"Fuenteovejuna" muestra su fuerza y su voz, en un excelente montaje de la CNTC dirigido por Rakel Camacho


Ver de nuevo Fuenteovejuna, y hacerlo desde los ojos y la estética arrebatadoramente brutal, bellamente visceral, ritual, llena de fuerza primitiva, y artísticamente medida por la siempre original concepción de la puesta en escena de Rakel Camacho, es un auténtico lujo.

Parecía que poco más se podía añadir a un clásico tan conocido y representado como este de Lope de Vega, convertido desde hace tiempo en símbolo de la lucha y la unión del pueblo contra la tiranía. Los desmanes del comendador Fernán Gómez y sus hombres, en ese humilde espacio rural donde sus gentes laboran, festejan y aman en una armónica existencia propia de un idealismo bucólico, cobran mayor fuerza y una virulencia desmedida, en esta nueva versión firmada por María Folguera, por el violento contraste -destacado con extraordinario acierto por la directora- entre ambos mundos. La violencia y la barbarie se oponen e imponen a la alegría y la armonía; el mal avasalla al bien; la fealdad -de alma- agrede a la belleza -también de espíritu-. Pero el sometimiento y la belicosa tiranía obtendrán una respuesta inesperada por parte de quienes hasta ese momento han soportado con temor, y fiel asunción de "su papel", las humillaciones y vejaciones sufridas: la fuerza y la voz de los habitantes de Fuenteovejuna se alzarán al unísono contra el tirano y acabarán con su vida. Sin posibilidad de encontrar un culpable en quien ofrecer el castigo debido a tamaño crimen, los Reyes Católicos, fieles garantes del orden y la justicia, según los retratan las obras áureas, devolverán la armonía al lugar concediendo a sus gentes el perdón.

La versión realizada por Folguera ha despojado al texto de Lope de gran parte de sus devaneos barrocos y sus atributos de drama lopesco, en el que la palabra lo es todo, para potenciar y aclarar el conflicto planteado por el autor, otorgando a este toda su fuerza y acercándolo al público de hoy. Una versión a la medida de las intenciones de la directora del montaje, Rakel Camacho, quien, haciendo uso de su peculiar asunción de algunas de las tendencias escénicas más poderosas e impactantes del pasado siglo -teatro furioso, teatro pánico, teatro de la crueldad- y de una estética de una enorme fuerza plástica, donde priman el color, las formas, los materiales, la música y el movimiento, consigue crear una obra escénica rotunda y arrebatadora, prácticamente perfecta.

Especial relevancia cobra, en su planteamiento escénico, la trasmutación de los habitantes de este pacífico pueblo, que, despojándose de su piel de cordero, se convierten en auténticos lobos y animales de presa; una jauría sedienta de sangre y venganza, que opone a la brutalidad su propio instinto de supervivencia, cuya brutal fiereza puede superar incluso a la de sus enemigos.

El impacto visual, estético y emotivo de este gran trabajo escénico se apoya en un equipo artístico de insuperable calidad. La escenografía de Monica Boromello vuelve a deslumbrar por la belleza y la practicidad de sus formas, que permiten aprovechar el escenario en toda su extensión y distintos niveles de altura; la iluminación de Pilar Valdelvira potencia y hace vivos los espacios, otorgándoles distintas calidades en función de las situaciones que se viven en escena; el bellísimo, original y sugerente vestuario de Rosa M. García Andújar nos traslada a una realidad intemporal, pero con conexiones inequívocas a una época en la que resulta natural encontrar a los Reyes Católicos y a miembros de la orden de Calatrava; y las composiciones musicales de Pablo Peña y Darío del Moral -exquisitamente interpretadas en escena-, junto con las danzas, coreografiadas por Sara Cano, ofrecen asimismo, sin desentonar en modo alguno y realzando el conjunto, un añadido de gran valor a un montaje brillante, espectacular.

La puesta en escena cuenta además con un reparto más que generoso, integrado por nada menos que diecinueve intérpretes que dan vida a más de una veintena de personajes y al pueblo de Fuenteovejuna. Impecables todos ellos, con actuaciones soberbias, impactantes en muchos casos; siempre presididas por el buen hacer individual y la armonía conjunta. Más que convincente el trabajo realizado por Chani Martín en su papel de Comendador, y el de sus servidores Ortuño (Mikel Arostegui) y Flores (Eduardo Mayo); al igual que el de Jorge Kent (Esteban, alcalde y padre de Laurencia) y sus regidores, Cuadrado (Fernando Trujillo) y Juan Rojo (Vicente León); Cristina Marín-Miró, como su hija Laurencia -desgarradora la escena en que reclama venganza ante los hombres tras haber sido violada-; o Pascual Laborda, interpretando a su prometido Frondoso. También los labradores y labradoras: Inés (Lorena Benito), Olalla (Carmen Escudero), Pascuala (Cristina García), Sebastiana (una Lucía López que deslumbra como cantante), Gila (Laura Ordás), Barrildo (Jaime Soler Huete), Jacinta (Adriana Ubani) y Mengo (Alberto Velasco); los Reyes Católicos (Pedro Almagro y Nerea Moreno, quienes interpretan a su vez a los jueces), y el maestre don Manrique (Mariano Astudillo).

No podíamos dejar de nombrar a todos ellos, pues todos son protagonistas de una historia que reivindica la fuerza de la unidad colectiva para enfrentarse a cualquier reto. Fuenteovejuna ha alzado de nuevo su voz, y lo ha hecho del mejor modo posible; renovada y actualizada en un magnífico trabajo firmado por María Folguera -autora de la versión- y Rakel Camacho -directora del montaje-, que, estrenado el pasado 25 de septiembre en el Teatro de la Comedia, podrá seguir viéndose en la sede de la Compañía Nacional de Teatro Clásico hasta el 23 de noviembre. No se lo pierdan. En nuestra opinión, se trata de uno de los grandes montajes de la temporada. Una puesta en escena difícil de olvidar.

José Luis González Subías


Fotografías: Pablo Lorente

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