Eduardo Galán presenta su versión de "Casa de muñecas", de Ibsen, en el Teatro Fernán Gómez, en un montaje dirigido por Lautaro Perotti
La presencia de Ibsen y de su obra magna, Casa de muñecas, estrenada por primera vez en 1879, ha sido recurrente en la escena española en los últimos cuarenta años, coincidiendo con la restauración de la democracia en nuestro país. Desde el pasado 16 de mayo, el Teatro Fernán Gómez ofrece una nueva versión de este conocido texto del noruego Henrik Ibsen (1828-1906), escrita por Eduardo Galán, dramaturgo de una consolidada trayectoria que cuenta en su haber con numerosas adaptaciones de obras clásicas.
Manteniendo en su esencia el texto y el sentido de la conocida obra ibseniana, Galán ha traído a nuestro tiempo -una intemporal contemporaneidad, a caballo entre el siglo XX y el XXI- la ambientación, los diálogos y los personajes, para ofrecernos una serie de conflictos y temas que aún hoy siguen vigentes en nuestra sociedad y en nuestras conciencias, catalizadores deformantes de nuestros comportamientos individuales. Si el contenido de Casa de muñecas -especialmente ese portazo con que Nora firma su libertad- está lejos hoy de encender la acalorada polémica que provocó en su tiempo y ejercer ese papel de revulsivo social que protagonizó en la sociedad europea de finales del siglo XIX, al convertirse en acicate escénico del emergente movimiento feminista, la puesta en escena de la obra de Ibsen sigue teniendo validez; no solo como testimonio y recuperación de un clásico, sino como espejo de una realidad que sigue mostrándose en su reflejo, y cuyos conflictos y temas -amor, engaño, coacción, supervivencia, lucha por la vida, relación conyugal, machismo- aún nos conciernen.
Si la escena es, entre otras muchas cosas, escuela de costumbres y de reflexión, ambos parámetros se encuentran en Casa de muñecas y se mantienen en la versión propuesta por el dramaturgo y productor madrileño. La relación del matrimonio formado por Nora (María León) y Osvaldo (Santi Marín) nos traslada a una realidad conocida por buena parte del público actual; la aparente estabilidad conyugal presentada -en una fecha tan señalada del calendario como es la Navidad- encierra una relación sostenida sobre la mentira, en la que el amor, el interés y la comodidad se confunden. Todos los personajes que participan de esta historia de liberación y revelación de la verdad establecen entre ellos relaciones basadas, en su mayoría, en el interés: Cristina (Pepa Gracia), la amiga de Nora, que aparece después de muchos años para pedirle ayuda; Oscar (Patxi Freytez), que chantajea a esta con revelar un hecho delictivo de su pasado, a cambio de que lo ayude a mantener su puesto en el banco, del que Osvaldo, que acaba de ser nombrado director, lo ha despedido; el doctor Peter Rank (Alejandro Bruni), quien ama en silencio a Nora; y los propios Nora y Osvaldo, quienes se sirven el uno del otro para alimentar y sostener sus intereses personales -la ambición profesional, en el caso de este; la comodidad material, por parte de Nora- y la confortabilidad de su estable forma de vida.
Lautaro Perotti, director del montaje, ha optado por una puesta en escena directa, sin grandes recursos espectaculares salvo la utilización de unos elementos escenográficos móviles (diseñados por Lua Quiroga, responsable asimismo del vestuario) que son desplazados por el escenario para transformar el espacio y convertirlo en diferentes estancias del hogar del matrimonio Helmer. Una resolución ingeniosa, que aporta a la escena el escaso movimiento de una acción que focaliza la atención y el peso de los conflictos en la palabra. Quizá la pieza adolezca de exceso de esta, a falta de una regurgitación orgánica que aporte fuerza a unas pasiones que quedan diluidas en el esbozo del verbo. La iluminación diseñada por Luis García contribuye a crear ese espacio íntimo y frío que desprende la escena -¿intento de recrear la atmósfera nórdica del drama?-, al concentrar la luz en el centro del escenario dejando en sombras el resto.
Todo invita a la reconcentración y la introspección, ocupando la palabra -como señalábamos- el protagonismo de una historia que avanza y se complica, hasta tornarse dramática y culminar en el conocido desenlace de la historia ibseniana; muy bien resuelto por el director, al igual que el resto de situaciones, hábilmente sintetizadas y actualizadas por el autor de la versión.
Eduardo Galán ha rebajado a la mitad los personajes incluidos por Ibsen en la historia, dejando en escena a los necesarios e imprescindibles. Cinco en total, cuyos papeles son interpretados por un elenco de gran nivel -María León, Santi Marín, Patxi Freytez, Pepa Gracia y Alejandro Bruni-, que realiza un excelente trabajo.
Una muy correcta versión, en definitiva, al igual que el montaje dirigido por Lautaro Perotti, que cumple con su objetivo de acercar la obra de Ibsen al espectador de nuestros días y expone a su juicio comportamientos y situaciones sobre las que este, probablemente, tenga algo que opinar. Podrá hacerlo acudiendo al Teatro Fernán Gómez, donde Casa de muñecas permanecerá en escena hasta el 22 de junio. Una interesante propuesta sobre un clásico al que siempre conviene volver.
José Luis González Subías
Fotografías: Pedro Gato
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