De traumas, odios, absoluciones y perdones maternofiliales en "El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes", de Tatiana Tîbuleac, adaptada al teatro por Miguel Alcantud
Hace apenas dos días volvía a recordar, con desgana, en mi última bambalina, el hastío y decepción que me provoca asistir reiteradamente al teatro para presenciar la adaptación escénica de una novela o cualquier otro texto engendrado por su creador con una finalidad completamente distinta. ¿No querías caldo?... Heme aquí de nuevo, sentado frente a una adaptación teatral.
La adaptación que hoy nos ocupa toma como referente una novela de éxito, publicada hace apenas unos años por la escritura y periodista moldava Tatiana Tîbuleac, con la que obtuvo un reconocimiento inmediato, secundado por numerosos premios y la traducción a diversas lenguas, entre ellas la española. Uno de esos textos intimistas, confesantes, que tanto se han dado en la historia de las letras y que nuestra sociedad, más sensible que nunca a las miserias de la inadaptación social, la enfermedad del yo violentado, los traumas infantiles y otras penurias y trastornos de hondo calado psicológico, consume con deleite y terapéutica complicidad.
No juzgaremos la calidad literaria de la primera novela de esta autora que acabamos de descubrir, no es nuestra finalidad; sí la validez y el resultado escénico del trabajo de adaptación y dirección realizado por Miguel Alcantud, que desde este mismo instante calificamos de admirable. Sin entrar en el contenido del texto y el alcance de la trama presentada, la obra se desarrolla y avanza con la fluidez necesaria, con un ritmo contenido e intenso que extrae del espectador todas aquellas sensaciones que tanto el libro como su adaptación pretenden crear. La densidad de una carga creciente, expresión de una mente enferma, atormentada por un pasado muy vivo que el pintor Alesky comparte en una suerte de desahogo terapéutico-catártico, se percibe y plasma en una atmósfera angustiante y angustiosa, conseguida tanto por la muy acertada dirección de Alcantud como por el brillante trabajo interpretativo realizado por Juan Díaz. En nuestro opinión, el principal atractivo de este montaje, junto con la originalidad de la puesta en escena y el uso artístico dado a los cuadros creados ante los ojos del espectador, en una experiencia performática de singular valor asesorada por la artista plástica Bárbara Shunyi.
La desquiciada y atormentada relación del joven Alesky con su madre -no menos problemática con su padre-, marcada por el odio y un resentimiento perceptible a lo largo de toda la obra, alcanzará un punto de inflexión definitivo en aquel verano en que una enfermedad fatal y la presencia inevitable de la muerte hace que sus ojos verdes brillen ante su hijo con toda la fuerza del amor maternofilial que tan difícil fue encontrar en el camino.Una historia de falta y necesidad de amor, de un profundo dolor, con situaciones de extrema dureza, incómodas y lacerantes, se presenta en El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes; un texto de Tatiana Tîbuleac, adaptado y dirigido por Miguel Alcantud e interpretado por Juan Díaz, que podrá verse de viernes a domingo, en la Sala Mirador, hasta el 14 de diciembre.
José Luis González Subías


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