La magia de "La tempestad" convertida en cuento fantástico-dramático


Sí, lo confieso. He recaído. Este fin de semana no me he resistido a asistir de nuevo a una representación de la compañía Trece Gatos, la última que me quedaba por ver de sus tres últimos estrenos -dos Lorcas y un Shakespeare, ahí es nada-; y así me dirigí de nuevo el pasado viernes a su sede y teatro, en el Centro Sociocultural Mariano Muñoz, situado en uno de los barrios del popular distrito de Usera, lejos de los circuitos teatrales de la capital madrileña, al que, sin embargo, acuden semanalmente decenas de espectadores, atraídos por la oferta escénica de esta singular compañía que ha sabido ganarse el respeto y el reconocimiento de quienes asisten a sus espectáculos.

Su última y, como siempre, arriesgada propuesta ha sido el montaje de una adaptación nada menos que de La tempestad de Shakespeare. Sin embargo, no puede sorprender, a quien conozca la trayectoria de la compañía comandada por Carlos Manzanares Moure, la elección de un título que se adapta como propio a la peculiar concepción del arte escénico de este director con alma de dramaturgo, escenógrafo, músico y compositor -artista, en fin-, creador de un mundo de sueños en los que la magia y la poesía se alternan o conviven, erigiéndose en protagonistas y colaboradoras necesarias de unas historias que, convertidas en bellos cuentos teatrales, constituyen siempre un canto al amor, la esperanza y la vida.

Pertenece La tempestad (1611) a la etapa final en la producción del dramaturgo inglés, cuando es dueño absoluto de todos los recursos dramáticos cultivados y desarrollados durante décadas. Ese mundo de romántica fantasía donde el amor convive con la magia, las asechanzas, lo sobrenatural y la poesía, al que Trece Gatos supo extraer todo su potencial ya en una magnífica versión de Sueño de una noche de verano, aparece de nuevo en La tempestad, a la que Moure reduce, aplicándole su fórmula, al cuento escénico-fantástico que en esencia la obra de Shakespeare ya era.

Sin alterar su esencia y significado, introduciendo en el muy elevado número de personajes y figurantes de la obra original necesarios y bien medidos cambios que afectan a la supresión de escenas y diálogos, ligeras modificaciones y añadidos textuales, y una muy ajustada reducción del reparto a, en cualquier caso, un nada despreciable número de quince actores sobre el escenario cuyos papeles a veces sufren alguna variación de género -justificada por la menor presencia de personajes femeninos en la pieza, en relación con la mayoritaria presencia de actrices en Trece Gatos-, Carlos Manzanares nos ofrece un Shakespeare distinto, más asequible, capaz de llegar al corazón de un público de cualquier edad y condición -en las obras de Trece Gatos, también en esta, los niños disfrutan como tales-; y lo hace además, reduciendo una pieza de considerable extensión, a unos muy asequibles también setenta y cinco minutos, en los que es capaz de sintetizar el contenido de La tempestad y condensar toda su fuerza dramática y tragicómica.

Porque Las tempestad es, no lo olvidemos, una comedia poético-fantástica con final feliz; y hacia este se dirige una acción en la que nos encontraremos príncipes, reyes y duques, seres deformes, espíritus del aire, marineros envilecidos, ninfas... Todos ellos entrelazados por unos vínculos familiares, amistosos y mágicos donde el interés convive con la traición y la honestidad, y el amor se impone -en este caso- como el más poderosos de los elementos, capaz de devolver el equilibrio y la armonía al todo.

La escasez de recursos escenográficos es suplida por Manzanares con una envidiable visión del conjunto plástico de la escena
, y consigue trasladarnos, con mínimos elementos -entre ellos, un excelente uso de proyecciones visuales-, a esa isla alejada de los hombres donde reside Próspero, legítimo duque de Milán, con su hija Miranda; a la que llegan, tras un naufragio propiciado por el espíritu Ariel -cumpliendo órdenes de Próspero-, el usurpador del ducado de Milán junto a la reina de Nápoles y su hijo Fernando, entre otros personajes. Los vericuetos por los que se desarrollará la pieza harán que Fernando y Miranda se encuentren y surja entre ellos la chispa de un amor que devolverá la paz y el orden al injusto desorden de donde surgió todo. El bien se impone de este modo sobre el mal con la ayuda del amor... y un poco de magia.

Es justo destacar, como uno de los méritos y elementos de mayor relieve de este, como de tantos otros montajes de Trece Gatos, el magnífico trabajo de vestuario y caracterización de la obra, a cargo de la actriz Raquel León, protagonista asimismo imprescindible en todas las piezas que conforman el repertorio del grupo. Acompañan a esta, en su papel de Ariel, otros habituales intérpretes de la compañía como José Mora (Próspero), Nuria Simón (Reina) o María Díaz, que alterna su personaje de Miranda -interpretado en esta función por Sandra Serrano- con el de uno de los espíritus que acompañan a Ariel; también Almudena Sepúlveda (Tríncula) y Juan Molina (Antonio), a quienes hemos visto en los últimos montajes de la compañía; junto con Laura Luna (Calibán), Carlos Pardo (Fernando), Elena Andrés (Estefanía), Valerio García Mera (Gonzalo), Pedro Leganés (Sebastián), Laura Asensio (Adriana), Gerard Jiménez (Francisco) y Paula Aldeguer (Espíritu),

No muchos directores son capaces de mover, como lo hace Manzanares, nada menos que quince actores en escena. Como en las grandes producciones. Otro de los aciertos de este montaje diferente de La tempestad que seguirá representándose todos los viernes del mes de junio en el Centro Sociocultural Mariano Muñoz. Ya saben, en el sur de Madrid.

José Luis González Subías


Fotografías: José Álvarez Martos

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