"El pesimismo alegre (Mi suicidio)", de Henri Roorda; adaptación dirigida por Fernando Bernués, interpretada por un brillante Mario Gas


Hace apenas unos días, en la pasada entrega de La última bambalina, reiteraba mi escasa afección a las adaptaciones teatrales de obras escritas con una finalidad muy distinta a la de ser mostradas sobre un escenario; costumbre visible en el teatro desde hace más de dos siglos, pero que, en lo que llevamos de este, se ha convertido en moda tan cultivada que amenaza con ser plaga. Si en otros tiempos se habló del furor filarmónico, del furor traductor o el furor de refundir, no hay duda de que hoy sería lícito hablar del furor de adaptar

Excúsenme este pequeño exordio, que, como habrán intuido inmediatamente, viene al caso; pues de nuevo la obra que hoy les presento se trata de una adaptación. Adaptación en forma de monólogo; la fórmula perfecta para ponerse en guardia. Pero no, no lo hagan; en esta ocasión, la fórmula ha dado un buen resultado.

El pesimismo alegre (Mi suicidio)
, la obra que desde el 7 de octubre se exhibe en la sala Margarita Xirgu del Teatro Español -en traducción de Miguel Rubio- es un texto de una elevadísima calidad, creado por el escritor suizo Henri Roorda, que acabó con su vida disparándose en el corazón, el 7 de noviembre de 1925. Mon suicide recoge en forma de ensayo la despedida final de un suicida, que vierte en ese testamento vital sus reflexiones sobre una existencia que apuró hasta el último sorbo, junto con una concepción sobre el género humano marcada por el ideario de su autor; un hombre que abanderó la lucha por la libertad en el cambio de siglo, desde un posicionamiento desencantado y un sí es no es escéptico, que no le impidió ver las contradicciones de las múltiples formas de poder en su tiempo; y, sin perder nunca de vista las necesidades de los más humildes, lo hizo abrazar el refinamiento artístico e intelectual y disfrutar de los placeres más corpóreos de la vida, entre ellos un buen borgoña.

La adaptación de este texto, firmada por Fernando Bernués, Mario Gas y Vicky Peña, se estrenó ya hace casi veintitrés años, en el Teatro Principal de San Sebastián; pero su recorrido se vio truncado tras el nombramiento de su intérprete, Mario Gas, como director del Teatro Español; el edificio donde, con el acierto de su actual director, Eduardo Vasco, esta misma obra, con sus mismos responsables, ha vuelto a verse.

Sobre un texto excepcional, cuyo contenido mantiene el permanente interés del público, Mario Gas retoma su faceta como actor para demostrar sus muchas cualidades como intérprete. Desde que pisa la escena hasta que se aleja del escenario, su presencia corporal despliega todo el poder de esos grandes actores que lo dicen todo con la cadencia de la mirada, el peso de la voz y el recorrido de una mano. Su aplomo destila densidad de sentido y una verdad que permite adentrarse en la situación y en las palabras vertidas por el personaje durante los sesenta minutos aproximados que dura la función. Otro de los grandes aciertos de esta adaptación, que sabe explotar las posibilidades de una acción monologal sabiéndola contener en el tiempo necesario para no saturar la disposición natural del ser humano hacia la escucha.

El director de la propuesta, Fernando Bernués, ha planteado una puesta en escena esencial, perfectamente medida, haciendo uso de un escenario alzado levemente sobre una superficie de madera, en la que tan solo hay como atrezo una mesa y una silla, que remedan el mismo material y el ladrillo -espacio terroso, corpóreo y simple-; acompañado de una iluminación -a cargo de Xabier Lozano- que invita a adentrarse en ese espacio íntimo y casi en penumbra. Por su parte, el vestuario diseñado por Antoni Belart recrea en tono realista la vestimenta de un pulcro y maduro profesor de 1925; una imagen en la que podemos reconocer perfectamente a Roorda. El conjunto de la acción y de la escena se ve enmarcado por la entrada y salida del personaje en una noche de copiosa lluvia, remarcada por los convenientes efectos y la utilización de un paraguas -junto con la adecuada ropa de abrigo y sombrero- con el que este irrumpe y abandona el escenario.

El principal interés de este montaje, que, en conjunto resulta bastante atractivo, reside en el gran valor del texto sobre el que se apoya; y, como no podía ser de otro modo, en el arte del actor que lo interpreta. Mario Gas realiza un brillante papel, que hace vivo al autor que anunció su muerte con esta obra. No se pierdan el trabajo sobre el escenario de una de las figuras más importantes del teatro español contemporáneo, y la oportunidad de conocer uno de los escritos más sugerentes del pasado siglo, cuya validez aún resuena con fuerza cien años después. El pesimismo alegre (Mi suicidio), de Henri Roorda, permanecerá en escena, en la sala Margarita Xirgu del Teatro Español, hasta el 2 de noviembre.

José Luis González Subías


Fotografías: Javier Naval

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