"La mala herencia", de Alberto de Casso, despide el año en la sala Lagrada


Todos venimos con una herencia y dejamos un legado tras nuestro paso, individual o colectivo, del que somos responsables. La mala herencia de Alberto de Casso (Madrid, 1963) nos habla de ese legado que construimos día a día, con nuestros actos, forjado a través de una inescrutable experiencia donde el amor sostiene un difícil duelo con la agonía y la cara oculta de lo que llamamos paz acecha donde menos se espera. Porque la nueva obra del dramaturgo madrileño, que estos días ha estado representándose en la sala teatral Lagrada, nos habla abiertamente del otro lado de nuestra realidad; de ese otro lado que nos resistimos a mirar, pero cuya incómoda presencia nos acusa con el dedo. 

Dos historias paralelas, aparentemente alejadas y sin relación, terminan confluyendo en un punto de encuentro a través del tiempo, en un continuo viaje entre el pasado y el presente que relaciona la angustiosa historia de Bashira, una mujer Siria de buena posición sorprendida por la guerra, y la de Laura y Julio, dos hermanos que, en el abandonado domicilio de su madre fallecida, repasan los emotivos recuerdos dejados por esta en herencia.  

Casso ha construido una obra de sólida y compleja estructura, en la que abundan los guiños metateatrales y metaliterarios, y hace un uso permanente de la dislocación espacio-temporal, para ofrecernos un texto cargado de intención donde La mala herencia es solo el título amable con que el dramaturgo -desdoblado en cierto modo en Laura, que a su vez está escribiendo una obra sobre la guerra de Siria- ha enmascarado poéticamente su primer y único deseo: denunciar la vergüenza de la guerra, a través de una de sus más recientes manifestaciones, la guerra civil de Siria. Lo demás, el conflicto personal entre dos hermanos cuyas vidas están demasiado alejadas, y la relación de estos con su madre, es solo el contrapunto argumental necesario para dar un armazón teatral y literario al mensaje que el escritor desea transmitir. Un mensaje vertido por boca de sus personajes, a veces sin filtro alguno.

El montaje, dirigido por Laura Garmo, aprovecha con acertado conocimiento del espacio escénico las dimensiones de las salas alternativas y los medios de que disponen las compañías de muy humilde presupuesto, acostumbradas a lidiar con la escasez y a suplir con ingenio y talento sus carencias. El conjunto escenográfico, en cualquier caso, resulta acertado y convincente, y consigue transmitir la sensación de dos espacios paralelos e interiores, situados en tiempos y lugares muy alejados, pero interconectados. Apenas un puñado de sillas apiladas en desorden, algunas rotas, cajas de embalaje esparcidas por el suelo, junto a libros y otros objetos, un espejo de pie y un escritorio cubierto por una sábana que tendrá un importante papel en el desarrollo de la acción... Eso es todo. Y es suficiente para enmarcar una historia en la que la palabra lo es todo. Palabra a la que dan vida Sara Saché, Juan Gareda y Antonella Mastrapasqua, los tres actores que protagonizan la obra, que realizan un trabajo espléndido. A Sara Saché la conocimos representando La mujer sin rumbo, del propio De Casso, y ya entonces advertimos sus grandes dotes interpretativas; cualidades que hemos visto asimismo en Mastrapascua, actriz argentina que nos hizo dudar, por su impecable acento sirio, de su procedencia; y Gareda, un joven actor de grandes posibilidades y, estamos seguros, un fructífero camino por delante.

Manifestación de ese teatro incómodo, inquieto y de resistencia con que ha sido identificada en ocasiones la obra del escritor, La mala herencia, de Alberto de Casso, podrá verse de nuevo en la sala Lagrada, los días 27, 28 y 29 de diciembre.

José Luis González Subías


Fotos: Paloma Anso de Casso

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