Cuando el mal y lo sublime se conjugan en un nombre: "Macbeth"


¿Cómo plasmar por escrito lo que las palabras apenas pueden llegar a expresar? ¿Cómo describir con estas una experiencia imposible de reproducir sobre un papel o sobre la análoga palidez de la pantalla del ordenador? Si las palabras de un comentarista más o menos atento y habituado a su uso pueden servir a veces para reconstruir la ficción escénica mostrada sobre un escenario, incluso edulcorarla con un poco de prosa poética ajustada a lo visto con mayor o menor acierto, en ocasiones estas se quedan mudas ante la magnificencia de lo contemplado y vivido desde el patio de butacas. Estas ocasiones, siempre esperadas por quienes amamos el teatro y conocemos lo que en el reducido -y a la vez infinito- espacio de un escenario puede llegar a suceder, su potencialidad mágica, cuando se producen, sirven para ratificar de nuevo por qué el teatro se ha mantenido vivo a través de los siglos, impertérrito ante las adversidades, como expresión sublime de un arte capaz de aglutinar a todas las restantes, nacido para consolar, entretener, enseñar, moralizar, avergonzar, emocionar, desnudar nuestras verdades y mentiras, y dibujar, en voces y cuerpos ajenos, la historia y los diferentes rostros del ser humano.

Todo ello se encierra en las obras maestras fruto del genio, que en Shakespeare es nombre propio; entre las que descuella la historia del hombre que quiso rey sin merecerlo, impulsado por unas fuerzas ocultas que alimentaron la ambición que anidaba dormida en su pecho, y en el de una esposa capaz de imponer su decisión sobre las dudas del varón, a quien seduce y empuja hacia un mal que terminará consumiendo a ambos. El mal cobra vida en Macbeth, uno de los grandes dramas trágicos shakespearianos, para recordar el mito adánico y que la serpiente anida oculta y acechante más allá de la conciencia, contención virtuosa de nuestros deseos.

Siendo esta una de las piezas más atractivas, conocidas y representadas del autor inglés, a lo que ha contribuido no poco la "popularidad" de la ópera homónima de Verdi -con libreto de Piave- inspirada en su texto, resulta un reto para cualquier director proponer una nueva puesta en escena en la que se trate de ofrecer algo distinto, que pueda sorprender e impactar. Solo un hombre de la talla de Gerardo Vera, impulsor de este proyecto -su último y gran proyecto, su testamento poético, que ha servido para homenajear a un grande del teatro, que nos dejó sin llegar a ver representado "su" Macbeth-, pudo ser capaz de idear el fabuloso mecanismo escénico que anoche tuvimos oportunidad de disfrutar, abducidos en el asombro permanente ante cada una de las escenas que se desplegaba ante nuestros ojos, en el Teatro María Guerrero de Madrid. Arte puro es lo que disfrutamos en el nuevo Macbeth estrenado el pasado 27 de noviembre en el templo del Centro Dramático Nacional, dirigido ahora por un Alfredo Sanzol que ha firmado asimismo la dirección de un montaje cuya puesta en escena lleva el indiscutible y reconocible sello de Vera.

Si ya elogiamos sobremanera desde estas páginas, en 2019, la versión de El idiota de Dostoievski estrenada en el mismo escenario, dirigida por el propio Gerardo Vera, en una versión de José Luis Collado y un equipo artístico en el que destacaban los nombres de Alejandro Andújar, Alberto Granados, Álvaro Luna y Juan Gómez-Cornejo, estos vuelven de nuevo a dar forma al universo plástico de Vera, visible en la excelente adaptación textual de Collado y en cada uno de uno de los tonos y colores de que se tiñe la escenografía y el vestuario de Andújar, apoyada en la videoescena de Luna, la iluminación de Gómez-Cornejo y la fuerza dinámica del espacio sonoro creado por Granados, que nos traslada a una escocia mítica y guerrera, de absoluta modernidad. También algunos de los actores que acompañaron a Vera en aquella aventura se suman a esta; desde la siempre brillante Marta Poveda, que encarna en esta ocasión a una arrolladora, desgarrada y seductora Lady Macbeth, a Jorge Kent -impactante, poderoso y efectivo en sus personajes-, Alejandro Chaparro y Fernando Sainz de la Maza. Junto a estos, completan un reparto de doce actores, generoso no solo en número sino también en colmadas virtudes, Fran Leal, Borja Luna, Markos Marín, Álvaro Quintana, Agus Ruiz, Chema Ruiz, Mapi Sagaseta -excelente en su papel de bruja- y Carlos Hipólito, protagonista absoluto de este drama de hondo alcance psicológico, que interpreta un Macbeth como pocas veces hemos visto, y de seguro no olvidaremos, a la altura de los más grandes actores de la historia. Intenso sin estridencias, desgarrador desde el silencio, el susurro y la contención, Hipólito estuvo sencillamente perfecto, y construyó un personaje por el que lo consideramos merecedor de los más altos elogios y premios

Mucho y muy bueno es lo que vimos ayer en el María Guerrero. Tradición y modernidad conviven en este espectacular montaje que desde ya mismo, estamos convencidos, puede ser catalogado como ejemplar y clásico, y del que se continuará hablando durante décadas. De primerísima calidad es todo cuanto se ofrece en él y quedará como ejemplo de lo que fue, es y debe ser el teatro, en todas sus facetas: actores, escenografía, vestuario, iluminación, ambientación sonora, dirección, texto... 

Juzguen Vds. mismos y vayan a ver este Macbeth, que permanecerá aún en escena hasta el 17 de enero. El mejor regalo que puede hacerse ahora mismo cualquier amante de la literatura y el arte dramáticos. 

José Luis González Subías

Fotografías: Luz Soria

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