No es trigo todo lo que Mamet toca o el fiasco del Me too llevado a la escena
David Mamet (Chicago, 1947) mantiene merecidamente un espacio reservado en nuestras salas, como el clásico del teatro contemporáneo en que hace tiempo se convirtió. La llegada a Madrid de la nueva pieza del dramaturgo estadounidense que hoy nos ocupa despertó en su momento, como tantas otras del autor, el interés de los medios y de un público conocedor de sus trabajos, con la expectación de volver a encontrarse la inteligente, punzante y profunda mirada de un escritor habituado a llevar a las tablas conflictos de actualidad -morales, sociales, humanos en definitiva- que nunca dejan indiferente a quien asiste a la representación de sus obras, tocado por regla general en lo más anclado de sus prejuicios y convicciones. Sin embargo, esta vez, la conexión entre el público y el autor -y, por qué no decirlo probablemente el planteamiento del montaje- no funciona de igual modo.
Estrenada el 5 de mayo en el Teatro Reina Victoria, con un equipo habituado a enfrentarse a los trabajos de Mamet y sacar lo mejor de este -así sucedió recientemente con Muñeca de porcelana y La culpa-, con Bernabé Rico como autor de la versión, Curt Allen Wilmer encargado de la escenografía y Juan Carlos Rubio en la dirección del conjunto artístico, Trigo sucio prometía ser un nuevo éxito de este autor en nuestro país. Pero algo falla en una pieza que, al parecer, ni siquiera el magnetismo de John Malkovich en escena, en su estreno londinense, pudo salvarla de lo que la crítica calificó sin ambages como un fiasco.
La correcta dirección de la obra -nada que decir en sentido contrario de la versión- y el espacio realista creado por Willmer con el detallismo que lo caracteriza, así como el intachable trabajo interpretativo de Nancho Novo, Eva Isanta, Candela Serrat y Fernando Ramallo, no pueden justificar la frialdad con que fue recibida ayer domingo por el público -escaso, valga añadir- que ocupaba las localidades del teatro Reina Victoria, casi un mes y medio después de su primera representación. Cierto es que el tratamiento tragicómico con que Juan Carlos Rubio plantea en esta ocasión el montaje puede despistar y quitar fuerza dramática al conflicto; ese posicionamiento satírico, lindante con la caricatura, centrado en la figura de un corrupto y repulsivo productor de cine -que toma como modelo a Harvey Weinstein, inspirador del Me too-, en la cúspide del éxito, rebajado sin piedad a una desvirtuación grosera y grotesca de la zafiedad más absoluta, sin matices, contrasta quizá en exceso con el tono demasiado neutro y gris del resto de los personajes.
Trigo sucio es una obra ciertamente de interés y de actualidad, que todo seguidor de David Mamet -y del teatro- debe conocer, al igual que el trabajo interpretativo de un Nancho Novo obligado a encarnarse en un personaje con unos condicionamientos físicos excesivamente marcados, determinantes en el desarrollo de la acción y quizá en el motor psicológico de sus actos. El público, como siempre, tiene la última palabra y una cita en el Teatro Reina Victoria de Madrid.
José Luis González Subías
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