"Pepito", de Itziar Pascual, una lección de vida


Los Teatros Luchana han recuperado para el público madrileño, de cualquier edad y condición -siempre que esta sea sensible y sencillamente humana-, una pequeña joya de la literatura dramática y del arte escénico que lleva cerca de tres años aportando un poco de felicidad y alegría de vivir a quienes acuden a verla. Me refiero a Pepito, un texto de Itziar Pascual por el que la autora madrileña se alzó con el premio a la Mejor Autoría Teatral en la pasada edición de los premios Max.

Y no es para menos. Pocas ocasiones hay como esta para encontrarse cara a cara con una obra de tal calidad humana y literaria, pero también escénica. No necesita grandes alharacas la dramaturga, como tampoco Carmen Losa, encargada de la dirección del montaje, para decir mucho sin que en apariencia se note. Con una claridad y sencillez fruto de la contención y la síntesis, y de un medido conocimiento del tiempo escénico -méritos que podemos atribuir asimismo a la puesta en escena-, Itziar Pascual traza un emotivo recorrido por la España del siglo XX -especialmente centrado en Madrid-, a través de la biografía de José (Pepito, el niño de los cuatro nombres: Pepe, Pepito, José y Joselito), desde su nacimiento pocos años antes de la Guerra Civil. Una biografía tan aparentemente anodina y heroica como la de cualquier otra persona que vivió -y sobrevivió- aquel convulso tiempo y los que le siguieron, y cuya memoria ofrece tanto un nítido relato histórico -desde la intrahistoria personal- como un esperanzado retrato de lo que puede ser la condición humana en la mejor de sus versiones

Porque Pepito es una historia de superación y resistencia, y una invitación a vivir sin dejarse derrotar y arrastrar por la pena, siempre acechante. Un mensaje de esperanza y optimismo que pone el foco en la actitud personal frente a las múltiples circunstancias adversas que pueden aparecer en la vida. El don de Pepito es su capacidad para vencer el desánimo y el desaliento, amparado en el amor y el agradecimiento de la vida, lo que le confiere una natural bonhomía para afrontarla. No es casual la mención en el texto a la entrañable y emblemática película de Franz Kappa ¡Qué bello es vivir!, cuyo título podría haber acompañado al elegido por la autora para su historia.

Emotiva, entrañable, tierna, profunda... muchos son los adjetivos que podríamos emplear para describir el efecto de una sencilla pieza que conmueve y fascina por sus muchos atributos. Entre ellos, el delicado y efectivo planteamiento escénico propuesto por su directora, Carmen Losa, que, apoyada en los objetos y la sugerente y elemental escenografía diseñada por Juan Sanz e Isabel Cobo, y un espacio sonoro y videocreativo capaz de recrear diferentes atmósferas y enfrentar al espectador con imágenes de gran impacto emocional, concede al espectacular trabajo actoral de Leyre Abadía -única intérprete de la obra- todo el peso de la función. Su impresionante capacidad para narrar y desdoblarse en diferentes personajes, haciendo uso de su cuerpo y sus manos, con las que les da vida, pero especialmente del rostro y de la voz, la convierte a ella misma en todo un espectáculo.

Una actriz enorme para un texto de igual dimensión y una puesta en escena a la altura es lo que se ofrece en este Pepito que acaba de reponerse en los Teatros Luchana y podrá disfrutarse todos los sábados, a las 12:30 h., hasta el 8 de noviembre. Que no les engañe la inclusión de esta obra en horario "infantil"; si bien es apta para niños, les dirá mucho más a sus padres y abuelos. No se la pierdan; les aseguro que no les dejará indiferentes.



Fotografías: Ander Iribarren

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