De doña Rosita a Rosa, un viaje autoficcionado en la versión "anotada" de Pablo Remón


Otra vez ha vuelto a hacerlo. Pablo Remón (Madrid, 1977) nos ha sorprendido de nuevo con la "versión libre" que acaba de estrenar, en la Sala Negra de los Teatros del Canal, de Doña Rosita la soltera de Federico García Lorca. Con el título de Doña Rosita, anotada, Remón nos ofrece una muy original visión de este clásico, propia de su registro o estilo habitual, consistente en romper las barreras entre géneros y fundir, en un formato escénico, el lenguaje y el ritmo del cine, la novela o, como en el caso que nos ocupa, la intimidad de un diario, aportando a sus obras un sello de frescura, cercanía distendida y permanente sorpresa.  

Haciendo uso de la autoficción, el dramaturgo madrileño, que cobra vida en la obra, interpretado con absoluta credibilidad por un Francesco Carril brillante tanto en este como en los varios personajes que representa a lo largo de la función, confiesa -entre la ficción y la realidad- el proceso que lo condujo a escribir el texto que estamos viendo representar en ese momento: el encargo de adaptar y dirigir -por primera vez en su trayectoria profesional- un texto ajeno, tan lejos en principio del tipo de obras acostumbrado a montar y dirigir, y las razones que lo condujeron a aceptar finalmente, tras haber decidido en un principio no hacerlo. Unas razones en las que el personal mundo dramático de Pablo Remón asoma, dando cabida a lo sobrenatural en un tono de realismo cotidiano en el que lo imposible se torna posible en cada momento. Los recuerdos familiares del dramaturgo -protagonista indirecto, o muy directo, de la historia- se funden con la remembranza de una doña Rosita recreada por este a través de su propio pasado redivivo y recreado ficcionalmente.

Autoficción, metateatro, permanente ruptura de los marcos espacio-temporales del microcosmos dramático, confusión de lo real e irreal; todo tiene cabida en el ingenioso, rupturista y provocador mundo ideado por Remón en esta Doña Rosita, anotada cuya acción se inicia sin apenas darnos cuenta, con una llamada de atención a la necesidad de apagar nuestros móviles y el compadreo anecdótico de quien pretende contarnos en la intimidad una historia distendida y sin importancia. El teatro se despliega a nuestros ojos de una forma natural, en apariencia no medida. El ritual sagrado se despoja de seriedad dramática para seducirnos con el lenguaje de la complicidad cotidiana, de una familiaridad que aniquila las barreras y prevenciones del espectador, quien se encuentra sumergido de pronto en una función en la que cualquier cosa es posible; desde que la mujer del autor intervenga en escena haciendo comentarios sobre la pieza de Lorca, oír algunas de las anotaciones incluidas en las ediciones críticas de su texto, o escuchar y ver a las tías fallecidas del dramaturgo -también a su madre-, que terminarán confundiéndose con los personajes de la obra lorquiana.

Tres únicos actores dan vida a este rico universo de personajes literarios "auténticos" y figuras reales ficcionalizadas, que realizan un trabajo memorable. Francesco Carril lo borda en los distintos papeles que interpreta, especialmente dando vida a un Pablo Remón que a partir de ahora nos resultará difícil identificar con su verdadero aspecto físico; al igual que Manuela Paso, capaz de dar vida tanto a una nota a pie de página como a la madre del autor, y de reproducir con absoluta credibilidad -y excelente acento- a la mujer rumana presente en los recuerdos infantiles de este; y, de manera destacada, una inspirada Fernanda Orazi, doña Rosita -entre otros personajes-, que atravesó con su talento a quienes contemplábamos y escuchábamos absortos las cadencias arrulladoras de su voz argentina, la fuerza hipnótica de su mirada y los pausados movimientos de quien se siente dueña de un mundo ficticio siempre pleno de verdad con su sola intención. Simplemente magnífica.

Doña Rosita, anotada no es, en realidad, una versión libre de Doña Rosita la soltera o El lenguaje de las flores. No se engañe nadie pensando que Pablo Remón ha dirigido una versión personal del texto de García Lorca, como se anuncia y el propio dramaturgo confiesa, restándose mérito, al afirmar que se trata de su primera dirección de una obra ajena, pues cuanto vimos ayer en los Teatros del Canal no es sino una nueva creación del dramaturgo madrileño; inspirada y surgida con el pretexto y el telón de fondo de Doña Rosita la soltera, es cierto, pero suya por completo, en el fondo y la forma. Dicho esto, y aclarada la rigurosa originalidad del nuevo texto que acaba de montar, lo que ha hecho Remón ha sido enfrentarse de nuevo a la dirección de una de sus obras. Y lo ha hecho con su estilo característico, planteando una puesta en escena absolutamente original, de alta calidad artística, acompañado en su aventura de nombres habituales en sus montajes; entre ellos el de la escenógrafa Mónica Boromello -uno de los grandes aciertos de esta Doña Rosita-, que entiende a la perfección el mundo imaginario del dramaturgo y ha sabido concretarlo visualmente en anteriores textos como Los mariachis y El tratamientoDavid Picazo, en la iluminación; o, entre los intérpretes, Francesco Carril, a quien ya vimos protagonizar su último estreno.

La soledad, el paso del tiempo, la espera sin esperanza y el drama de la mujer soltera en unos tiempos donde dicha condición era un baldón inaceptable socialmente siguen presentes en esta singular obra escrita por Pablo Remón; pero estos temas son presentados desde una óptica distinta, rabiosamente personal y actualizada. Si en la España que el dramaturgo conoció en su infancia todavía existían algunas doña Rosita, la Rosita de hoy se enfrentará a su situación con ojos nuevos, para vivir una transformación acorde con la nueva realidad del siglo XXI que la convertirá en una Rosa renovada.

Doña Rosita, anotada permanecerá en la Sala Negra de los Teatros del Canal hasta el 29 de diciembre de 2019.

José Luis González Subías

Fotografías:Vanessa Rábade

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