"Dibujo de un zorro herido", una excelente obra escrita y dirigida por Oriol Puig Grau, con una brillante interpretación de Eric Balbàs
Siempre es un placer asistir al teatro y dejarse cautivar por la sorpresa ante algo que te desconcierta y te atrapa a un tiempo. Hasta ayer no habíamos tenido oportunidad de conocer el trabajo de Oriol Puig Grau (Barcelona, 1992), aclamado autor y director cuya ascendente carrera ha sido jalonada con galardones tan brillantes como el Premio Revelación 2020, otorgado por la Crítica de Artes Escénicas de Cataluña, y el Premio Calderón de la Barca 2023; y debemos confesar que la obra que presenciamos, escrita y dirigida por este, nos sorprendió, interesó y cautivó.
Dibujo de un zorro herido, que desde el 17 de octubre ha podido verse en la sala de la Princesa del Teatro María Guerrero, es un texto complejo, lleno de matices y recovecos, que plasma una historia inquietante, construida con un ritmo frenético, en torno a la figura de un único personaje que interactúa con muchos otros, invisibles a nuestros ojos, pero nítidamente perceptibles a través de los de Ferran. La vida de este profesor de infantil, cuya caótica y acelerada existencia transcurre entre fugaces encuentros sexuales con desconocidos, la complicada relación con unos niños que le hacen perder aún más sus inestables nervios, la locura del transporte público en la ciudad y la difícil convivencia en un piso compartido, se complica aún más cuando casualmente encuentra en una galería el autorretrato de un joven pintor, de nombre Daniel Gómez Mengual, en el que se ve reflejado.
Un inquietante thriller psicológico en torno a la identidad se despliega en esta original pieza escénica, cuya trama no está lejos de algunas de las intrigas ideadas por Jordi Galceran, o incluso el propio Mayorga, con mucho de lenguaje fílmico -sería un fantástico guion para una película-, que nos hizo recordar en muchos momentos al Amenábar de Abre los ojos, y se inserta asimismo en un código eminentemente narrativo Y este quizá sea el único reparo que podemos ponerle -si es que acaso lo es- a una obra teatral que responde por completo al concepto de lo posdramático, esa tendencia tan característica del nuevo siglo, que tanto se aleja de nuestros gustos escénicos y del concepto mismo que tenemos de lo que es -o debería ser- el teatro: acción en tiempo presente, ante los ojos del espectador, que contempla lo que les sucede a unos personajes, sin intromisión de cualquier voz narrativa ajena a dichos sucesos (ni siquiera cuando quien los cuenta es el sujeto que los vive). Frente al lenguaje cinematográfico, que incluye -o puede incluir- también lo narrativo; en teatro, no debe contarse lo que debe verse, y menos al tiempo en que se está viendo. Es este un recurso empleado permanentemente en la pieza que nos ocupa y le otorga una de sus muchas singularidades. ¿Resulta extraño? Sí. ¿Se acostumbra uno a ello? También. ¿Desagrada? No. ¿Es teatral? Podría serlo, si ampliamos las lindes de lo que entendemos por teatro. Lo cierto es que, sin ser esta la tendencia escénica en la que nos sentimos más cómodos, no cabe duda de que el texto que ayer vimos representado es excepcional. Al igual que su puesta en escena.
Oriol Puig Grau no solo ha escrito un texto de enorme valor literario, sino que ha sabido plasmar su potencialidad escénica -insistimos en que sería un magnífico guion para una película- con un montaje brillante, excelentemente dirigido. Fruto de las Residencias Dramáticas del CDN que disfrutó el autor en la temporada 2023-2024, el resultado de este experimento creativo, plagado de guiños, usos y modas de nuestro tiempo, de los que confesamos nos sentimos muy lejos, es realmente bueno como producto artístico.
Respaldado por un equipo artístico cuyo trabajo es asimismo extraordinario -el realismo de la escenografía de Monica Boromello y el vestuario de Ana López Cobos, la ambientación musical y sonora de Fernando Epelde y la potente iluminación diseñada por Marc Salicrú-, es sin duda el espectacular trabajo interpretativo de Eric Balbàs uno de los principales atractivos de este montaje. El actor catalán despliega en escena todo un derroche de energía y eficacia escénica. Desde la verdad y una expresión contenida, ajustada a las necesidades del texto, Balbàs arrastra tras de sí toda la atención, sin dar oportunidad al hastío sobre cuanto hace o dice. Su actuación contribuye, tanto como el texto, a mantener el interés por una historia brillante cuyo final es magnífico.
Compartamos o no estos caminos, estos nuevos códigos posdramáticos por los que hoy deambula el arte teatral, la potencia escénica, literaria e interpretativa de Dibujo de un zorro herido nos convenció ayer. Como estamos seguros podrá hacerlo con quienes todavía vayan a verla a la sala de la Princesa del Teatro María Guerrero, donde permanecerá hasta el 16 de noviembre.
José Luis González Subías





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