"Indigentes" y "La balada del hombre pájaro", un acercamiento al teatro decadente de Francisco J. de los Ríos


Apenas iniciada su andadura, La última bambalina comentaba por primera vez el montaje de una obra de Francisco J. de los Ríos, ¿Por qué las hormigas no hace huelga? (Ciudadano Juan), dirigida -y en aquella ocasión, también interpretada-, como es habitual en su trayectoria dramatúrgica, por él mismo. En los tres años transcurridos desde entonces, han sido frecuentes nuestras visitas a La Usina, la sala madrileña donde desarrolla su actividad profesional y en la que ha presentado todas sus nuevas creaciones, con un ritmo de trabajo y una continuidad que lo convierten, ahora mismo, en uno de los dramaturgos del circuito alternativo madrileño más prolíficos e interesantes.

Cualquiera que se haya acercado al teatro de Francisco J. de los Ríos habrá comprobado por sí mismo su originalidad; una voz muy personal, que ha sabido encontrar un estilo propio -también en su forma de abordar los montajes y de concebir el hecho escénico-, surgido entre la necesidad y el compromiso de ofrecer un teatro pobre, pero rico en ideas; reflexivo e introspectivo, pero dirigido a la acción; y de una crueldad no exenta de piedad ante lo inevitable de un sufrimiento cuyos fantasmas afloran en los espacios libres de su fantasía. Unos fantasmas muy ligados a la esfera de lo gótico, ese mundo oscuro y misterioso, de origen romántico, que tanto ha influido en el autor en su permanente indagación sobre la esencia y presencia del mal en la especie humana.

Estas características se mantienen vivas en las dos piezas reunidas en el libro que hoy queremos presentar, publicado hace unos meses por Ediciones Invasoras (Madrid, 2020), en un tiempo anómalo, de confusión, muerte y miedo, que parece extraído de una de las ensoñaciones del magín del dramaturgo. Ambas fueron estrenadas en la sala La Usina.

Indigentes, la primera de las piezas que abre el volumen, es una obra decadente, deprimente, oscura... No pretendemos hablar hoy de sus características y elementos escénicos, de los que ya dimos cuenta en la reseña que La última bambalina le dedicó en 2019, sino de los rasgos estilísticos y temáticos de un texto que constituye uno de los ejemplos de la mejor literatura dramática actual que hemos leído en mucho tiempo. Todo es simbolismo e intención en él. Nada es baladí. Cada palabra está cargada de significado. El autor se mueve en un terreno claramente literario -mucho más "visible" en la lectura que en su puesta en escena-, incluso poético con frecuencia -qué mejor simbolismo que el de la metáfora-, como podemos apreciar en numerosos pasajes: "La ciudad está llena de clavos que sobresalen de las maderas, como si lucharan por salir de allí. Y, en su intento, son golpeados y quedan torcidos. ¿Los ha visto? La ciudad está llena de clavos torcidos que ya no pueden volver a entrar y se quedan ahí..." (p. 24). Los personajes, perfectamente trazados, constituyen entes simbólicos, representativos de determinados estratos sociales y humanos, reconocibles en sus nombres: Viejo indigente, Contable, Mujer Desahuciada, Hombre, Amante, Despojo, Piltrafa, Mujeres Elegantes, Mujer Tortuga, Ángel Caído... 

Se trata de una obra impregnada de cultura -se introducen fragmentos de la Biblia, se citan versos de Las flores del mal de Baudelaire, de Cavafis, autores salvados del "escrutinio" de libros que realiza el Ángel Caído en una caja abandonada-, en la que afloran un conocimiento humano -se alude al Principio de Pascal, a la Teoría del Caos de Heisenberg- y una sensibilidad artística que no han servido para atajar la falta de amor, la hipocresía, la crueldad y el absurdo de un mundo deshumanizado. No hay conflicto dramático -en el sentido ortodoxo del término- en ella. La trama la constituye una sucesión de escenas unidas por un espacio compartido y un drama conjunto que afecta a la historia particular de cada personaje y grupo de personajes. Incluso al Hombre y a las Mujeres Elegantes, cuyas figuras sirven de contrapunto para realzar al resto y son parte inseparable de esta tragedia colectiva que afecta a toda la sociedad.

Si la acción de Indigentes transcurre en una calle mugrienta y abandonada de la ciudad, donde la suciedad y la basura extendida por el suelo tienen un destacado protagonismo, La balada del hombre pájaro, pieza estrenada en La Usina en abril de 2018, se desarrolla, directamente, en un vertedero de papel en el que se acumulan además otros objetos, junto con calaveras y huesos. Hay algo de Arrabal  -de Fernando Arrabal, aunque también en el sentido de barrio marginal, adlátere de la ciudad pujante- y de su teatro pánico en la obra dramática de Francisco J. de los Ríos; apreciable en este texto complejo y de difícil interpretación, que el autor relaciona con el "realismo mágico" y cuyas "acciones se desarrollan durante un eterno atardecer cuya noche no llega nunca" (p. 43).

La relación entre dos extraños personajes -la Mujer y el Hombre Pájaro-, tan irreales y simbólicos como el marco en el que se desarrolla una acción apenas existente, y un tercer Hombre, presente en la conversación de ambos y que aparecerá antes de que todo termine, cuando la Mujer ya se ha marchado -liberada por el Hombre Pájaro-, llevándose a su "bebé", es todo cuanto sucede en una escena que transcurre en un ambiente deprimente, casi asfixiante, incómodo, cuyo sentido, marcadamente críptico, es aún más simbólico y poético que en la obra anterior. Las bolsas de basura y los seres que viven con ellas -en ellas- son los desechos y despojos de una humanidad que se devora a sí misma y es aniquilada por su ingenio para matar. Falta el agua en este mundo y ni siquiera los pájaros son ya el modelo de bonhomía -"Los pájaros no tienen maldad"- y libertad a que aspira el hombre: "No debe fiarse de los pájaros. Nunca se sabe qué traman" (p. 67)... 

La desolación se abre paso en este teatro de palabra e intenciones, teatro del Sótano; duro, decadente, poético, implacable... Y el alegato antibelicista que encierra La balada del hombre pájaro cobra todo su sentido con el fundido a negro que deja tras de sí una explosión nuclear que lo ilumina todo.

José Luis González Subías

   

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