye como un viento callado; generando un tempo, un ritmo, un silencio... que arrastra y mece en singular confusión de relajada placidez. La misma que ofrecen las imágenes de los variados paisajes dibujados en la videoescena realizada por Violeta Némec, presentadas en los sólidos márgenes de un cuadro permanente y variado, proyectado al fondo del escenario.
Eva Rufo y María Besant, ataviadas con la elegancia que corresponde a tan poético encuentro (vestido por Lara Contreras), no solo vierten sobre el escenario la dulzura y la fuerza de quienes son maestras en servir a la palabra y al verso, sino que muestran asimismo sus dotes en el dominio de la danza y el canto, que es utilizado en el montaje como ingrediente dosificador de la acción y del tiempo escénico. Eva Rufo, especialmente, nos sorprendió con una faceta que desconocíamos de esta gran actriz, que haría un gran papel en cualquier espectáculo musical que se le ofreciese.
Hay muchas formas de entender el arte, especialmente desde que la posmodernidad dio en otorgar tal nombre a una mancha en la pared o a un cubo de basura en medio de una sala; y de que todo es kultura por el mero hecho de afirmar serlo y ser reconocido como tal por alguien. Pero afortunadamente todavía existe otra cultura y otro concepto del arte, que sigue tratando de embellecer y mejorar al género humano, mostrándolo en una versión más idealizada de sí mismo, tanto formal como espiritualmente (aspectos a los que no son ajenos la estética). Hay quienes se buscan a sí mismos en lo primitivo y la barbarie, otros en la parte más angelical del hombre (por favor, entiéndase también mujer). Cada cual mire donde mejor le cuadre. Nosotros nos quedamos con esta última opción, en la que incluimos este Me trataste con olvido (Clásicas en rebeldía), que hoy, 19 de abril, finaliza su breve estancia en los Teatros del Canal, y al que agradecemos habernos ofrecido un dulce oasis de pausada belleza en la vorágine de una ciudad que arrastra y empuja, desde la turbia agresividad de lo feo, hacia no se sabe dónde. O quizá sí.
José Luis González Subías
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