"El expreso de los naranjales", una nueva creación escénica de Fernando de las Heras, a partir de la Rosita soltera de Lorca


Ayer asistimos a la última representación en el Teatro San Pol, el espacio donde se estrenó el pasado 16 de mayo, de El expreso de los naranjales, la nueva obra de Fernando de las Heras, donde el autor madrileño vuelve a dar muestra de su dominio del lenguaje dramático y hace honor a los elogios recogidos por su anterior producción, Los sombreros olvidados, representada con notable éxito durante casi tres años. 

En esta ocasión, el dramaturgo, director asimismo del montaje que nos ocupa, vuelve a emplear el recurso que tan buen resultado le dio entonces con los Tres sombreros de copa de Mihura, haciendo lo propio con Lorca y su Doña Rosita la soltera, mostrando al personaje central de esta dramática historia lorquiana treinta años después de los sucesos acaecidos en el original; lo que le permite a De las Heras desplegar la imaginación libremente y mostrar, dentro de los límites impuestos por el propio personaje elegido y sus circunstancias pasadas, la situación actual en que se encuentra una doña Rosita, convertida en Sor Rosa (María José Monroy), que ha pasado ese tiempo encerrada en un colegio conventual, sumida en sus recuerdos y en un delirio rayano en la locura. El dramaturgo tiene entera libertad para crear todo un mundo en torno a ella, vestido de ese costumbrismo realista que tan bien sabe recrear el autor, teñido en este caso de un color religioso absolutamente desenfadado, con tendencia a un sarcasmo nunca hiriente -otro sello de su estilo- a través del cual asoma ese fondo crítico que subyace en los textos que conocemos de este. 

La seriedad de la situación planteada convive con el tono desinhibido y rijoso de muchas escenas, cuyos diálogos -el autor es un maestro de la palabra- evocan situaciones y momentos propios de la comedia tradicional española. También los personajes, en los que reconocemos populares figuras del donaire y gracejo de nuestro acerbo dramático, como la expresiva -a pesar de su voto de silencio- y vivaracha Sor Plácida (Nahir Agostina) o el dicharachero y chistoso Hortensio (Christian Gálvez); así como el no menos popular fraile, encarnado en el amable e inteligente, no falto de enjundia y retranca, padre Clemente (Alberto Escalante). El elemento fantástico aflora asimismo, con la presencia en escena del ama de doña Rosita (en la función de ayer, representada por Natalia Bermejo).  

La historia cobra su verdadero interés al descubrirse las numerosas cartas enviadas desde Tucuman a Sor Rosa, que la madre superiora no ha querido mostrarle; y más aún cuando Sor Rosa descubre que Jacinto (Félix Martín), enigmático personaje que deambula por el convento encargándose de realizar tareas diversas para las monjas, es en realidad el primo que la abandonó para casarse con otra mujer en Tucumán, mientras le daba falsas esperanzas en forma de carta. La purificación y el perdón preceden a un final que, por respeto al autor y a un desenlace que el receptor de la obra debe descubrir por sí mismo, ahorramos.

No se han escatimado detalles en la producción de un montaje ciertamente generoso para un espectáculo más ligado, por sus pretensiones y medios, al circuito off. Destaca la bella escenografía diseñada por Alberto Escalante, asimismo ayudante de dirección, además de destacado intérprete de la pieza; y el vestuario de Carolina Rivas de las Heras. Importante papel tiene también en el conjunto la música que acompaña algunos momentos de la obra, con canciones infantiles compuestas por Issac Jiménez, con letra tanto de este como de Fernando de las Heras.

Una interesante propuesta, en fin, que confirma la capacidad de Fernando de las Heras Cabezuelo como dramaturgo y su conocimiento del medio escénico, que afianza una trayectoria que esperamos seguir disfrutando por mucho tiempo.

José Luis González Subías


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