Pablo Remón nos ofrece, en "El entusiasmo", la clave para encontrar la chispa y el sentido de la vida
No tengo la menor duda de que Pablo Remón es uno de los mejores autores y que mejor representa la dramaturgia contemporánea de este país. La última bambalina ha asistido, siempre con interés y satisfacción artística, a numerosos montajes de este autor madrileño cuyas creaciones se mueven con soltura en lo que ha dado en llamarse "posdramático", una nueva concepción de la dramaturgia y la creación escénica muy influida por el lenguaje del cine -no por casualidad muchos de estos autores han sido o son también guionistas- y la literatura narrativa.
Dicha narratividad, junto con el relato en secuencias de unos hechos que conforman un universo literario y escénico absolutamente mimetizado o empastado con aquella, se aprecia como técnica formal prioritaria de la obra que hoy nos ocupa: El entusiasmo; el nuevo texto de Pablo Remón, estrenado el pasado 7 de noviembre en el Teatro María Guerrero, que este dirige con la habitual destreza y originalidad creativa -marcada por un desparpajo ajustado siempre a una contención racional, muy calculada-. No hay duda de que las obras de Pablo Remón son fruto del intelecto y de un preciso conocimiento de la escena, enfocados a la indagación en el sentido de la existencia. Una búsqueda cargada de parámetros culturales que afectan a todos los ámbitos del saber y del arte -filosofía, música, literatura, cine, pintura-, pero nacida de una inquietud estrictamente vital y humana, enfocada desde la cotidianidad más reconocible y alejada de cualquier prurito de pretenciosidad engolada.
El hombre y la mujer de carne y hueso, real, pueblan las historias de Remón. Unas historias en las que no es difícil sentirse reflejado, pues presentan personajes tan antiheroicos como la vida misma, con las mismas dudas, problemas, conflictos e inquietudes de cualquiera de nosotros, y plantean situaciones que hemos vivido o podemos llegar a vivir.
La crisis de los cuarenta, el impacto que supone saberse caduco y enfrentarse al paso -y el peso- de la edad, la responsabilidad y dureza de la paternidad, los conflictos conyugales, las veleidades de quien siente que ha perdido la posibilidad de ser libre y se siente amarrado a la inercia de un día a día que consume, las frustraciones vitales, los sueños incumplidos... Mucho de esto hay en una obra chispeante, llena de gags y situaciones cómicamente dramáticas, retratadas desde la comprensiva y sardónica risa burlona de la cómplice tragicomedia; y que nos lanza un mensaje muy claro: la clave para llevar una vida satisfactoria y feliz se encuentra en el entusiasmo que le aportemos a esta.
Remón imprime a su obra un ritmo ágil, intenso, fruto de una excepcional dirección, que permite al público seguir cuanto sucede en escena con atención e interés. Todo fluye durante las tres cuartas partes de un montaje cuyo único defecto -en nuestra opinión- es el de su excesiva duración. A veces -por regla general, siempre- lo menos es más: siendo como es una obra excepcional, media hora menos de "metraje" convertiría El entusiasmo en una obra maestra.
Brillante el trabajo de los cuatro intérpretes que conforman el reparto: la gran Natalia Hernández, siempre perfecta en su cometido; un espectacular Francesco Carril que borda su papel y supo tanto emocionar como divertir al público con su genuina verdad y capacidad cómica; Raúl Prieto, que hizo con este un magnífico tándem y nos ofreció asimismo momentos inolvidables; y Marina Salas, cuyo soberbio monólogo inicial y su posterior trabajo en la pieza nos hizo recordar la valía de una excelente actriz a la que hacía tiempo no veíamos en escena.
Completa este excepcional montaje un equipo artístico de probada solvencia, con Monica Boromello como encargada de una escenografía que vuelve a mostrar la calidad, funcionalidad y originalidad de sus diseños; David Picazo al frente de la iluminación, el vestuario de Ana López Cobos, y Sandra Vicente al frente del sonido. Todos han trabajado con Pablo Remón en otras ocasiones, especialmente Boromello y Picazo, al igual que el actor Francesco Carril, habitual en los montajes del dramaturgo y director madrileño.
Es en definitiva, a nuestros ojos, El entusiasmo una magnífica obra de teatro. Poco inclinados a lo posdramático, sabemos reconocer lo dramático cuando se nos presenta, sin fijarnos demasiado en el formato que se emplee. Cuando un producto artístico es bueno, lo es, sin más; y no hay duda -para quien les habla- de que la nueva creación de Pablo Remón pertenece a esta categoría. Podrán comprobarlo en el Teatro María Guerrero, donde El entusiasmo permanecerá en cartel hasta el 28 de diciembre. Una obra muy recomendable.
José Luis González Subías





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